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martes, 19 de abril de 2011

Capítulo 6: Stefan Brulloti

De vuelta a mi estúpida casa, pensaba en la posible solución de volver a tener una amistad con Jane. Es cierto, que no le sentó muy bien que apareciera con Rachel, pero yo tampoco sabía que se lo iba a tomar tan a pecho. El paisaje de casas y edificios que me rodeaban, me daba la sensación de estar en una jaula. Cuando pude llegar a mi casa por la tardanza de un atasco en la carretera principal, me encontré una furgoneta negra completamente aparcada justo enfrente de mi edificio. 
Al quitarme el casco, me dio la sensación de que alguien me observaba… Miré a todos los lados buscando algo extraño, y de nuevo la vista se me quedó clavada en la furgoneta negra. Bajé de la moto con las manos formadas en puños. Me podía defender bastante bien de cualquier enemigo al haber practicado defensa personal y militar cuando estudiaba en el instituto para defenderme de los idiotas con navaja. Pero yo no contaba en que aparecieran de golpe cuatro hombres grandes y corpulentos, y con pistolas en las manos. Hice un intento en echar a correr, pero una bala me rozó la pierna izquierda. Vi el suelo ante mi, y me tapé la cara con las manos para amortiguar el dolor. Un dolor intenso, como si me quemaran la piel, me corría por la pierna donde me habían dado.  Miré de reojo como dos hombres se acercaban hacia mi, escondiendo las pistolas debajo de sus trajes para que la poca gente que había en la calle no las viera. El primer hombre me cogió del brazo y me levantó de una sacudida. Asustado, le di un puñetazo en la cara. El hombre gimió como los leones, y me soltó. Me dejé caer al suelo porque no pude sostenerme con los pies por culpa de la bala. El segundo hombre me pegó con la puntera del zapato en el lado derecho de mi cuerpo. Grité de dolor, y sentí como la sangre brotaba en mi boca. El tercer hombre vino hacia mi fumándose un cigarro. Era delgado, alto y estaba apretado por los músculos. Llevaba un traje elegante con una corbata negra al cuello. Me recordó como las películas de La Mafia Italiana donde los hombres iban siempre vestidos con trajes de empresario y fumaban cigarros. Miré el rostro de aquel hombre. Tenía unos labios finos que se abrían para fumar el cigarro fino y largo. La nariz era puntiaguda y grande; el pelo lo llevaba peinando hacia atrás como si llevara un litro de gomina para sujetarlo. Los ojos eran azules como el cielo, y al sonreír, vi unos dientes blancos como la nieve. En conjunto su cara parecía joven al igual que el cuerpo… Pero cuando me habló sentí como si escuchara a un hombre de cuarenta años.
_¿Cuándo piensas devolverle la pasta a mi padre?- me preguntó sacándose el cigarro de la boca.
Lo miré con rabia, y escupí en el suelo la sangre que tenía en la boca.
-Vaya…-el hombre le dio una calada al cigarro, y añadió tirando el humo por la nariz.- Soy Stefan Brulloti, y mi padre es Alejandro Brulloti… El mayor comerciante de motos de éste país. Te advierto que está deseando que le devuelvas su dinero…
-¡Yo no tengo nada!- le contesté al mismo tiempo que dos hombres me cogían por las axilas y me ponían en pie.
Aguanté el dolor de la pierna izquierda tanto, que la vista se me empezó a nublar. Tuve miedo de caer al suelo inconciente, y que esos hombres me cogieran y me llevaran a donde ellos quisieran. Stefan se acercó a mi con el cigarro agarrado por sus labios, y con la mano abierta me dio una bofetada que me cruzó la cara de lado a lado.
-Idiota- Stefan me cogió del cuello de la camisa.- ¡Dame el puto dinero!
-Yo no tengo nada… Ni tan solo me acuerdo como se lo pedí si fuera el caso…
-La fiesta de mi hermana Estela Brulloti- negué con la cabeza porque no me acordaba.- Te invitamos porque eras en aquel momento el ligué de mi hermana. Te dimos la bienvenida como si fuéramos de la misma familia a nuestra mansión de Miami. Esa noche te emborrachaste, y aparte de follar con mi hermana en su cuarto, le pediste a mi padre un dinero. Un dinero para cubrir tus gastos con la moto que te compraste…. ¿O no? ¿No te acuerdas, Raúl?
Mi mente recordó aquella noche. Yo tenía veinte años, y acaba de conocer a Estela en una discoteca. Pero para ese entonces, yo era un crío por decirlo de alguna manera. Me gustaban las mujeres demasiado, las motos y con ello el dinero. Recuerdo aun la cara del padre de Estela. Serio y con arrugas en la cara, me dio la bienvenida en la entrada de la mansión Brulloti. Esa familia era millonaria, ya que la familia vendía muchas motos desde sus fábricas y ganaba dinero con la importación y exportación de diferentes motos. Me quedé inmóvil mirando a Stefan. No me acordaba de que le pedí dinero a su padre, pero si de Estela…
No sé como fue, pero aun me quedaban fuerzas para escapar de esos tipos. Le di un cabezazo a Stefan, y los dos hombres me soltaron para ayudar a su jefe. Cuando me miraron, les escupí en la cara y a continuación les di una patada en el estómago. Llegué a mi edificio cojeando, pero lo conseguí. En la entrada como había visto antes, estaba un hombre vigilando que no se había enterado de nada… Miré el suelo asustado, y encontré un palo largo de una escoba que supuse que se había caído del contenedor de basura que había al lado. Me dirigí al hombre en silencio por detrás, y le di con el palo de escoba en la cabeza. Después, le pegué de nuevo en las piernas y finalmente se lo rompí en la cara dándole de lado. La nariz del hombre crujió cuando cayo al suelo de frente. Entré en el edificio deprisa. Subí las escaleras como pude, y al llegar arriba toqué a la vecina de enfrente de mi casa. Mi plan fue meterme en la casa de mi vecina Vanesa, para despistar a los matones. Conocí a Vanesa una noche que salí a tirar la basura. Mi vecina no era de esas que se pasaba todo el día cotilleando de los demás o algo por el estilo… Ella era profesora de pintura en el instituto del pueblo. Cuado la vi, me imaginé que tendría veinticinco años… Pero cuando me dijo que tenía treinta y tres años, no me lo creí. Se cuidaba muy bien Vanesa, porque hacía mucho deporte. Era guapa, y su pelo rubio me fascinaba cuando se lo dejaba suelto. Sus ojos eran azules como el mar y tenían algún tono de verde cuando le deba la luz. Me comentó un día, que tenía una hija que se llamaba Mery. La tuvo a los veinticuatro años, pero el padre las abandonó por otra mujer. Deduje después, que Mery tendría nueve años de edad. Recordé todo aquello cuando Vanesa abrió la puerta de su casa al oír mis golpes.
-Oh, Raúl… ¿Quieres algo?- me preguntó con amabilidad al verme.
La empujé hacia dentro de la casa porque oí pasos de los hombres y sus voces graves por el hueco de la escalera. Vanesa me miró asustada cuando la empujé, y dijo:
-¿Qué está pasando?
Nuestras miradas se cruzaron un segundo, y fui al balcón de la casa para ver si podía encontrar una salida. No oía a Mery por ningún lado, y dese el pasillo le grité a Vanesa que estaba en la puerta de la entrada:
-¿Mery no esta?
-No, no… Se ha ido con mi madre a comprar- me respondió, cuando aparecí por el pasillo con la pierna sangrándome.
Vanesa dio un grito de horror, y se tapó la boca con las dos manos. Miró como me desplomaba en el suelo al intentar ir hacia ella. Miré por último su cara redonda y hermosa, antes de que mis párpados se cerraran y no pudiera ver nada mas.

Sentí unos labios en mi frente. Pero no abrí los ojos. Me notaba cansado. Oí una voz de mujer.
-¿Ha llegado a su casa con la pierna así?
La voz era seductora, pareciendo como si fuera un ángel.
-Sí. Abrí la puerta, y me empujó al interior de la casa. ¿Por qué hizo eso? Yo sé que usted es su amiga, y supongo que deberá saberlo.
La otra chica guardó silencio.
-Y después vinieron unos hombres- continuó la voz suave- Me preguntaron si lo había visto, y les dije que no. Me aseguraron que si pasaba él pasaba por su casa, y lo veía, que los llamara.
-Soy su amiga- respondió la voz seductora.- Pero no lo sé todo de él. Aun hay cosas que me sorprenden. ¿Le importa si me lo llevo para un hotel? Creo que estará mas seguro allí que aquí.
Entendí como la otra voz contestaba un “sí” por lo bajo. Después, todo se volvió a oscurecer. 

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