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sábado, 30 de abril de 2011

Capítulo 9: Problema nuevo


Pasé una mala tarde tres días después. La cena que tuve con Vanesa y Mery estuvo muy bien, y además de enterarme de algunas cosas sin importancia, noté que Mery me estaba tomando mucho cariño… Y yo lo agradecía. Una de esas tres tardes, no recuerdo cual, estaba apunto de meterme en la cama porque me encontraba cansado. Pero unos golpecitos sonaron en la puerta de mi piso. Miré la puerta como si la pudiera abrir con la mirada. Finalmente, me acerqué y abrí. Me encontré con Okiyo. Iba vestida con ropa ajustada, como siempre. Y su pelo negro estaba suelto. Parecía una buena chica y todo… Pero la veía más guapa que otras veces. La luz tenue del pasillo, realzaba sus rasgos japoneses. Y aparte de eso, sus ojos. Eran casi negros, pero me penetraban como si fueran cuchillas.
-¿Qué quieres?- le pregunté serio.
-Oh, venga… Quería saber como vas recogiendo el dinero para Stefan. ¿Me vas a dejar entrar?
-¿Y si te digo que no?- pensé que al decirle esto, se daría media vuelta y seguiría con su camino.
Pero Okiyo puso una sonrisa de esas que me confundía. Se acercó a mi demasiado, y tuve que dar un paso atrás. Pero ella se me adelantó, y me cogió por debajo del cuello de la camisa.
-No querrás que me quede solita ¿verdad?
Y dicho esto, me besó. Sus labios recorrieron los míos. Su beso fue uno de los más apasionados que tuve en mi vida. Nuestros cuerpos se pegaron, y aunque no quería tocarla porque en realidad no sentía nada por ella; Okiyo me cogió ambas manos y las puso en su culo. No podía quitar las manos de donde estaban, porque en realidad, estaba cómodo con las manos ahí… Pero Okiyo me apartó un momento, me miró y se rió. Me volvió a besar. Tenía que haberla apartado de mi mucho antes porque no sabía nada de lo que iba a pasar. Oí unos pasos por las escaleras. Pero Okiyo me tenía tan apretado a ella, que además de oler la colonia que llevaba puesta, no podía separarme. Los pasos siguieron subiendo, y sentí como llegaban hasta el pasillo donde estábamos Okiyo y yo besándonos; Y en donde estaba mi casa. Okiyo pasó la mano por detrás de mi nuca, y me apretó más. Notaba todas sus curvas con solo sentirla. Se me ocurrió abrir los ojos, y vi justo a pocos metros de nosotros, a Rachel con la boca abierta. Tenía los ojos llorosos. Y no tardó nada en que se le derramara una lagrima por la mejilla. Intenté disculparme, pero Rachel salió corriendo escaleras abajo. Okiyo también la vio. Pero se limito a sonreír, y cuando se fue Rachel, me metió de golpe en mi casa. Continuó todo. Aunque en el fondo se mi ser no quería acostarme con Okiyo, no podía parar. Sentía aun la imagen de Rachel en mi mente, cuando Okiyo se echó encima de mi desnuda completamente.
Al despertarme la mañana siguiente, encontré a Okiyo durmiendo en mi pecho. Su pelo negro olía a flores, y estaba desperdigado por mi pecho. Los dos estábamos desnudos en la cama de mi casa. Esa misma noche pasada, ella y yo estuvimos haciendo el amor. Contemplé el cuerpo desnudo de Okiyo… Y fue impresionante. Me di cuenta, que los cuerpos de Rachel y Okiyo eran muy parecidos. Pero ésta tenía más pecho que Rachel; Y eran muy distintas en la cama. Rachel era más madura, y en cambio, Okiyo era como una niña juguetona.  Ésta levantó la cabeza al oír mi respiración agitada, y me miró.
-Buenos días- me dijo.
A continuación, me dio un beso en los labios y puso esa sonrisa que no sabía interpretar. 
-Buenos días, Okiyo- le respondí.
Me levanté de la cama desnudo, y busqué mi ropa interior. No la encontraba por ningún lado, y cogí unos calzoncillos del cajón que había en mi mesita. Me los puse, y cuando iba a salir de la habitación, Okiyo saltó a mi espalda y me empezó a besar por el cuello con una ternura que me produjo un poco de placer. Por lo que pude ver de reojo, ella estaba envuelta en una sábana blanca. En la sábana de la cama para ser más exactos.
-No quiero que te vayas…- me susurró en el oído.
-¿Por qué no? Tengo que recoger un dinero por si no lo recuerdas…
-Lo recuerdo perfectamente, Raúl. Pero me gustaría pasar un poco más contigo. Anoche me lo pase muy bien.
-Bueno… Anoche también me lo pase muy bien. Pero tengo que recoger el dinero para Stefan. No quiero perder más tiempo.- la bajé de mi espalda como pude.
Y Okiyo me cogió la cara entre sus manos elegantes y finas, y me besó de nuevo. ¿Por qué me gustaban tanto sus besos? ¿Por qué no podía dejarla a un lado? ¡Era mi enemiga! Y ahí estaba yo… Besándome con ella. Pero pensé en Rachel. La mirada que vi la noche pasada en ella… Los ojos marrones de Rachel me parecieron lo más triste que vi en toda mi vida. Salí de mi casa con Okiyo detrás. Pensaba que ojala se fuera lejos de mi, pero no hizo eso. Antes de montarse en su mercedes negro, me miró con diversión.
-Te estoy vigilando. No cambia nada lo de ésta noche pasada con lo que he venido hacer aquí…
Se montó en su mercedes, y la vi desaparecer a toda velocidad. Tenía que ir a ver a Jane. Desde que me mandó a la mierda aquel día en la tienda, no la había vuelto a ver. Y me temía, que cuando me volviera a ver de nuevo, no me escuchara. Llegué a la tienda con mi moto. Cuando vi a Jane en el mostrador atendiendo a un anciano, comprendí que era, sin duda, mi mejor amiga hasta entonces. Me miró de una forma que caractericé como decepcionada. Se despidió del anciano, y me miró fijamente apoyando las manos en el mostrador.
-Perdóname- conseguí decir sin que me temblara la voz.
Me acerqué al mostrador, y sentí sus ojos azules en mi. Estaba un poco más alta, pero la vi idéntica. Llevaba su pelo pelirrojo recogido en una cola de caballo, e iba vestida con el uniforme de la tienda.
-Lo siento ¿vale?- continué diciendo- Tengo problema, y no sé como solucionarlos. Bueno, sí que lo sé… Pero no puedo estar pendiente de esos problemas, teniendo uno más grave que es perder tu amistad. He pensado que e hecho miles de estupideces y tonterías… Y la que más me a afectado, a sido la tontería que hice al venir aquí con Rachel. Me trajo ella, pero da igual… El no poder contar con una amiga como tú, me vuelve loco.
Bajé la mirada al mostrador. Todo lo que estaba diciendo era cierto. Jane había sido el máximo apoyo desde que llegué al pueblo. Me había escuchado muchas tardes sentados los dos en el sofá de mi casa; Contándole mis pensamientos, lo que me atormentaba… Y no quería perderla por celos o por lo que fuera… Porque tenía problemas peores. Y los mayores problemas que me preocupaban, los que no me dejaban dormir con mis sueños convirtiéndolos en pasadillas, eran los referidos a Jane y a Rachel. Quería solucionar las cosas con Jane. Porque me temía, que después de eso, tendría que llorar por Rachel. Y eso no quería admitirlo, pero sabía que era verdad.
-Yo tampoco puedo estar cabreada contigo, Raúl- me aseguró Jane, saliendo del mostrador- Porque eres como un hermano mayor para mi. Aunque… mis sentimientos vayan a más, yo los detengo. Eres un buen amigo. Pero entiéndelo. Me cabreó verte con Rachel. Encima, con mi compañera de trabajo. Imagínatelo.
-Te entiendo.
No me pude esperar, y le di una abrazo. La levanté del suelo ya que pesaba poquísimo, y Jane dio un grito de susto. Aquella era la Jane de siempre. La que conocía. Justo allí, le conté todo lo que me había pasado. Stefan Brulloti, lo de Rachel.., lo que hice esa misma noche pasada… A esto, respondió:
-Raúl, ¿sabes lo que has hecho? Rachel siente algo por ti que no lo siento ni yo. Es como un vínculo que tenéis los dos.  Ella me ha hablado muy bien de ti… Y te aseguro, que está pillada por ti, hermano.
Puse una cara de asombro a esto último, y Jane soltó una carcajada.
-La tienes que recuperar- me siguió diciendo- No sé ni como, ni donde… Pero la tienes que recuperar. Y escúchame, me importa un bledo como éste esa tal Okiyo… Lo único que te pido, es que la evites. A toda costa.
-Más guapa que tú no es. Te lo aseguro.
Jane se sonrojó, y me dio un pequeño puñetazo en el hombro para que me callara.
-Me da igual como sea- aseguró Jane.-Pero evítala.
Asentí como hace un alumno ante la orden de su profesor. Y cuando pensaba que la conversación había terminado, Jane dio un suspiro largo.
-¿Y a ti te ha pasado algo?- le pregunté.
Jane bajó la mirada. Me contó que hacía dos días había conocido a un chico en una discoteca. Le pareció amable y simpático. Y además, me contó que le daba vergüenza contármelo. Me di cuenta que Jane se estaba haciendo mayor poco a poco. Y me alegré por ello. Pero mi alegría duró poco al recordarme a mi mismo, que tenía que buscar el dinero para Stefan. Si me pudiera haber olvidado del dinero… Sin duda lo hubiera hecho. Pero no podía. Tenía que llevárselo. La cantidad iba casi a nueve mil dólares, y solo tenía dos mil… Tenía que encontrar un trabajo, pero en cada sitio que preguntaba, me decían que todas las plazas estaban ocupadas. Incluso fui a una empresa de electricidad para ver si tenían un puesto de trabajo. Pero nada. La única solución que me quedó, fue ir al bar que había ido cuando Rachel me llamó para quedar conmigo. Fui al bar, y le pregunté al camarero que donde estaba el jefe. Él me contestó con una voz demasiado grave para un joven de dieciocho años, que estaba en la barra tomándose un whisky. El jefe era un hombre bajito y gordo, y tenía una forma de vestir un tanto rara. Él me dio el trabajo que yo deseaba y necesitaba…  Si no hubiera sido por él, no sé lo que hubiera hecho.

domingo, 24 de abril de 2011

Capítulo 8: Okiyo Takagura


Llamé al teléfono que indicaba la tarjeta pequeña que me dejo Rachel. Al llamar sentí como si no iba a funcionar el plan. Pero después de dos toques de señal, una voz me contestó. Reconocía la voz apaciguada de Stefan Brulloti.
-Escúchame. Dame dos semanas- comencé diciendo.- Y de una manera u otra, tendrá tu padre el dinero encima de la mesa de su despacho.
-¿Y como sé que no es mentira? ¿Qué no vas a salir corriendo?
-¿No confías en un viejo amigo?
Hubo un silencio incómodo al otro lado del teléfono.
-Para que no me causes mayores problemas a mi y a mi padre,- dijo Stefan- mandaré a una amiga mía a vigilarte.
-¿Amiga?
-Sí.- se oyó una puerta al fondo del teléfono- Espera un momento, Raúl- sentí como Stefan tapaba el teléfono con la mano para que no oyera nada. Pero si que oí algo entrecortado.
-Asqueroso viejo de mierda… ¡No me vuelvas a mandar a ese país, Stefan! O juro por mi, que te sacaré los ojos.- una voz sonó por el teléfono. Llegaba un poco tarde, pero lo entendía perfectamente.
La voz sonaba como si fuera una chica. Pero tenía un acento casi asiático.
-Cállate, Okiyo. Tengo un nuevo trabajo para ti.- le dijo Stefan a la voz. 
-¿No me dejas ni respirar o qué?- respondió la voz. Distinguí la voz de una mujer.
-No. Escúchame, tienes que ir a éste pueblo- sonó algo metálico que se movía.- ¡POR DIOS, OKIYO! ¡GUARDA LA PISTOLA!
-Ese pueblo está a la otra punta.
Me asusté escuchando la conversación. Si me iba a mandar aquella mujer loca, tenía que estar preparado.
-Estará a la otra punta. Lo bueno es que tiene mucho aire libre, y te despejarás de todo éste aire podrido de la ciudad. ¿Qué me dices?
-¿Qué hay que hacer?
-Solo vigilar… Nada más. No tienes que mancharte para nada las manos.
Silencio.
-Esta bien- dijo la tal Okiyo.- Pero como se le ocurra subestimarme el tío ese…
-No, no, no… Tú tranquila.
Sentí como Stefan separa la mano del teléfono, y me dijo con voz suave:
-Va de camino. Ten cuidado, Raúl. Okiyo es lista. Te sorprenderá.
-Muy bien. La espero en mi casa. Y por favor, que no vengan más tus hombres a pegarme contigo a bordo.
-Lo único por lo que hago eso- sentí como le daba una calada a su cigarro- Es para asegurarme que estás bien. No quiero que mi amigo se rompa una pierna accidentalmente. Por cierto, ¿cómo está tu pierna?
Cuando me lo dijo, me miré la pierna izquierda y me quedé con la boca abierta. Me remangué el pantalón para ver por donde me había alcanzado la bala, y no me lo pude creer. No tenía nada. Solo una cicatriz como si me lo hubieran cosido…
-Esta bien. ¿Cuándo llega la tía esa?- le pregunté bajándome los pantalones para ver mejor la herida.
-Tiene nombre. Pero ya se presentará ella. Va para tu casa. Sino que… puedes salir de ese hotel, y correr para ya con tu motito. Adiós, Raúl.
Colgué sin despedirme. ¿Había dicho que saliera del hotel? ¿Cómo sabía él que estaba…? Me estaba vigilando todo el rato.
Salí del hotel con prisa. Mi moto estaba aparcada enfrente del hotel. Supuse que Rachel me la abría traído desde mi la calle de mi casa hasta el hotel. Después de montarme en la moto, miré por última vez al hotel. Su fachada era de un color marrón claro. Se veían sus ventanas grandes de las habitaciones, y arriba del todo estaban las cinco estrellas que se le caracterizaban a ese hotel por ser uno de los mejores del país. Era grande y lujoso… No supe como Rachel había pagado una habitación de las más caras. Aunque, hay que decir la verdad, que Rachel era la hija de un rico.
Al llegar a la calle donde se encontraba mi edificio, encontré el mercedes negro justo delante. Al bajar de la moto, sentí un escalofrío. No sé por qué fue… Pero sentía como si la persona que estaba dentro del coche me estuviera mirando. Avancé con pasos cortos, y justo cuando intenté meter la llave en la cerradura para abrir la puerta de abajo, oí unos tacones y después una puerta de un coche al cerrarse. Al volverme para ver quién era, me encontré con unos ojos oscuros con rasgos japoneses. Me miraban con diversión. Di un paso atrás. Contemplé a la mujer que tenía delante de mi. Su cara era hermosa. Era un poco alargada pero era elegante. Sus labios eran normales. Tenía un poco de colorete en las mejillas, y una tez blanca en lo que pude ver de los hombros. Sus ojos eran casi negros. Seguí bajando la mirada, y su… Bueno, su pecho era… Sin palabras. Iba vestida con una camisa de tirantes azul oscuro donde al estar pegada al cuerpo, podía observar sus curvas. Llevaba en las piernas un pantalón negro, y en los pies unos tacones también negros que eran demasiados altos…
-Estoy aquí. ¿Sabe?- me recordó aquella chica o mujer. Daba igual.
Al subir la mirada hacia sus ojos oscuros, vi su pelo negro, liso y largo. Le llegaría por la cintura casi, y le quedaba divinamente con un mechón de pelo largo que cubría un pecho que se notaba con la camisa.
-Tú eres…- comencé diciendo pero me quedé sin aliento.
-Soy Okiyo Takagura- inclinó la cabeza como presentándose- Encantada de vigilarte.- me sonrió de una forma que no supe interpretar.
-¿Eres tú la que me va a vigilar?- intenté aguantar una carcajada al preguntárselo.
Okiyo se puso muy cerca de mi. Sentía su aliento fresco, y su nariz tocaba la mía.
-No juegues conmigo, Raúl.- me advirtió Okiyo con una voz que me dio hasta miedo. Su voz era seductora aun enfadada- Se muy bien hacer mi trabajo. No te creas que no puedo matarte en un segundo sin que nadie me vea como lol hago. Después tiraría tu asqueroso y musculoso cadáver a un río que trascurre por los alrededores de éste pueblo miserable. Lo repito- me dio un beso con ternura en la mejilla izquierda-, no juegues conmigo.
Le sonreí, y ella se apartó de mi con una sonrisa torcida.
-Tranquila. Puedes vigilarme todo lo que quieras. Yo le pagare a Stefan lo que le debo- le aseguré.
-Más te vale.- Y dicho esto, se montó en su mercedes. Vi como doblaba la calle con un derrape, y suspiré.
<<Que mujer más extraña y a la vez tan hermosa…>>, pensé al cerrar la puerta tras de mi.  Aun subiendo las escaleras, sentí la mirada penetrante de Okiyo en mi rostro. ¿Qué me había enviado Stefan a vigilarme? ¿Una modelo?

Estando en mi casa un día por la mañana, oí cantar a Mery desde la casa de enfrente. La oía perfectamente. Incluso me pareció gracioso escucharla con esos pequeños gallos que le salían. No se por qué, pero me levanté del suelo - que había estado sentado un buen rato mirando a la nada. Consumido completamente por mis pensamientos-, y salí de mi casa para ir a visitar tanto a Vanesa como a Mery. Di tres zancadas grandes, y ya estaba en la puerta de éstas. Toqué el timbre dos veces, y escuche como Mery corría por toda la casa para abrirme. Cuando abrió la puerta, su sonrisa era grande y feliz.
-¡Raúl!- corrió la poca distancia que nos separaba, abrí los brazos para recibirla, y cuando saltó encima de mi, le di un abrazo muy fuerte y cariñoso.
-Mery, ¿quién es?- preguntó Vanesa desde el pasillo.
Salió Vanesa limpiándose las manos en un trapo gris, y me miró con asombro. Bajé a Mery al suelo, y miré a su madre con una sonrisa.
-¿Y esa pierna? ¿Cómo está?- me preguntó Vanesa dirigiendo sus ojos azules a mi pierna izquierda.
-Oh… Muy bien. Gracias a cierta persona que tú conoces…
-¿Quién es esa persona?- nos interrumpió Mery a los dos con energía.
Vanesa miró a su hija con una mirada de advertencia y furia. Esa mirada podría haber explotado un coche a cientos de kilómetros. Su hija, al ver la mirada, salió corriendo dando pequeños saltitos y desapareció por el pasillo.
-No quiero que hables de esa forma delante de mi niña. Luego es como un reportero acosando a un famoso. No me deja de preguntarme- me riño Vanesa andando hacia mi.
-¿De qué conoces tú a Rachel?
-¿A Rachel?- se quedó pensativa, y después soltó un suspiro.- Nos conocímos en una fiesta de su padre. Yo, por ese momento, era la novia de un empresario que ayudaba mucho al padre de Rachel o algo parecido… Para entonces, Rachel era prácticamente una adolescente. Tenía trece años y yo veinte tres. Ella era la niña mimada de su padre porque se notaba demasiado… Pero ahora se ha vuelto toda una mujer. Cuando la volví a ver, fue un día que subió a tu casa. Me la encontré en la entrada del edificio. Al principio, no me lo creí que fuese ella. Pero luego, las dos nos conocimos.
-¿La llamaste cuando me desmaye?
-Sí. Claro que la llamé. Busqué por todos los sitios el número de su padre. Y él me dio el número de ella. Cuando vino le informé de cómo habías llegado y…
-Hum- le interrumpí. Ya sabía de lo que habían hablado cuando desperté. Recuerdo esa conversación, como si la estuviera escuchando en ese momento. No quería saber de que hablaron, porque realmente, ya lo sabía.- Solo quería saberlo de qué la conocías.
-Pues ya lo sabes.- Vanesa me miró preocupada- ¿Has venido solamente a preguntarme esa tontería?
-No.
-¿Entonces?- me inquirió.
-Bueno… Era también para preguntaros a Mery y a ti, que si os gustaría veniros a cenar mañana a mi casa. Como buenos amigos…
Vanesa pareció sorprendida. Se mordió el labio, y noté como se ponía tensa.
-Vale- me contestó después de un largo silencio por su parte- Pero no quedemos muy tarde. Al día siguiente Mery tiene colegio.
-¿A las siete?
-Allí estaremos.
Terminé de hablar con ella. Mery se ve que oyó que me iba ya, y salió del interior de la casa corriendo. Me dio un último abrazo de despedida. Cuando se separó de mi, la miré como mira un padre a su hija. Aquella niña era un sol. Me prometí que la cuidaría como si fuera mi propia hija. Después de salir de allí, decidí que lo mejor sería dar una vuelta por el barrio para comprar algo si me salía la oportunidad y las ganas. Al salir, vi el mercedes negro en el mismo sitio de siempre. Dentro estaba Okiyo con unas gafas de sol grandes. Se estaba retocando el pelo, mientras se miraba al espejo pequeño que llevaba en la mano izquierda. Al cerrar la puerta del edificio, Okiyo levantó la vista en mi dirección. Al verme, se dejó de tocarse su pelo negro, y bajó la ventanilla del conductor.
-¿Un paseo?- me preguntó con esa sonrisa que siempre me confundía y no sabía como interpretarla.
-Sí. Necesito despejar las ideas.- le contesté empezando a andar. Okiyo me llamó.
-¿Y ahora que quieres?- le pregunté dando la media vuelta sobre mi.
Vi a Okiyo bajar del mercedes. Se quitó las gafas con una sensualidad que me quedé helado, y anduvo hasta ponerse a mi lado.
-Cuando el señorito quiera…
Parecía que Okiyo decía cosas muy groseras, pero a mi me encantaban. Se paso todo el rato jugando con las gafas, y hubo ratos que se tocaba su pelo negro. Hubo un momento, que me miró con sus ojos oscuros. La mirada solo duro dos segundos, pero bastó para que me quedara embobado mirándola. Aquella mirada fue… impresionante. Okiyo siguió andando, y contemplé sus curvas desde atrás. Se paró a varios metros de mi, y miró el reloj que había dentro de una tienda de golosinas.
-Yo me tengo que ir. Ésta noche he quedado- me dijo, dándose media vuelta sobre sus tacones, y viniendo hacía mi de vuelta.
-¿Has quedado?- le pregunté como si no lo hubiera oído.
-Sí- me respondió parándose delante de mi.
-¿Con quién si se puede saber?
-Con alguien. No me seas cotilla, anda… Ni celoso- me tocó la cara con su mano. Sentí su tacto suave y a la vez cariñoso.
Sin dejarme hablar, paso por mi lado. No sé cuanto tiempo me quedé parado en medio de la calle. Lo único que sé, es que Okiyo se estaba pasando. Me estaba confundiendo mis pensamientos, sentimientos y emociones hacia ella. Estaba seguro que yo a Okiyo le gustaba. Porque, ¿que otra cosa podía significar todo eso que hacía?


viernes, 22 de abril de 2011

Capítulo 7: Ten cuidado con tus planes...


-Déjame explicarte que yo…
Rachel me hizo un gesto con la mano para que me callara. Sentí como el estómago se me cerraba del miedo, y caí en la cama de espaldas con los ojos cerrados.
<<Sin una vida, hija…>> Eso es lo que le dijo Vanesa a su hija antes de irme una tarde a comprar. La vi en el rellano de la escalera contándole una historia a su hija Mery. Mery era una niña de estatura media porque todavía no había crecido. Su pelo era idéntico al de su madre, pero sus ojos… Cuando se giró para saludarme -por orden de su madre,- sus ojos me sorprendieron tanto que abrí la boca de asombro. Eran de color avellana muy claros muy claros… Como si el marrón se hubiera disuelto con agua. Mery, al ver mi cara de idiota, se rió por lo bajito. Noté como se sonrojaba al seguir mirándola confuso. Pero su madre me pilló, y se rió a carcajadas.
-Eres el primero que hace eso…- me dijo Vanesa, sonriendo.
Vi como ella y su hija se alejaban por las escaleras.
Pero, aun recordaba como me quedé cuando le vi los ojos a Mery. Eran preciosos. Nunca los había visto.
-Le debes dinero a Brulloti- me recordó Rachel cuando empezó a hablar. Me sacó de mis recuerdos tan bonitos cuando descubrí a la pequeña Mery. Rachel se hizo un moño con una goma del pelo, y me miró furiosa.
-No me acordaba. Ni tan siquiera sabía que de lo que hice esa noche.
-Pues yo sí. Fui una de las invitada de Stefan. Yo no tenía nada con él…- me explicó Rachel, caminando por la habitación del hotel porque oí sus tacones- pero fue un gran amigo. Y lo sigue siendo… Aunque creo que ahora estará un poco-demasiado cabreado conmigo.
-¿Contigo?
-Sí. Me dijo que no le gustaba que estuviera una piedra preciosa en manos de un negro que debía ser un esclavo.
Comprendí aquella insinuación perfectamente. Sino… ¿Qué yo era el negro y ella era la piedra preciosa?
-Conozco también a su familia. Joder, Raúl.- exclamó Rachel.- Menudo embrollo te has echado encima. Dime, ¿qué plan tienes para solucionarlo?
-¿Plan?- repetí asustado.
Ya todo aquello me parecía una película de acción, con traficantes y etcétera… Pero si encima Rachel añadía la pregunta: <<¿Qué si tenía un plan?>> Ya era el colmo… Porque la película no podía ser mas completa. Abrí los ojos, ya que había estado hablando todo el rato con los ojos cerrados. Me encontré con los ojos marrones de Rachel. Estaba muy cerca de mi. Prácticamente, pegados. Parpadeé sorprendido, pero ella estaba seria.
-Necesitamos un plan. Sabía que iba a pasar esto…- suspiró- ¿Por qué lo has dejado todo para el final? Sí no hubiera sido por Vanesa no sé lo que te hubiera pasado.
-¿Vanesa?- le interrumpí con los ojos entrecerrados. Ya lo entendía todo. Mi vecina le había llamado a Rachel, pero… - ¿De qué conoces tú a Vanesa?
Rachel guardó silencio, y siguió mirándome seria.
-Me recuerdas a un adolescente.
Iba a decir algo, pero ella me tapó la boca con sus labios. Los sentí junto a los míos. Su cuerpo y el mío se pegaron más. Se dejo tumbar encima de mi. La separé sin causarle un rechazo, y la miré.
-¿Cómo un adolescente?-mencioné- ¿Qué quieres decir?
-Quiero decir…- me respondió ella quitándome la camisa blanca- que un adolescente es igual de pasota que tú ahora. - tiró la camisa a un lado de la habitación. Sus ojos estaban ahora con un brillo especial. Me pasó su dedo fino y largo por mi pecho desnudo… Y sentí una electricidad.- ¿Me vas hacer sufrir?
-Solo si tu quieres. Nunca he tratado mal a una mujer.
-Pues mas te vale que no sea yo la primera a la que trates mal.
Le toqué la cara con el dorso de la mano, y sonreí. Parecía como si el mundo girara alrededor de ella. Era guapa, tenía buen cuerpo… ¿Qué más podía pedir? Cuanto más la miraba, mas… Dejé la frase en el aire de mis pensamientos. Porque era mejor no acabarla. Al mirarla me recordaba a una película que vi hacía un tiempo. No tenía nada que ver con lo que estaba apunto de suceder en aquella habitación, pero la imagen de la chica protagonista de la película se ajusto a Rachel como un guante. Rachel no tenía la cara pintada de blanco, con los labios rojos, el pelo recogido en un moño de geisha y acompañada de un kimono de azul cielo con flores bordadas en él. Esa película me acordaba que me hizo llorar a mis dieciséis años. Nunca había llorado con ninguna película por mucho que los demás presentes lloraran sin más. Pero con aquella película -que me obligó una novia a verla- lloré demasiado; Viendo como la protagonista tenía que afrontar cosas difíciles. Parecía como si la cara de la joven geisha, fuera idéntica a Rachel. Aunque, dado, que ésta no llevaba ni tan solo un kimono puesto. Pero no sé… la pude comparar, porque las dos eran muy hermosas. Pero había tantas diferencias en sus interiores que ni yo me atrevía a nombrarlas.
Rachel se quitó de encima de mí, y salió de la habitación sin decir nada. ¿Qué pasaba ahora? ¿Le había dicho algo o era por qué me quede parado en mis pensamientos? No sé porque fue, pero Rachel se fue un buen rato. Mientras tanto, entré en el baño para verme. Al mirarme al espejo, di un respingo. Llevaba un poco de barba. Mis ojos verdes transparentaban unas emociones que me hicieron llorar. No había llorado desde la muerte de mi madre. Pero el poder desahogarme delante de un espejo, mirando como las lagrimas caían por mis mejillas… Era incluso reconfortable. Fue algo que nunca me había sucedido. Siempre había llorado cinco minutos, poco tiempo…. Pero no lo que me paso aquel día en el hotel. No tenían fin mis lagrimas. Me tapé la cara con las dos manos. Y esto provocó que mis manos, junto con todo mi cuerpo, temblaran. ¿Qué estaba haciendo? Estaba muy confundido para poder pensar… Para decirme exactamente lo que estaba haciendo con tanto misterio… Y mi mente separó los problemas que más me preocupaban.
Primero. Las peleas con Jane no tenían sentido. Porque ella me gustaba, pero nada más. En cambió sentía como si la quisiera como… ¿Cómo decirlo? Parecía como si fuese mi hermana pequeña. Que nunca podría dejar de quererla, pero solo como hermana.
Segundo. Las continuas reconciliaciones con Rachel me estaban volviendo loco. Hasta el simple hecho, de no saber ni lo que significaba yo para ella. Un día nos besábamos, al otro nos separábamos, y al siguiente hacíamos el amor en mi casa. Eso no era ninguna relación…
Y por último, me comía de miedo pensar que me podían hacer esos hombres que me buscaban. Porque no me dejaban en paz… El dinero tampoco era para tanto. Y no me acordaba de la cantidad… Ya sabía los que le pasaba conmigo, pero no había ningún derecho. Les debía dinero, sí. Pero podía pagárselo dentro de dos semanas o incluso…
Me paré en seco. Me miré de nuevo al espejo.
-Eso es…- dije, pensando en voz alta.- Les puedo dar el dinero dentro de dos semanas. Pero, ¿cómo?
En ese momento se abrió la puerta de la habitación, y oí unos tacones que se acercaban al baño. Al girar la cabeza, vi a Rachel de brazos cruzados apoyada en el marco de la puerta. Me miraba con tristeza, esperando una respuesta por mi parte. Pero ella se adelantó a decirme:
-¿Te has decidido ya por tu plan?
Bajé la mirada con decepción.
-Tengo una idea.- musité por lo bajo.
-Venga. Dímela.
-Consígueme el número de ese Stefan Brulloti. Y les daré el dinero dentro de dos semanas.
-¿Dos semanas? Él te lo pide ya. No creo que te  deje tanto tiempo…
-¡Tu dame el puto móvil, y yo ya veré lo que hago!- le grité. Levantando la vista del suelo para mirarla.
Rachel se mordió el labio, pero estaba decepcionada. Lo noté por la forma con la que me miraba. Bajó la mirada, y a continuación salió para la habitación.
-La tarjeta está en tu cama. Cuando quieras reconciliar las cosas y hablar como una persona decente… Me llamas. Pero de momento no cuentes conmigo.- me dijo desde la puerta para salir de la habitación.
Dicho esto, cerró la puerta con un golpe sordo. De nuevo me había quedado solo. Pero lo bueno era que tenía una idea que podía funcionar para salvar mi vida.

martes, 19 de abril de 2011

Capítulo 6: Stefan Brulloti

De vuelta a mi estúpida casa, pensaba en la posible solución de volver a tener una amistad con Jane. Es cierto, que no le sentó muy bien que apareciera con Rachel, pero yo tampoco sabía que se lo iba a tomar tan a pecho. El paisaje de casas y edificios que me rodeaban, me daba la sensación de estar en una jaula. Cuando pude llegar a mi casa por la tardanza de un atasco en la carretera principal, me encontré una furgoneta negra completamente aparcada justo enfrente de mi edificio. 
Al quitarme el casco, me dio la sensación de que alguien me observaba… Miré a todos los lados buscando algo extraño, y de nuevo la vista se me quedó clavada en la furgoneta negra. Bajé de la moto con las manos formadas en puños. Me podía defender bastante bien de cualquier enemigo al haber practicado defensa personal y militar cuando estudiaba en el instituto para defenderme de los idiotas con navaja. Pero yo no contaba en que aparecieran de golpe cuatro hombres grandes y corpulentos, y con pistolas en las manos. Hice un intento en echar a correr, pero una bala me rozó la pierna izquierda. Vi el suelo ante mi, y me tapé la cara con las manos para amortiguar el dolor. Un dolor intenso, como si me quemaran la piel, me corría por la pierna donde me habían dado.  Miré de reojo como dos hombres se acercaban hacia mi, escondiendo las pistolas debajo de sus trajes para que la poca gente que había en la calle no las viera. El primer hombre me cogió del brazo y me levantó de una sacudida. Asustado, le di un puñetazo en la cara. El hombre gimió como los leones, y me soltó. Me dejé caer al suelo porque no pude sostenerme con los pies por culpa de la bala. El segundo hombre me pegó con la puntera del zapato en el lado derecho de mi cuerpo. Grité de dolor, y sentí como la sangre brotaba en mi boca. El tercer hombre vino hacia mi fumándose un cigarro. Era delgado, alto y estaba apretado por los músculos. Llevaba un traje elegante con una corbata negra al cuello. Me recordó como las películas de La Mafia Italiana donde los hombres iban siempre vestidos con trajes de empresario y fumaban cigarros. Miré el rostro de aquel hombre. Tenía unos labios finos que se abrían para fumar el cigarro fino y largo. La nariz era puntiaguda y grande; el pelo lo llevaba peinando hacia atrás como si llevara un litro de gomina para sujetarlo. Los ojos eran azules como el cielo, y al sonreír, vi unos dientes blancos como la nieve. En conjunto su cara parecía joven al igual que el cuerpo… Pero cuando me habló sentí como si escuchara a un hombre de cuarenta años.
_¿Cuándo piensas devolverle la pasta a mi padre?- me preguntó sacándose el cigarro de la boca.
Lo miré con rabia, y escupí en el suelo la sangre que tenía en la boca.
-Vaya…-el hombre le dio una calada al cigarro, y añadió tirando el humo por la nariz.- Soy Stefan Brulloti, y mi padre es Alejandro Brulloti… El mayor comerciante de motos de éste país. Te advierto que está deseando que le devuelvas su dinero…
-¡Yo no tengo nada!- le contesté al mismo tiempo que dos hombres me cogían por las axilas y me ponían en pie.
Aguanté el dolor de la pierna izquierda tanto, que la vista se me empezó a nublar. Tuve miedo de caer al suelo inconciente, y que esos hombres me cogieran y me llevaran a donde ellos quisieran. Stefan se acercó a mi con el cigarro agarrado por sus labios, y con la mano abierta me dio una bofetada que me cruzó la cara de lado a lado.
-Idiota- Stefan me cogió del cuello de la camisa.- ¡Dame el puto dinero!
-Yo no tengo nada… Ni tan solo me acuerdo como se lo pedí si fuera el caso…
-La fiesta de mi hermana Estela Brulloti- negué con la cabeza porque no me acordaba.- Te invitamos porque eras en aquel momento el ligué de mi hermana. Te dimos la bienvenida como si fuéramos de la misma familia a nuestra mansión de Miami. Esa noche te emborrachaste, y aparte de follar con mi hermana en su cuarto, le pediste a mi padre un dinero. Un dinero para cubrir tus gastos con la moto que te compraste…. ¿O no? ¿No te acuerdas, Raúl?
Mi mente recordó aquella noche. Yo tenía veinte años, y acaba de conocer a Estela en una discoteca. Pero para ese entonces, yo era un crío por decirlo de alguna manera. Me gustaban las mujeres demasiado, las motos y con ello el dinero. Recuerdo aun la cara del padre de Estela. Serio y con arrugas en la cara, me dio la bienvenida en la entrada de la mansión Brulloti. Esa familia era millonaria, ya que la familia vendía muchas motos desde sus fábricas y ganaba dinero con la importación y exportación de diferentes motos. Me quedé inmóvil mirando a Stefan. No me acordaba de que le pedí dinero a su padre, pero si de Estela…
No sé como fue, pero aun me quedaban fuerzas para escapar de esos tipos. Le di un cabezazo a Stefan, y los dos hombres me soltaron para ayudar a su jefe. Cuando me miraron, les escupí en la cara y a continuación les di una patada en el estómago. Llegué a mi edificio cojeando, pero lo conseguí. En la entrada como había visto antes, estaba un hombre vigilando que no se había enterado de nada… Miré el suelo asustado, y encontré un palo largo de una escoba que supuse que se había caído del contenedor de basura que había al lado. Me dirigí al hombre en silencio por detrás, y le di con el palo de escoba en la cabeza. Después, le pegué de nuevo en las piernas y finalmente se lo rompí en la cara dándole de lado. La nariz del hombre crujió cuando cayo al suelo de frente. Entré en el edificio deprisa. Subí las escaleras como pude, y al llegar arriba toqué a la vecina de enfrente de mi casa. Mi plan fue meterme en la casa de mi vecina Vanesa, para despistar a los matones. Conocí a Vanesa una noche que salí a tirar la basura. Mi vecina no era de esas que se pasaba todo el día cotilleando de los demás o algo por el estilo… Ella era profesora de pintura en el instituto del pueblo. Cuado la vi, me imaginé que tendría veinticinco años… Pero cuando me dijo que tenía treinta y tres años, no me lo creí. Se cuidaba muy bien Vanesa, porque hacía mucho deporte. Era guapa, y su pelo rubio me fascinaba cuando se lo dejaba suelto. Sus ojos eran azules como el mar y tenían algún tono de verde cuando le deba la luz. Me comentó un día, que tenía una hija que se llamaba Mery. La tuvo a los veinticuatro años, pero el padre las abandonó por otra mujer. Deduje después, que Mery tendría nueve años de edad. Recordé todo aquello cuando Vanesa abrió la puerta de su casa al oír mis golpes.
-Oh, Raúl… ¿Quieres algo?- me preguntó con amabilidad al verme.
La empujé hacia dentro de la casa porque oí pasos de los hombres y sus voces graves por el hueco de la escalera. Vanesa me miró asustada cuando la empujé, y dijo:
-¿Qué está pasando?
Nuestras miradas se cruzaron un segundo, y fui al balcón de la casa para ver si podía encontrar una salida. No oía a Mery por ningún lado, y dese el pasillo le grité a Vanesa que estaba en la puerta de la entrada:
-¿Mery no esta?
-No, no… Se ha ido con mi madre a comprar- me respondió, cuando aparecí por el pasillo con la pierna sangrándome.
Vanesa dio un grito de horror, y se tapó la boca con las dos manos. Miró como me desplomaba en el suelo al intentar ir hacia ella. Miré por último su cara redonda y hermosa, antes de que mis párpados se cerraran y no pudiera ver nada mas.

Sentí unos labios en mi frente. Pero no abrí los ojos. Me notaba cansado. Oí una voz de mujer.
-¿Ha llegado a su casa con la pierna así?
La voz era seductora, pareciendo como si fuera un ángel.
-Sí. Abrí la puerta, y me empujó al interior de la casa. ¿Por qué hizo eso? Yo sé que usted es su amiga, y supongo que deberá saberlo.
La otra chica guardó silencio.
-Y después vinieron unos hombres- continuó la voz suave- Me preguntaron si lo había visto, y les dije que no. Me aseguraron que si pasaba él pasaba por su casa, y lo veía, que los llamara.
-Soy su amiga- respondió la voz seductora.- Pero no lo sé todo de él. Aun hay cosas que me sorprenden. ¿Le importa si me lo llevo para un hotel? Creo que estará mas seguro allí que aquí.
Entendí como la otra voz contestaba un “sí” por lo bajo. Después, todo se volvió a oscurecer. 

domingo, 17 de abril de 2011

Capítulo 5: Parece un sueño...

A la mañana siguiente me desperté tarde. Me senté en la cama con un dolor de cabeza que no podía soportar, y miré el reloj pequeño y negro de la mesita. Indicaba con los números en verde fluorescente las doce de la mañana. Sentí el calor de los rayos del sol en mi espalda. Me pasé los dedos por el pelo alborotado, y di un profundo suspiro. Parecía como si me hubieran matado, y después hubiera resucitado como por arte de magia. Mi mano derecha al ponerla atrás, tocó un cuerpo con curvas. Miré por encima del hombro al cuerpo, y vi a Rachel durmiendo. Su respiración era normal y continuada. Me acerqué a ella, dejándome tumbado a su costado. Rachel estaba durmiendo de tal forma que me daba la espalda. Le di un beso en la nuca que se podía ver…. Y ella gimió al despertarla. Yo puse en mis labios una sonrisa sin darme cuenta. Parecía un loco, perdido y enamorado de aquella mujer. ¿Qué tenía que la hacía tan especial? ¿Su cuerpo? ¿Su inteligencia? ¿Sus besos?
El pelo de Rachel caía en la almohada blanca como la harina. Era negro y mostrada algunas ondulaciones. Rachel estaba tapada hasta el pecho, lo cual, lo único que podía ver de ella, era los hombros con un tono de sol, la nuca, el pelo y su rostro. Al volver la cara, Rachel me dejó ver sus ojos marrones como la tierra. Aun de día, sin maquillaje apenas y con una sonrisa en sus labios… Era mas hermosa. Me acerqué a ella, y le di un beso en la frente.
-Abro los ojos y te encuentro a mi lado… ¿Puede pasar algo mejor todavía?- le dije a Rachel con un susurro.
-Sí.- me respondió, dándome un beso rápido en los labios.
-¿Ah, sí?- le hice cosquillas por debajo de los brazos, y por todo su cuerpo.
Rachel se removía entre las sábanas como un bebé llorando. Pero la diferencia entre un bebé y Rachel, era que ésta se reía en vez de llorar. Acabamos los dos en el suelo de la habitación besándonos. Rachel estaba en el suelo sin ropa, y yo encima de ella pero aguantando mi peso con mis brazos fuertes al lado de su cara perfecta.
-¿Sabes que quiero hacer?- le dije en la oreja todo lo cariñoso que pude.
Al mirarla, Rachel se estaba riendo por lo bajito.
-¿Qué quieres hacer?- me respondió, pasándome un dedo por el pecho desnudo.
-Esto.- y a continuación la besé con pasión.
Después, la cogí como los novios recién casados cogen a la chica para llevarla a la cama en su luna de miel, y me dirigí con Rachel en mis brazos a la ducha.

No desayunamos en mi casa, porque Rachel se tenía que ir a trabajar en su nuevo trabajo. El nuevo trabajo de Rachel, no se comparaba en nada con lo que ella estaba especializada que era en motos. Rachel me dijo antes de montarnos en mi moto, donde teníamos que ir. Pero como no me enteré de nada, ella me dijo que me iba a guiar por las calles. Resulta que ella trabajaba en una tienda donde se vendía de todo. Las calles por donde íbamos y atravesábamos me recordaban de algún hecho transcurrido por allí… ¿Pero el qué? Esa era la pregunta que me extrañaba.
Al final de la calle, me dijo Rachel que la tienda del fondo de la calle era donde trabajaba. No pude tirarme de la moto o simplemente darme la vuelta, porque llevaba a la chica que me gustaba detrás.
¡Normal que me sonaran las calles!
La tienda era la misma en la que trabajaba Jane. Las manos me temblaban. <<No pasa nada. No se conocen…>>, pensé para tranquilizarme. Pero no fue así. Al contrario, empeoró las cosas.
Cuando entré en la tienda, mi cara se transformó en el puro miedo. Rachel entró con una sonrisa, y se dirigió al mostrador. Yo me quedé parado como un poste al suelo en la entrada, porque no quería seguir con aquello. Rachel al no oír mis pasos por detrás de ella, se giró y me dijo:
-¿No vienes hacia dentro?
Parpadeé varias veces para volver al mundo de los vivos, y asentí con la cabeza aunque en mi interior dijera que no. Que idiota que fui al seguir a Rachel. Al llegar al mostrador, vi unos ojos azules de diferentes tonos, mirándome con asombro. Jane abrió la boca para decir algo, pero Rachel la interrumpió para saludarla.
-Hola, Jane. ¿Cómo estás?- volvió la cabeza hacia mi, y añadió.- Éste es Raúl, y es un compañero. ¿No te importa que me acompañe hoy? Ahora vengo que tengo que ponerme el uniforme en el baño. Coge algo de comer si quieres, Raúl.- y dicho esto, me sonrió con cariño, y anduvo hacia el baño que estaba a la derecha. Miré asustado a Jane. Llevaba el uniforme de la tienda - jersey ajustado blanco, y un pantalón negro-, su pelo pelirrojo era ondulado esa vez, y caía a los lados de su cara redonda y bonita. Jane dio un suspiro enfadada, y se volvió a la estantería que tenia detrás para colocar bien unos tarros de mermelada. Intenté decir algo, pero ella me interrumpió con un tono de ironía en su voz.
-Ya veo lo bien acompañado que estás.
Me sentó como si me tiraran un cubo de agua helada por todo el cuerpo, porque a parte de sus palabras, sentí un escalofrío que recorrió mi cuerpo de arriba hacia abajo.
-Solo es una amiga.- le objeté, cogiendo una bolsa de patatas fritas de una estantería que había a mi derecha.- Además, ¿tú no tienes hoy clase?
Jane se volvió para mirarme. Sus ojos azules echaban chispas.
-Hoy no he tenido clase porque resulta que mis compañeros se han ido de excursión y yo no quería irme. Pero, claro…. ¡Para ganar un puto dinero me he tenido que quedar en la tienda! ¿ Y que veo? Apareces tú…
La tienda no era mas grande que mi nueva casa. Las paredes tenían un color blanco y estaban un poco descoloridas por la luz que entraba por las ventanas. Debajo de mi, había un suelo negro como el carbón. Al lado del mostrador, había una especia de nevera donde estaban todas las botellas y refrescos. Intenté poner una sonrisa pero no pude. Jane cogió la bolsa de patatas que tenía entre las manos, y la paso por el escáner para coger el precio.
-Una amiga…- murmuró Jane apretando los dientes.- ¿Era con ella con la que estabas? ¿eh? ¡Te la tirabas mientras estabas conmigo! ¿Cómo me pude quedar aquí…? Me tenía que haber ido a la excursión para no verte.
-Yo nunca he estado contigo como pareja.- le recordé con una voz que me pareció demasiado triste.
-¡Vete a la mierda!- exclamó Jane lanzándome la bolsa de patatas a la cara con furia.
En ese instante apareció Rachel con el uniforme de la tienda puesto, y con una sonrisa de oreja a oreja. Ella no se temía nada de lo que había pasado en su ausencia… Pero yo lo sentía todo por mi interior. ¿Por qué no mandaba lejos a Jane de mi vida? Solo era una adolescente que no entendía nada de la vida. Era como una chica mas en el mundo… ¿Y por eso no la podía quitar de mi vida con tanta facilidad? ¿Por eso me sentía mal en aquel momento cuando la miraba?
<<Idiota- me dije- Ella te gusta. ¡Admítelo!
Rachel vino hacia mi sin darse cuenta con la cara que me miraba Jane, y me dio un beso corto en los labios.
-¿Vienes después a buscarme?- me preguntó al separarse de mi.
-Claro.- le respondí.
Al darme la vuelta, sentía la mirada de Jane en mi espalda con intensidad. Abrí la puerta de la tienda para salir al exterior. La luz me dio en los ojos, y cogí las gafas de sol que las llevaba colgadas en el cuello de mi camisa blanca. Me las puse y me dirigí a mi moto.
Ya tenía un nuevo problema para intentar solucionar. 

martes, 12 de abril de 2011

Capítulo 4: Te estás perdiendo....

Recibí la llamada de Rachel a las diez de la noche. En ese momento estaba yo preparando una especie de “cena” que no se podía llamar así. Mi cena consistía en un sándwich y una cerveza. Rachel me dijo que me esperaba en mi casa. Pero, claro. Uno se pregunta cómo sabía Rachel donde vivía. Muy fácil… Se lo dije yo. No sé porque lo hice pero tenía muchas ganas de verla y mi casa parecía el mejor lugar para quedar a vernos. Me di cuenta mientras esperaba a que viniera, que la quería. Quería a Rachel. Y no era normal querer a una persona después de conocerla dos meses antes. Era anormal. Pero quién sabe… ¿Algo podía ser normal en mi vida en esos instantes? No era muy normal que mi corazón se me aceleraba cuando pensaba en ella. Y una pregunta me comía por dentro: ¿Ella sentiría lo mismo que yo? Aun pensaba en lo que había pasado en casa de Jane. Ella estuvo dispuesta en adentrarse en territorio peligroso, porque yo era una persona que cuando me lo daban todo en las manos, no lo rechazaba. Al contrario. Lo cogía todo.
Rachel me saludó en la entrada de mi casa con una sonrisa. Su pelo negro, largo y liso caía por su espalda. Cuando Rachel entró, me fijé en sus piernas que se veían debajo del vestido. Llevaba en su pierna derecha un corte debajo de la rodilla.
-¿Y ese corte?-le pregunté lanzándole una cerveza desde la cocina al salón.
-¡Ah!- cogió la cerveza al vuelo, y se quedó mirándola pensativa.- En éste último mes he hecho deportes un poco peligrosos…
-¿Peligrosos eh?- me senté en una silla de metal, y bebí un trago de cerveza.- ¿Para que querías verme?
Mi pregunta le sorprendió a Rachel. Estaba de pie, mirándome con sus ojos marrones. La conversación que teníamos no se comparaba con nuestros sentimientos. Si los dos estábamos deseando vernos, ¿por qué en ese instante nos quedábamos sentados mirándonos el uno al otro?
-Bueno- movió la lata sobre sus manos bronceadas- Te echaba de menos.
-¿Qué?- repliqué sin darme cuenta.- ¿Me echabas de menos?
Rachel asintió.
-Y si tanto me echabas de menos… ¿Por qué no contactaste antes conmigo?
-¿Y tú? ¿Por qué no llamas cuando me lo prometiste?
Le miré con los ojos entornados. Tenía razón. Yo tampoco había hecho ningún esfuerzo en buscarla, en saber donde estaba y como se encontraba después de haberme ido.
¿Qué explicación tenía?
Ninguna.
-No lo sé.- le confesé con voz apagada. Me levanté de la silla, y cuando estuve enfrente de ella, le cogí las manos con las mías.- ¿Por qué nos hacemos esto?
Una lagrima bajó por la mejilla de Rachel.
Estaba llorando. Noté como mis ojos se me empapaban de agua. No entendía que hacíamos. Una noche nos queríamos y al día siguiente no queríamos saber nada del otro. En realidad, nuestra historia de amor fue un día… Una noche de pasión. Solo eso. Nos conocimos por accidente. Y ahora, mira como estábamos.
-Será porque te quiero.- objetó ella intentando poner una sonrisa en sus labios pero sin éxito.
-¿Me quieres? Rachel se realista. Nos conocemos desde hace dos meses escasos… No creo que lo nuestro sea para…
-Bésame.- me interrumpió Rachel con voz dulce.
Mi mirada recorrió sus labios suaves a la vista y al tacto. No me lo pensé. Le cogí la cara entre mis manos, y la besé. Nuestros labios se juntaron después de un tiempo sin verse. La agarré por la cintura con mis manos, y ella se engancho con sus piernas sobre mi cintura. La apoyé en la pared, y mis besos bajaron poco a poco por el cuello. Ella metió los sus dedos por mi pelo negro, y se rió.
-¿Te puedo decir una cosa, Raúl?- me preguntó, mientras le besaba el cuello.
Me aparté de ella, y la miré a sus ojos marrones.
-¿Qué?
-Te quiero- y a continuación me besó con pasión, atrayéndome hacia ella.
Los dos caímos en el sofá, y continuó todo. Rachel se desprendió de su vestido y yo me quité la camisa juntos con los pantalones.
¿Iba a pasar lo mismo de la última noche que estuvimos juntos?
Acepté en todo.
Rachel y yo hicimos el amor en el sofá. Sin rencores, sin problemas… Solo ella y yo.  

lunes, 11 de abril de 2011

Capítulo 3: ¿Una nueva chica?

-Quiero esas… Sí, esa. Gracias.- elegía entre unas gafas y otras de sol.
Siempre tuve unas pero eran para salir a correr y no para ir con la moto. Me gustaban las gafas de sol con los cristales oscuros y anchas de los lados. El dependiente me las dio para que me las probara. Me miré en un espejo pequeño que había encima del mostrador, y puse una sonrisa.
-Perfectas.- me contesté a mi mismo.
Salí de la tienda del pueblo, con las gafas puestas. Me fui a un bar que había descubierto una noche de aburrimiento paseando por las calles de Trilon. Era un bar que tenía un ambiente motorista. Era de esos bares que se tocaba música en directo tipo rock y metal, y que la gente tomaba cerveza a litros y fumaba hasta reventar. No era yo mucho de ese ambiente, pero me pareció lo mas recomendado dado que no encontré un bar mejor. Entré en el bar, y me quité las gafas.
<<Menudo ambiente…>>, pensé dirigiéndome a la barra para pedir algo.
Un hombre se chocó conmigo. Lo miré duramente, pero me arrepentí antes de decir algo. Aquel hombre era grande, y tenía tatuajes por los dos brazos. Me miró como un perro rabioso, y yo seguí caminando.
-Ponme algo. Lo que sea.- le exigí al barman que me miró con detenimiento.
Me sirvió algo en un vaso grande con hielo. Removí el vaso para ver mejor el líquido que había en su interior. Parecía fuerte solo por la olor. Bebí un trago, y sentí como el líquido bajaba por mi garganta con ardor. Tosí dos veces, y respiré una bocanada de aire.
¡Dios! ¿Qué era aquello? Aquel tipo de bebida era muy fuerte. Pero soporté otro trago. Esperé a que se me pasara y bebí otro. Oí una música que provenía de mi chaqueta. Cogí el móvil con lentitud, y acepté la llamada con torpeza.
-¿Quién es?- pregunté con voz ronca.
-¿Hola?- me contestó la voz.
Quise hacer algo. Como gritar, llorar, reír… Algo que pudiera reflejar mis sentimientos y emociones. Pero me fue imposible.
-¿Rachel? ¿Eres tú? Me pensaba que…- comencé diciendo.
-Cállate.- me ordenó la voz seductora y femenina.- ¡No me llamaste, Raúl! ¿Qué pensabas? ¿Qué no te podría encontrar o qué?
-¿Cómo? De que coño hablas…
-Me pensaba que te habían cogido. No vuelvas hacerme otra vez esto.
Me apoyé en la barra con dificultad. La copa ya me estaba haciendo efecto.
-Rachel. Escucha, ahora no puedo hablar.
-No. Escúchame tú. Necesito verte.
-¿Pero tú no estas por ahí? De viaje, digo.
Al otro lado del teléfono oí un suspiro.
-Después te llamo. Por favor, ten cuidado. ¿Vale?
-Sí, claro…- ahora me notaba cansado. La cabeza me pesaba demasiado…
Rachel colgó al momento. Pagué el estúpido líquido que me habían dado, y salí del bar para ir a ver a Jane. Pero ese día no terminó ahí… Continuó.

Veía las escaleras del piso dobles. Dentro del edificio de Jane, había una peste exagerada a cigarro y drogas. Notaba que estaba borracho porque me tambaleaba mucho. Habían pasado dos meses desde que vivía en mi nuevo pueblo. Me acordé cuando conocí a Jane en la tienda. En esos momentos, yo y Jane éramos amigos íntimos, nada mas… Aunque ella siguió intentando besarme, yo la rechacé en todo lo que pude. No era fácil rechazar a una chica como Jane… Su cuerpo era divino, y su boca… Todo. Pero no era Rachel.
Llegué a la puerta con un tropezón. Me apoyé en ella, y toqué el timbre. Después de tres segundos, Jane me abrió la puerta. No tenía la misma mirada de siempre. Sus ojos azules estaban rojos con síntomas de haber llorado. Antes de poder decir nada, Jane se tiró a mis brazos y lloró. Lo único que pude hacer fue acariciarle el pelo pelirrojo y fino con la mano. ¿Qué le pasaba? Estuvimos un tiempo abrazados en el portal de su casa, hasta que me invitó a entrar.
-¿Qué te pasa?- le pregunté con claridad.
<<Que raro…- pensé- Antes no podía ni sostenerme y ahora estoy bien.>> ¿Me estaba volviendo loco?
-Mi madre- respondió Jane entre lloros.- Ha sido encontrada muerta en su casa de España.
.-Jane, lo siento.- ella se sentó en el sofá marrón, y yo a su lado.- No sabía que tu madre y tú estuvierais tan unidas.
-No. No lo estábamos. Pero, es mi madre… Y la quería.
Pensaba cosas sin sentido. Hasta que dije lo primero que me salió:
-Escucha. Si necesitas algo. Dímelo. ¿Vale?
Jane me miró con curiosidad. Notaba su aliento caliente en mis labios. Nuestros ojos se miraban buscando una conexión. Jane se acercó mas a mi. Y me estuve inmóvil, esperando a que pasara. ¿Por qué le tenía que haber dicho lo anterior? Ahora tenía que cumplir mi palabra.  Jane me besó en los labios. Sus labios eran fuertes y suaves al mismo tiempo. Su lengua se movía jugueteando con la mía. Me separé de ella para parar aquello.
-Jane, no quiero que hagamos esto.
Pero Jane no me escuchaba. Se estaba quitando la chaqueta, y se tiró a por mi. Intenté separarla pero era fuerte. Me besó por el cuello, y fue bajando poco a poco por mi pecho.
-Jane, para por favor.- le pedí, mientras me quitaba la chaqueta y la camisa de golpe.
Me siguió besando, y empezó a quitarme el pantalón. No pude aguantarme, y la cogí por los brazos para que me mirara.
-Jane Deim. Escúchame por una vez. Yo en estos temas soy el primero en reaccionar… ya sabes. Pero no puedo. ¡Tienes diecisiete años! ¿Te crees que no me enteraría?
Ella me miró asustada. Se bajó de mi pecho, y se alejó al otro extremo del sofá.
-¿Cómo lo supiste?- me preguntó con un hilo de voz y a la vez vergüenza.
Un momento.
Jane tenía en realidad diecisiete años. Ella me comentó en la primera cena que tuvimos en el bar, que tenía veinte años. Pero mi conciencia no estaba satisfecha, y empecé a investigar en mis tiempos libres. Después de terminar de trabajar como vendedor de motos, me pasaba por los parques donde los adolescentes bebían y charlaban como sitios de reuniones. Un día, me acerqué a un grupo de chicas -no mayores de dieciocho años.- y les pregunté por Jane. Se las describí físicamente, y les pregunté que si iba al instituto. Después de risas y tonterías, me dijeron que si. Que tenía diecisiete años, y que era una chica muy mentirosa.
Cuando las chicas me contaron eso de Jane, enseguida mi mente reaccionó. Si no hubiera tenido mas de dieciocho años, yo no le habría pedido acompañarla. Porque me llevaría problemas con sus padres, pero podría haber sido una historia de amor muy bonita.
Y me negué. Me lo negué a mi mismo. ¿Es qué estaba loco o qué? Yo no necesitaba mas problemas… me sobraba con los que tenía. Fue una decepción cuando me enteré que Jane… No estaba destinada para mi.
-Investigué por ahí.- le confesé con tranquilidad.- ¿Por qué lo hiciste? Me mentiste y encima yo creía en ti.
-Pero si te decía mi edad…- me objetó Jane con tristeza.
-Lo sé. No me hubiera ido contigo. Tienes razón. Pero… No quiero que me mientas mas. Y no quiero que pase nada entre nosotros esta noche. ¿Lo entiendes?
Jane asintió con la cabeza.
-Bien… Bueno, me tengo que ir. He quedado con alguien.
-¿Con quién?- me preguntó poniéndose la chaqueta.
-Con…- suspiré- con una amiga. Que hace mucho tiempo que no la veo.
Me abroché de nuevo los pantalones. Me puse la camisa, y me despedí de Jane con un beso en la frente.
-No te librarás de mi, enana.- le susurré en broma.
Ella se rió, y me dio un golpe en el hombro con cariño.
-Hasta mañana, Raúl.- Y a continuación cerré la puerta.