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domingo, 26 de junio de 2011

Capítulo 16: "Piensa en mi"

Cuando salí de la fiesta, me encontraba muy mareado. Tanto, que antes de abrir la puerta del coche de mi novia, me caí de boca contra el asfalto. Rachel se asustó, y me abrió la puerta del acompañante. Al entrar finalmente, me senté con los ojos cerrados y respiré hondo. Me encontraba más o menos bien, pero las copas bebidas junto a Estela en la fiesta, me estaban pasando factura poco a poco. Miré el volante mientras el coche se movía por los baches de la carretera.
-¿Ha salido bien?- me preguntó Rachel girando hacia la derecha.
-¿El qué?
-La fiesta.
-¡Ah! Sí, muy bien. ¿Lo has oído?
Bajó la cabeza un segundo, y volvió a mirar la carretera. Ella estaba triste, lo sabía. Era tan solo mirarla, y tenía una sensación de decepción impresionante. Me hacía sentirme mal conmigo mismo. ¿Era un idiota? ¿Un hombre que solo pensaba en si mismo?
Quizás si…
Quizás no…
Lo único que sabía, era que al día siguiente me iba a la playa con mi ex. Rachel me perseguiría detrás hasta llegar allí, y después escucharía mi conversación con Estela. Simplemente, el día siguiente prometía.

-¡Está fría!- gritó Estela dando pequeños saltos hacia atrás.
Una de las playas de Andalucía –concretamente Málaga-, estaba repleta de gente. Sombrillas por todos los lados, niños, cubos, palas de juguete y… Bueno. Y muchas chicas españolas. Éstas siempre me habían fascinado, porque eran todo lo contrario a Estados Unidos. En mi pueblo, todas las chicas eran rubias y ojos azules. Pero en España… Habían muchas morenas, y muy guapas.
Habíamos llegado a la playa a las cinco de la mañana, y tenía un sueño atroz. El clima era muy caluroso, pero se me pasaba cuando veía a Estela. Llevaba un bikini, muy bonito por cierto, puesto. Parecía que se le ajustase a su cuerpo. En cambio, yo llevaba un bañador que me había comprado para la ocasión. Estela me tiró un poco de agua en la cabeza mientras estaba distraído en mis pensamientos, y corrió hacia el interior del mar.
-¿No me esperas?- grité, y la seguí saltando las olas.
Sentí como el agua tocaba mis piernas, y las gotas saltaban al resto de mi cuerpo. Cuando el agua llegó a la cintura, paré. Miré a Estela con una sonrisa. Su pelo caía hacia atrás mojado, y solo le veía de la cintura para arriba.
<<Una chica en el agua, siempre puede acabar bien>>
Me zambullí en el agua, y buceé hasta tocarle la pierna. Al salir, se asustó, y nos reímos. Me atraía el hecho de tener a una mujer hermosa delante de mi. No hablé, no dije nada… Solo esperé a que ella empezara.
Estaba cerca, muy cerca…
Mi nariz rozó la suya, y le pasé las manos por la cintura. Era suave. Me besó en los labios; su lengua encontró la mía, y su pecho se estrelló contra mi. El segundo besó que nos dimos, fue más apasionado, fuerte… Deslicé mis labios por su cuello, hasta llegar hasta sus pechos. El mar nos metió para la derecha, donde había una pequeña playa y donde no había nadie.
<<Mejor>>, pensé.
Estela se quitó la parte de arriba del bikini, y pude ver sus pechos blancos y redondos. De nuevo nos acercamos. Me sentí dentro de ella cuando empecé. Estuvimos un buen rato en el agua. Besándonos y abrazándonos. No existían las palabras entre nosotros. Solo había una conexión, que siempre existió entre los dos. Ya estaba hecho una parte del plan. Ahora solo quedaba la otra.

Por la tarde estuve con ella. Estuvimos haciendo el amor, bebiendo, comiendo y disfrutando. Parecíamos reyes. Era como si estuviera con una mujer lista, que sabía lo que hacía. No era como Okiyo, que era la pasión y lo salvaje en persona. Estela era tranquila. Siempre me gustó eso de ella, que era la tranquilidad. Estando los dos tomándonos unas copas de vodka en el mini bar de su casa, tocaron la puerta. La puerta estaba abajo, y nosotros estábamos arriba del todo junto a la piscina. Bajé yo, y abrí la puerta. Ante mi, apareció Claire. Me miró de arriba hacia abajo, y se paró en mis ojos. Iba vestido con unos pantalones blancos, y arriba no llevaba nada.
-Hola, Raúl- me saludó Claire con una voz suave.
-Hola. ¿Entras?- no contesté yo, sino Estela que se adelantó. Me volví, y vi como bajaba las escaleras con un vestido azul de verano. Al estar cerca de mi, me dio un pequeño beso, y se centró en su hermana. Al mirar de nuevo a su hermana, noté que en sus ojos existía un brillo de envidia.- ¿Claire?
Ésta parpadeó, y entró. <<Dos hermanas y yo en medio>>, pensé en esto como si no fuera para tanto. Pero aquello me estaba atormentando. ¿Cómo lo hacía para no sentir ningún remordimiento al coquetear con las dos hermanas? ¿No era un hombre? ¿O si un cobarde e idiota?
Sinceramente, ¿para que pensé en eso? Ahora carecía de sentido… No valía pensar en eso.
-¿Cuándo te marchas?- me preguntó Claire metiendo los pies en la piscina enorme que tenía Estela en el exterior.
Nos habíamos acercado a la piscina para soportar un poco el calor que pegaba ese día en Madrid.
-No lo sé- contesté nadando hacia la otra punta de la piscina.
-Lo sabes perfectamente- me recordó Rachel por el transmisor.
-Espero que sea para mucho tiempo- Claire se echó el pelo hacia atrás.- Oye, ¿te puedo hacer una pregunta?
-Dime- me paré en la esquina de la piscina y le miré.
-¿Te gusta mi hermana?
-Si no me gustara, no estaría con ella.
-¿Eso es que sí?
-Sí.
Se metió en la piscina, y se quedó quieta. No la recordara como antes a ella. Su personalidad seguía igual por lo que había visto, pero su físico me hacía pensarme si sería la  misma. Estuve nadando un buen rato, hasta que Rachel me habló por el transmisor:
-¿Necesitas mucho tiempo? Digo para acabar con este absurdo plan. Yo no me puedo quedar en España mucho tiempo. Mi padre me quiere en su despacho esta noche si es posible para ver unas cosas de trabajo.
Rachel me estaba hablando despacio, haciendo que sus palabras me dolieran como clavos. No me gusto que se tuviera que ir, pero no podía hacer mucho por impedírselo. Su familia y su trabajo iban primero antes que yo. Ella era un gran apoyo para mi, porque al morir Jane la tuve a mi lado, intentándome divertirme… Y gracia a su compañía, había resurgido de mis cenizas y depresión. Quería irme con mi novia, pero no podía teniendo a Claire y a Estela casi en la meta de llegada hacia mi. A Estela la tenía junto a mi. Estábamos “juntos” dentro de lo que cabe en una relación.
Paré de nadar, y salí apoyando las manos en el borde, de la piscina. Me sentía como desconcertado, y mi angustia sobre lo que pasaba crecía. Las gotas de agua caían por mis brazos musculosos y por todo mi cuerpo. Me di media vuelta, y me peiné el pelo hacia arriba. Oí como Claire se reía, y la miré por encima del hombro. Me recordó su risa, a una tarde de otoño, cuando ella salía con su caballo  negro. Salía todas las tardes, pero yo nunca tenía la ocasión de encontrarme con ella. Hasta que un día, lo hice, y nos hicimos muy buenos amigos.
La risa de Claire, me llevaba a un tiempo en donde yo era el novio de su hermana. Un chico normal y corriente, con una madre protectora y sin padre. Aquella vida era dura. Mi madre siempre me obligaba ir al instituto, aunque yo acabé bachiller, no se me daba muy bien los estudios. Me costaba mucho concentrarme teniendo tantos ligues, y al final lo dejé. Crecí sin padre, y eso fue difícil, porque no tenía a nadie para pedirle un consejo o ayuda…
Me mordí el labio inferior sin darme cuenta, y esto provocó en Claire un brillo especial en sus ojos azules. Me encaminé para irme a un lugar tranquilo, pero Claire me llamó.
-Raúl, ven un momento- me pidió apoyando las manos en el borde.
-Tengo que…
-Por favor.
Me arrodillé enfrente de ella, y acerqué mi cara a la suya. Tenía los ojos clavados en los de ella, y tuve la sensación de estar mirando a Jane. Sus labios se acercaron a los míos, y fue cuando ella se apartó a un lado, y caí al agua de cabeza. Noté como me quedaba hundido en el fondo, y luego nadé hacia el exterior. Tosí varias veces, y miré a Claire con los ojos entrecerrados. Ella se estaba riendo como si nada, y aproveché para cogerla por detrás, y tirarla por los aires a la otra parte de la piscina. Estuvo un segundo en el aire, y a continuación se hundió en el agua. Pasaron varios segundos, y no salía por ningún lado. Miré el agua asustado, y noté una mano en mi tobillo. Claire subió, y se quedó pegada a mi.
-Me asustaste- le confesé.
-Lo siento- me respondió riéndose.
Oí unos crujidos por el jardín, y solté a Claire enseguida. Miré a mi izquierda, y vi a lo lejos a Estela. Llevaba el bikini puesto, y le quedaba muy bien.
-Hola, cariño- me saludo Estela.
-¿Te vas a meter?-le pregunté, saliendo de la piscina.
-Sí. ¿A dónde vas?
-Necesito comer algo.
De camino a la cocina, cogí una toalla del baño para secarme. Me la puse alrededor de la cintura, y entré en la cocina. Esperé a oír la respiración de Rachel, pero al no oír nada dije:
-¿Hola?
-Hola- me contestó con voz apagada.
-¿Te vas?
-Sí.
-¿Pero por un simple trabajo?
-Haber-suspiró- me voy porque le ayudo a mi padre a diseñar las motos que hacemos. Me acaba de llamar hace nada para decirme que me esperaba, pero como estabas tan ocupado con Claire no te dije nada.
-¿Te espera para esta noche?
-Más o menos…Bueno, estamos en contacto ¿vale?
-¡Espera!-no levanté la voz más que un susurro- Quiero verte.
-¿Qué?
-Lo que has oído.
-¿En donde?
-Salgo de ésta casa,  y quedamos en el hotel donde estamos.
Ya no oí nada.

lunes, 20 de junio de 2011

Capítulo 15: Estela VS Claire

La fiesta era a las diez de la noche. Pero Rachel me dejo en el hotel muy tarde a la hora acordada, y no me dio casi tiempo a prepararme. Todo se complicaba nada más empezar con el plan. Rachel me dio una tarjeta donde ponía “Invitado especial”. Me la guardé en el bolsillo interior del esmoquin, y salí del hotel preparado para ir a la fiesta. Me estaba esperando mi novia con su Porche blanco. Ella iba vestida de gala, con un vestido blanco de brillantes con un collar de diamantes colgado de su cuello. No pude dejar de mirarla mientras conducía, y pensé en varias cosas por el camino. Una de ellas era si Claire estaría igual… Me acordaba de cuando la veía con catorce años paseándose con su caballo negro, por los jardines de su cada de Boston. Muchas personas me habían dicho cuando estaba saliendo con Estela, que no sabían como Alejandro Brulloti tenía tantas mansiones. Yo les expliqué, que las cinco casas que tenía esparcidas por el mundo, no eran realmente suyas. Una de ellas era de una de sus tres mujeres. Por entonces, él estaba casado con la directora del periódico New Times. Se llamaba Carlota Brandown, y la casa que le dejó Alejandro, estaba situada en una de las urbanizaciones mas ricas de California. Alejandro cortó con ella por cansancio sinceramente. Él se cansó de los mimos y los besos de su esposa, y se divorciaron junto un mes antes de que yo cortara mi relación con Estela. Con Carlota, Alejandro no tuvo ningún hijo… Pero con su segunda esposa, Laura Chosquevin, tuvo a Estela y a Claire. Stefan en cambió nació de la unión con su última esposa.

<<Pero esto pasó hace mucho tiempo>>, me dije a mi mismo con desconcierto. En cambio, la pregunta que me había hecho al principio se me esfumó cuando Rachel paró en seco justo en la entrada para la mansión. Se veía a lo lejos, grandes jardines y una casa enorme. Y en medio se podía ver una piscina.

-Hemos llegado- me recordó Rachel con voz apagada.

Me bajé del coche con paso vacilante, y miré directamente a la casa. Le estaba dando la espalda a Rachel cuando dije:

-¿Tú no vienes?

-No-fue esa su respuesta.

Me volví hacia ella, y descubrí que estaba completamente seria. Ninguna emoción en su rostro. Lo único que pude ver con claridad, fue una tristeza en sus ojos marrones. Arrancó el coche de nuevo, y cuando aceleró me interpuse en su camino. Rachel dio un frenazo mientras gritaba:

-¿Qué haces?- salió del coche con enfado- ¿Te quieres matar o qué?

-Quiero decirte algo.

Se paro a menos de un metro de mi, y esperó a que siguiera.

-Lo que voy a hacer no me da ningún gusto- continué acercándome a ella con pasos cortos- Termino esto, y nos vamos tú y yo lejos de todos.

-Raúl…- me paró mis labios con la mano poniéndomela en el pecho. Me apartó un poco de ella- termina lo que tienes que hacer. Yo siempre estaré aquí.

Me paso las manos por los hombros, y ésta vez si que la besé lo más cariñoso que pude.



Un hombre me pidió la invitación cuando llegué a la entrada de la mansión. Le di la tarjeta que me había dado antes mi novia, y esperé a que todo saliera bien. El hombre miró con los ojos muy abiertos la tarjeta, pero me la dio sin decir nada. Al entrar a donde empezaba la piscina , lo primero que me encontré fue con un camarero que me ofrecía una copa. Cogí una, y seguí andando. En la piscina no había nadie, pero a uno le entraban las ganas de meterse con solo mirarla. Entré de dentro de la casa, y había mucha gente que se volvió para mirarme. Todos iban vestidos con vestidos o esmóquines. Me adentré más, y vi a un hombre a lo lejos que me sonó mucho su cara. Él no me vio, pero lo estuve mirando durante varios minutos. Mientras andaba con la copa en la mano, me topé con alguien, pero no pude ver quién era. 

-Oh, lo siento…- me disculpé, y me di media vuelta para disculparme.

Mis ojos parecieron canicas cuando me encontré con Estela. Su pelo ondulado y con un  tono de pelirrojo, estaba recogido detrás. Sus ojos marrones, me estudiaron un segundo.

-Me suena su cara, señor- me dijo con la misma voz que siempre había tenido.

-Puede ser… Aunque no soy novio de muchas chicas como usted- contesté.

Ella abrió más los ojos, y dijo casi gritando:

-¿Raúl?

Sin dejarme hablar, me dio un abrazo. Al separarnos, me tocó el pelo con suavidad.

-Con tu nuevo corte de pelo no te reconocía. ¿Cómo te va?

Estela era muy caprichosa a la hora de vestir. Siempre cuando estuve con ella, me compraba ropa de buenos diseñadores, y tenía unos conocimientos sobre el arte y la historia, que parecía una profesora de universidad. Cuando la conocí la primera vez, fue una bomba para mi. Era como si estuviera hablando con una profesora. A pesar de tener todo esos conocimientos, tenía mi edad.

-Sí-respondí cuando quitó la mano- La peluquera me hizo un cambio de imagen muy bueno ¿no?

Ella se mordió el labio inferior, y supe que con eso quería decir que le gustaba. Sinceramente, sabía casi todos los gustos y secretos de la chica. Pero aun así, habían cosas que se me pasaban inadvertidas.

-Perfecto- me cogió de la mano, y cuando su piel tocó la mia, hizo que recordara tiempos pasados. Los dos tumbados en la playa, y riéndonos de las tonterías que hacía su hermana. Aun existía ese cariño que siempre perduro entre los dos, porque lo sentía dentro de mi.

Al fondo, un Dj, ponía las mejores músicas que había en esos momentos. Miré a Estela de arriba hacia abajo, y me sorprendí al notar que sus pechos habían aumentado de la última vez que la vi.

-¿Llevas mucho en España? Porque para entrar a una fiesta mía, es complicado.

-No te creas. Llevo poco, tres días como mucho. Tus fiestas están muy bien. ¿Y cómo está tu padre y tu familia?- me interesé por esto, porque quería comprobar si su padre le había contado algo.

-Mi padre…- me apretó la mano, y yo miré la mano con el ceño fruncido. Ella se dio cuenta- Perdona… Es que mi hermana y yo estamos muy afectadas por la muerte de nuestro hermano.

-¿A muerto?

-Sí… No sabemos como. Es imposible sentirse bien cuando un ser querido muere y no sabes ni como a muerto. Mi padre está muy enfadado porque quiere encontrar al asesino.

-¿Lo asesinaron?

Me miró con una tristeza en sus ojos que no pude reprimir darle un abrazo.

-Lo siento, Estela. En serio.

Se apartó de mi, y me dedicó una sonrisa débil.

-Menos mal que hoy a pasado algo bueno. Que estás tú.

-¡Veo que te va bien, hermana!- oí una voz por detrás de mi.

Y al girarme me encontré con los ojos azules de Claire mirándome. Su pelo no era el mismo. Ahora lo llevaba de largo hasta los hombros, no como antes que su pelo era uno de los más largos que había visto en mi vida. Su sonrisa de niña, se asomaba en sus labios, y su pelo rubio lanzaba destellos brillantes a causa de la luz. No estaba sola, a su lado había un hombre muy grande y fuerte, tenía el pelo negro corto y un poco de perilla. Lo miré un poco más atento, y ya supe quien era. David Furell, jugador de rugby. Ese era el hombre que tenía enfrente de mi. Claire era de baja estatura como J… Se me cerró la garganta. Una imagen con una rapidez incontrolable, pasó por delante de mis ojos. Era Jane hablando de cosas… cosas sin importancia. Me acordé que ya no estaba conmigo, y deseché esa imagen hacía lo más oscuro de mis recuerdos. 

-¿Quién es tu amigo, Estela?- le preguntó Claire a su hermana mientras me echaba una mirada rápida.

-¿No sabes quien soy?

Ella negó la cabeza, y miró a su acompañante. David cambió el peso de pie, y cruzó los brazos por debajo del pecho.

-Es Raúl- contestó Estela con una alegría en la voz que me provocó mirarla de reojo.

-No puede ser…- su hermana me puso una mano en mi hombro- Has cambiado mucho.

-Tú también, Claire.

Me pregunté: ¿Dónde está Rachel? Me parecía muy raro que no hubiese entrado conmigo, y empecé a preocuparme por ella. Estuvimos hablando, y descubrí muchas cosas nuevas. Una de ellas, fue que Claire estuvo estudiando en Francia, hasta los diecisiete  (la edad que tenía), y fue allí donde conoció a David. Siempre caractericé a Claire como una niña. Aunque cuando quería podía ser una de las personas más maduras. Su novio, David, nos contó que su equipo había ganado tres copas. Todo el tiempo que estuve metido en la fiesta, no dejé de pensar en Rachel. Me entraron ganas de salir e ir a por ella, pero una risa me desconcertó. No era de ninguno de mis acompañantes, sino que provenía del transmisor.

-Chicos, perdonarme un momento. Voy a por otra copa- dije, y a continuación fue en dirección contraria.

Seguí andando, y me paré en seco cuando vi una cara conocida. Si dijera que no vi a una chica japonesa, con un cuerpo espectacular… hubiera mentido. Okiyo se estaba tocando el pelo cuando me miró. Tuve una sensación inquieta. Le aguanté un poco la mirada, y al final la tuve que desviar. Sus ojos rasgados eran como el fuego. Seguí andando sin mirarla de nuevo, pero sentía su mirada posaba en mi. Llegué a las copas, y empecé a echarme algo en el vaso grande.

-¿Rachel? ¿Estás ahí?- pregunté disimulando.

-Aquí estoy.

-¿Cómo las has visto?

-¿A las hermanas? Muy bien la verdad. Se acordaron de ti.

 Alguien me tocó por detrás, y temí que fuera Okiyo. Pero cuando me volví, Estela me estaba sonriendo. Se acercó y sin decir nada, me besó al lado los labios. Ese beso me recordó a tantos, que mi mente se nubló.

-Quiero que te vengas mañana a la playa- me dijo con un susurro.

-¿A la playa?- gritó Rachel por el transmisor.

Me dolió un poco el oído, pero lo soporte.

-Iré encantado- respondí.

Esperó a que me echara algo más en la copa, y volvimos a la fiesta. 

sábado, 4 de junio de 2011

Capítulo 14: Venganza


Llamé a Rachel al día siguiente, y la cité en el  bar donde yo trabaja hasta entonces. Mientras ponía unos vasos debajo de la barra del bar, ella entró. Su pelo estaba recogido por una coleta de caballo, pero sus ojos eran de un marrón claro. La veía muy guapa; se sentó en un taburete y me miró seria.
-¿Y ahora?- me preguntó preocupada.
-Tengo que hablar contigo- Rachel esperó a que continuara- Alejandro Brulloti mató a Jane. La mató por mi culpa, o mejor dicho, por culpa de Okiyo.
-Pues dime que quieres hacer, Raúl.
-Quiero vengarme.
-¿Cómo?
-Escúchame- ella se inclinó hacia delante al igual que yo, y continué- Alejandro tiene dos hijas ¿no? Pues, tenía pensado, en crear un tipo de pelea entre ellas. Así las hijas no estarían tan pendientes por su padre.
Rachel puso un mueca. En cierto modo, todo lo que estaba planeando en esos instantes, me parecía una locura. Pero en mi casa, cuando empecé a moldear la idea poco a poco, supe que era fantástica. Rachel me recogió como unos pequeños transmisores inalámbricos para poder comunicarnos sin utilizar el móvil. Esto se llevaba dentro de la oreja, de forma que nadie te lo pudiera ver.
Entrando en mi casa, busqué en Internet toda la información posible sobre Alejandro Brulloti y su familia. Era una familia grande y numerosa. Muchos artículos periodísticos insinuaban que Alejandro Brulloti estaba vinculado con la Mafia Rusa. Yo nunca me enteré muy bien del tipo de familia que era la mía. De momento, estaba solo en mi vida con un problema que era tirado por un tipo rico, con una amiga muerta a causa de mis problemas y con una “novia” que nunca la atendía como debía.  Esto me apenaba demasiado. ¿Cómo podía ser mik vida feliz con esa descripción tan simple? Una persona normal y corriente no tendría esa vida.
De forma inconsciente dije:
-Mierda.
Estuve un buen rato mirando el ordenador con tristeza. En ese instante quería que Jane estuviera conmigo.. Pero no podía. Le echaba tanto de menos, que me sentía solo. Miré a mi alrededor. Miré mi casa. Eran solo cuatro paredes pintadas de blanco y un espacio decorado con muebles. Me pasé las manos por el pelo, y pensé en que ya estaba casi muerto.

A las 7:00 de la mañana estaba despierto por mi casa. Rachel llegó pasadas las siete, con dos billetes de avión en una mano, en la otra la maleta, y en la boca otro papel.
-¿Vamos?- me preguntó sacándose el papel de la boca.
-Sí, sí….- me volví cuando cerré la maleta para mirarla, y la vi tremendamente sexy con unos pantalones negros ajustados y una camiseta blanca abotonada por delante.
-¿Por qué tienes que estar tan guapa por las mañanas? Me pones nervioso…. Le contesté entre risas.
Ella se rió con una carcajada. Recogí todas mis cosas, y salí acompañado de Rachel hacia el aeropuerto.

Al final de la mañana ya estábamos de camino en un avión a Madrid. Al bajar del avión, sentí un sol muy distinto al de allí. Era caluroso y muy fuerte. Era como si el calor penetrara por todo mi cuerpo sin poder salir al exterior. Me volví para mirar a Rachel, y la vi con los ojos clavados en mi. Me sonrió, y pude contemplar que en sus ojos marrones había algo especial. Fuimos a recoger las maletas con tranquilidad, porque sabíamos que todavía faltaba para que la fiesta empezara. Yo llevaba lo de la hora un poco mal. Porque en el pueblo eran las siete de la mañana, y allí eran las ocho de la tarde. Entonces… ¿Qué pasaba? Seguimos andando hasta llegar a una parada de taxis.
-¿Vamos a coger un taxi?- le pregunté. Anduve tres pasos hacia delante, pero Rachel me tiró de la mano hacia atrás.
La miré.
-No. Tengo mi nuevo coche aparcado en el aparcamiento- me contestó, mientras me arrastraba con ella.
El nuevo coche de ella era un Porche blanco. Me quedé con la boca abierta cuando me monté en él. Me di cuenta que Rachel era una niña mimada, o algo así… Porque todo lo que quería se lo compraba su padre. No sé porque pensé en esto, la verdad.
El aire era fresco, y gracias a que el coche era descapotable, pude despejar las últimas dudas que me quedaban del plan que estaba trazando junto a Rachel. ¿Funcionaría romper la relación entre las dos hijas de Alejandro Brulloti? ¿Se acordaría Estela de mi? ¿Podría causar algún sentimiento negativo en Rachel por verme coqueteando con esas dos? El plan era empezar esa misma noche, yendo a la fiesta de Estela y Claire que hacían en su casa de lujo que estaba en una urbanización muy rica en Madrid. Cierto que mi vida había cambiado de tal forma, que me sorprendí a mi mismo. Antes era simplemente un chico cualquiera, con una madre muerta y un padre desaparecido. Y sentía que esa vida había dejado de ser así… Hasta en ese instante, tener una novia, una amiga muerta, una chica perdida y un mafioso, que estaba loco, persiguiéndome. ¿Tan estúpido había sido cambiarme de pueblo? ¿Había sido un error? Gracias a que me mudé, tenía un montón de problemas.
Puse el brazo en la ventanilla del coche, y suspiré. Vi a lo lejos un hotel de cuatro estrellas que estaban arriba de la “H”. Rachel y yo nos quedaríamos en un hotel esa noche. Aparcó mi novia el coche justo delante de la entrada del hotel, y me miró sonriente.
esmoquin. Es para la fiesta de esta noche. Pasaré a por ti dentro de una hora. Necesitas un corte de pelo.
¿Había dicho Rachel un nuevo corte de pelo? Pero si mi pelo rizado estaba bien… Le hice caso, y entré en el hotel con mi maleta de mano colgada al hombro.  En la recepción del hotel, había un chico de aspecto joven. Pero cuando estuve enfrente de él, mi imagen de chico joven se borró de mi mente. Era bajo, tenía una espalda demasiado ancha y una cabeza pequeña. Sus ojos azules eran demasiados grandes para esa cara, y no tenía pelo. Además de decir que estaba en los huesos de lo delgado que estaba. Al llegar y pedirle la llave de la habitación 348, me negó con la cabeza.
-¿Pasa algo?- le pregunté decepcionado.
-Su nombre por favor…- se lo dije. Al oírlo, me miró extrañado.
Después de cinco minutos, ya estaba metido en el ascensor de camino a mi habitación. En el ascensor no estaba solo. Una chica vestida con una indumentaria de oficina y con unas gafas de vista puestas, estaba de pie a mi lado con un café en una mano. Miré hacia arriba cuando sus ojos oscuros se encontraron con los míos verdes. 
-¿Vos sos de acá?- la voz de la chica sonó en las paredes del ascensor, y a continuación llegó a mi oído. Su voz era madura. Le eché como unos treinta años.
También tenía un acento argentino, que se compaginaba con una educación y amabilidad exquisitas.
-No- le miré, y puse una de mis mejores sonrisas- Soy de Estados Unidos.- le contesté en español.
Aprendí español con diez años gracias a mi madre. Ella tenía muchos amigos que eran de Colombia, Ecuador… e incluido de España. Entonces, un día, me dijo que si no estudiaba español no podía salir con mis amigos. Ahora que lo pensaba, mi madre me hizo un chantaje, pero bueno… en aquella edad…
Veía la cara de la mujer que tenía a mi lado, y notaba que su sonrisa me trasmitía una ternura nunca conocida. Su pelo era rubio (mucho), y llevaba sus ojos oscuros pintados con un poco de lápiz de ojos. Tenía un cuerpo muy elegante, que no se correspondía con su edad –que yo me la imaginé-.  Al llegar a la planta donde se encontraban mi habitación, se abrieron las puertas del ascensor con un pequeño pitído.
-¿Vas a bajar a cenar esta noche al restaurante del hotel?- me preguntó la chica cuando salí.
Me volví y le dije:
-Claro.
-Te veré entonces…- se estaban cerrando las puertas, pero antes de que se cerraran del todo, ella me guiñó un ojo con una facilidad impresionante.
<<Me está gustando éste país…>>, admití para mi mismo, andando por el pasillo.
El interior del hotel era muy agradable. Las paredes estaban pintadas en un tono dorado, y el suelo era de mármol. Mi habitación estaba al fondo del todo, y cuando abrí la puerta con la tarjeta que me habían dado, solté un suspiro largo.
La habitación era grande y espaciosa. Las paredes eran de un azul intenso, como el del mar, y las ventanas eran medianas y de color dorado también. El suelo era negro completamente, y de los lados de las ventanas, colgaban varias cortinas rojas. Habían muchos cuadros; algunos abstractos y otros que dibujaban alguna imagen. La cama era grande, y encima de ella había un esmoquin negro. En los pies de la cama, dos zapatos elegantes acompañaban al esmoquin y encima de la mesita habían dos objetos más: una pajarita negra y una camisa blanca de manga larga. Entré al baño para mirarme los ojos, que me dolían a causa de no haber dormido nada. Pero para mi sorpresa había otro regalo. Allí, encima del lavabo, había un pequeño regalo. Lo cogí con cuidado, y le quité el papel que llevaba. Era una caja. Entonces, le quité la tapa, y pude contemplar un reloj. Era plateado y supuse que sería caro. Me lo probé, y me quedaba muy bien. Al sacar el reloj de la caja, se cayó un pequeño sobre blanco. Lo cogí, y leí en voz alta.

¿Te gusta el esmoquin? Y, ¿Qué me dices del reloj?

Te espero.
                                                            Rachel.
Leí esas dos líneas tres veces. No es que no las entendiese, sino que era porque estaba sorprendido por los detalles que me regalaba mi novia. Eran pequeños regalos, que parecían muy poco por fuera, pero que por dentro llenaban mucho. Me cuidaba, se preocupaba por mi… Y en cambio, yo no se lo compensaba. No le hacía regalos, solo le daba besos y abrazos. Pero, ¿mis detalles hacia ella donde estaban? Todo parecía un sueño. Un mundo sin descubrir, que para mi me parecía un sueño, pero que era real. Era el mundo de estar enamorado.
El móvil que llevaba metido en el bolsillo del pantalón, sonó. Lo saqué con rapidez, y acepté la llamada mientras me lo acercaba a la oreja.
-Quítate el transmisor, y baja ya- me dijo Rachel seria.
-Vale- contesté sin pensar.
Me metí de nuevo el móvil en el bolsillo, y salí de la habitación con ganas de hacerle un regalo a mi novia… ¿ el qué?

De camino al sitio donde mi novia me iba a llevar, pensé en los posible regalos para Rachel.
¿Una joya? No, nunca la había visto con diamantes.
¿Flores? Podría servir….
Llegamos a una casa moderna que estaba a las afueras de un barrio antiguo. La casa no pintaba nada, en medio de un barrio lleno de suciedad y olores. Pero allí estaba. Como si fuera lo mejor de lo mejor para poder vivir. Rachel metió el coche en la parcela que tenía la casa, y allí nos recibió un hombre mayor. Éste parecía un viejo, pero en realidad, se conservaba muy bien. Iba vestido con un traje marrón claro, y al bajar del coche, me miró como si tuviera la rabia. Mi novia se había cambiado de ropa. Ahora llevaba unos pantalones pitillo vaqueros, y arriba una camisa abotonada por delante negra.
-          Rachel, ¿eres tú? Oh, cariño… Cuanto has cambiado…- esto no lo dijo el hombre anciano, sino una mujer (también anciana), que salió como un relámpago de la casa.
Rachel sonrió a la mujer, y se dieron un abrazo. El anciano no dejó de mirarme en todo lo que estuvimos allí. La mujer se llamaba Rosalinda,  era una de las mejores peluqueras de España. Era muy amiga del padre de mi novia, y fue ella la que me cortó el pelo. Veía como mis rizos caían por delante de mi, y al verme en el espejo cuando terminó la anciana, un poco más y ni me reconozco. Mi pelo era del  mismo color, lo único que ahora no habían nada de rizos. Era como una cresta hacia arriba, que se juntaba como una pirámide. Me volví para mirar a Rachel, y ella me dio su aprobación con una leve sonrisa. Al salir de esa habitación- peluquería donde había estado, Rosalinda nos invitó a un café a los dos.
-¿Y qué os trae por Madrid?- nos preguntó la anciana, echando un poco de leche a mi taza.
-Oh- Rachel  me miró como sin saber que decir- Raúl tiene asuntos de trabajo… Y lo mandaron aquí.
-¿Trabajo?- repitió el anciano- que se llamaba José-. ¿En qué trabajas?
-En seguridad- le contesté, dejando la taza en la mesa de nuevo.
Ese tipo no me caía bien, y no supe por qué me pregunto. La respuesta que di fue la primera que se me ocurrió. José puso una mueca, y miró hacia otro lado. Vi como Rachel miraba la hora del reloj que había colgado de la pared, y se disculpó un momento para ir al baño. Me notaba incómodo. Como si estuviera en un mundo que no me pertenecía. Sin querer me toqué el pelo, y recibí unas quejas de Rosalinda.
-¡No te toques el pelo! Que te lo vas a estropear para la fiesta.
-¿Cómo sabe lo de la fiesta?
-Nosotros también vamos- sonrió con amabilidad.
-Hum…- oí la puerta del baño abrirse, y me imaginé que fuese Rachel.
-Vamonos, Raúl. Pronto te tienes que arreglar, no puedes dejar tiradas a las hermanas- me advirtió mientras me levantaba de la silla terminándome mi café.