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viernes, 27 de mayo de 2011

Capítulo 13: Mi hijo está muerto por tu culpa

Llegué al gimnasio justo a la hora que decidí llegar. Al entrar, una chica físicamente fuerte, me recibió con una sonrisa.
-Buenas. Era para apuntarme al gimnasio.
La chica me preguntó tres veces como se escribía mi apellido, y una por si había ido al gimnasio antes. Yo le respondí que sí, y le deletreé mi apellido. Ella me miró los brazos dos segundos, y a continuación me dio una botella de agua, una toalla y una tarjeta para poder entrar cuando quisiera. Entré al vestuario de hombres y dejé mis cosas allí.
Pasó la mañana estando en el gimnasio, y al terminar, me metí en los años para darme una ducha. Cuando me estaba duchando, me acordé de que la toalla para secarme, me la había dejado en el banco más alejado. Como no quedaba nadie en los baños, salí de la ducha desnudo y fue a por mi toalla. Que casualidad, que cuando la cogí, la puerta del baño se abrió. Detrás, aparecieron dos chicas. Me estaban mirando con una mirada que me dio hasta miedo. Me tapé como pude, y antes de decirles nada, se fueron con pequeñas risitas. Solté un suspiro por no cabrearme, y empecé a secarme el cuerpo con la estúpida toalla.
Salí del gimnasio, le dije adiós a la chica que había en la entrada, y me monté en la moto. Al llegar a mi casa, noté algo diferente. La calla estaba llena de coches policiales por todos los lados y dos o tres ambulancias. Bajé de la moto, y vi a mucha gente al lado de la entrada de mi edificio. Corrí un poco, y aparté a la gente para ver que pasaba. Al apartar a la última persona, vi lo más horrible de mi vida. Jane estaba tirada en el suelo, con sangre en la barriga y con los ojos cerrados. Un policía me apartó de un empujón hacia atrás para que no estorbara a los médicos.
-¡Jane!-grité a pesar de los ruidos de la gente y lamentos. Pero ella no levantó la cabeza del suelo.
-Por favor, no puede pasar- me replicó el policía con voz grave.
-¡La conozco!- miré de nuevo a Jane que estaba siendo transportada en una camilla hacia la ambulancia.- Espera- grité de nuevo para que la ambulancia parara.
El policía me metió otro empujón, y me dijo:
-Apártese.
-Dígame a que hospital va.
Él se quedo pensativo.
-Hospital Conde- contestó al final- ¿Sabe donde está?
-Si, si…- me di media vuelta y corrí hacia mi moto todo lo rápido que pude.
Entré en el hospital corriendo y jadeando a causa del cansancio acumulado, y le pregunté a la chica de la recepción por Jane.
-¿Jane?-tecleó el nombre en el ordenador- ¿No sabes sus apellidos?
-No, lo siento- me disculpé frotándome los ojos- Solo se eso. Acaba de llegar con una herida en la barriga.
-¡Ah, sí! La chica con la bala en la barriga-dijo emocionada- Está en el quirófano dos.
-Muchas gracias.
Subí hasta la segunda planta donde estaba el quirófano, y esperé a que la operación terminara.
Pasaron… ¿Una hora? ¿Dos? No estuve seguro. Pero la cabeza me dolía exagerado. Abrí los ojos, y salió un médico del quirófano. Me miró con sus ojos azules oscuros.
-¿Es usted familiar de Jane?- me preguntó con una voz muy suave.
Asentí con la cabeza, y me levanté de la silla.
-Bueno… Ha llegado con una herida muy complicada, y ha perdido mucha sangre. Hemos hecho todo lo que hemos podido pero…
No oí nada más. Caí al suelo de rodillas y lloré como nunca lo había hecho. Los médicos llamaron a los padres de Jane, y yo nunca vi el cuerpo de mi amiga. Aquel día me recordó, lamentablemente, cuando murió mi madre. Sentía de nuevo como el mundo se derrumbaba a mis pies. Se destruía todo a mi alrededor, y en mi interior se derretían todos los sentimientos hacia Jane.
¿Por qué?
Porque estaba muerta. Ya no podía ir a su casa o ella a la mía. Ya no podíamos hablar los dos de cosas de amigos o solo decir tonterías…. Ya no.

Un pitido me despertó en medio de la noche. Abrí los ojos con cansancio y sentí que aquel sonido provenía de mi móvil. Me levanté de la cama, y al poner los pies en el suelo, sentí como el frío corría por las plantas de mi pies con rapidez. Llegué a la cocina, donde estaba mi móvil. Al cogerlo, me extrañé de que no fuera una llamada… Sino un mensaje. Leí el mensaje con rapidez ya que eran solo tres líneas.
¿Te sientes mejor, Raúl? Que pena… Pobre Jane. Ella no ha hecho nada, pero mira por donde, se lo ha cargado esa pobre chica todo. Ya me contó Okiyo que tú habías matado a mi hijo, Stefan. Pues ahora, sufre tú solo. A la próxima te quitaré algo más valioso.
Leí el mensaje tres veces. Aquel cabrón de Alejandro Brulloti había matado a Jane. Tiré el móvil al sofá, y me senté en el suelo con un golpe sordo. No dormí en toda la noche al saber que todo lo que había hecho para librarme de mis problemas, me había causado uno mucho peor: Tener como enemigo a Alejandro Brulloti.
Rachel también se enteró del asesinato de Jane, al igual que Okiyo. Ésta misma, se atrevió a venir a mi casa a pesar de haberle mentido a Alejandro diciendo que yo era el asesino de su hija - en realidad era ella-, y siguió con su juego de seducción. Cuando la vi esperando para que le abriera la puerta, me creció en mi interior una rabia que no pude controlar cuando sus ojos me miraron.
-Fuera- le dije nada más abrir.
-Raúl, espera.- me lo dijo de una forma, que mi mano no hizo ninguna fuerza para cerrar la puerta delante de sus narices- Es mi trabajo, y con el padre de Stefan no puedo bromear. Tengo mucha confianza con él.
-¿Eso a que coño viene?
-Escúchame. Solo dije lo primero que se me ocurrió.  Yo no quería meterte…
-Mira, no me digas que ahora tú no has hecho nada… Por tu culpa mataron a Jane, y nunca te voy a perdonar por eso.
Okiyo hizo un intento en darme un abrazo, pero yo me aparté a un lado. Ella se quedó quieta, y sonrió triste.
-No quiero discutir contigo. Pero te avisé: tengo un trabajo. Y no lo voy a dejar de lado. ¿Qué te crees? ¿Qué es fácil plantarle cara a Alejandro Brulloti? Tú estás loco…
-Nadie es inmortal, y nadie puede causarme miedo. No me voy a arriesgar a que maten a Rachel. Por eso voy a ir a por él.
Ella suspiró. Dio dos pasos hacia atrás, y contestó con un hilo de voz:
-Se nota que la quieres.

viernes, 20 de mayo de 2011

Capítulo 12: Empezar de nuevo


Okiyo me llevó con su coche hasta la tienda donde trabajaban Rachel y Jane. Entré delante de ella, y cuando Jane y Rachel posaron la mirada en mi, sonrieron de alegría. Intenté poder una sonrisa, pero todavía tenía el miedo en el cuerpo. Stefan no quería el dinero - o sí-, lo único que quería era matarme. Pero… ¿ qué paso con el dinero? Supuse que se había quedado en el bolsillo de Stefan, pero me equivoqué. Okiyo me lo dio de nuevo, después de que se llevaran unos amigos de ella los cadáveres. Los cuerpos no aparecieron en mi casa cuando entré en ella. Le di un abrazo a Jane y otro a Rachel.
Al separarme, Rachel miró por encima de mi hombro.
-¿Okiyo?- preguntó Rachel para sus adentros, pero en realidad lo había dicho para nosotros.
-Hola, Rachel- le contestó ésta cogiendo una bolsa pequeña de chucherías.
-Después de quince años nos vemos ¿eh?
-Por desgracia…- Okiyo le lanzó la bolsa que había cogido a Rachel. -¿Cuánto vale?
Ésta miró la bolsa, miró a Okiyo, y de nuevo a la bolsa. Le dijo que costaba dos dólares, y Okiyo sacó el dinero. Lo dejó encima del mostrador con un golpe seco. Miré a las tres chicas que tenía a mi alrededor, y me dio un escalofrío. No me gustaba estar solo con tres mujeres. Recordé, que una vez hice un trío con dos chicas. Fue muy raro pensar en eso, pero no lo pensé a propósito. Rachel me miró las manos donde tenía una pequeña mancha de sangre en mi piel. Yo también miré la mancha… Esa sangre era de Stefan.
-¿Qué ha pasado?- preguntó.
-Nada, pesada- contestó Okiyo por mi- Siempre igual. ¿Por qué siempre tienes que saberlo todo?
-No te he preguntado a ti.
-Pues haber especificado, imbécil.
-¡Okiyo!
-Déjame
-Chicas, por favor. Callaros ya- les grité a las dos.
Jane no decía nada, solo contemplaba a Okiyo con el ceño fruncido. Me imaginaba lo que estaría pensando: <<¿Por qué ésta chica le dice esas cosas a Rachel?>> o también…: <<¿Qué coño está pasando?>>. Jane miró a la pared del fondo sin fijar la mirada en nosotros y dijo con una voz que ni yo reconocí:
-Que alguien me explique que está pasando. Pero si nadie quiere, iros de la tienda a arreglar las cosas en otro sitio. Los tres.
Le expliqué brevemente lo que pasaba. Jane dio varios gritos de asombro, y no paraba de decir: <<Oh, Dios…>>, por cada exageración que decía. Al final, salí de la tienda y dejé a las tres chicas allí para que arreglaran sus cosas… No tenía ganas de seguir oyendo estupideces. Yo pasaba de momento de aquello. Empecé a andar en dirección a mi casa, y tatareé una canción que me cantaba mi madre cuando tenía ocho años. Bonitos recuerdos vinieron a mi mente con la mención de mi madre, y sonreí  sin darme cuenta. La echaba de menos.
En mi casa, no encontré ningún cadáver. Lo que sí encontré, fue algunas manchas de sangre en el suelo, pero por lo demás no había nada. Estaba todo limpio, sin cadáveres, sin sangre… (excepto el suelo). Sin duda, Okiyo me había salvado de algo muy gordo. Nada más llegar, me fui a la ducha. Cuando me quité la camisa, me miré al espejo con una mueca de disgusto. Notaba como mi pecho no estaba igual que antes, porque ahora llevaba una cicatriz en medio… ¿Pero que era? ¿Dónde me lo había hecho? Y recordé, para mi asombro, que esa cicatriz me la había hecho Okiyo con sus uñas sin querer… La verdad era que mis musculos no se notaban igual que antes. Yo no estaba obsesionado con ser fuerte como un tipo de esos chicos que solo piensan en el físico… Eso no. Solo me gustaba estar “marcado” por llamarlo de alguna manera. Me metí en la ducha, y dejé que el agua cayera por mi cara y por mi cuerpo. El agua estaba ardiendo,  como a mi me gustaba. Cerré el grifo, y respiré varias bocanadas de aire caliente. Mi mense te fue al lugar más oscuro de mi alma, y encontró la cara de Stefan con un tiro en la cabeza. Di un suspiro largo… Y salí de la ducha. A continuación, después de secarme, me acosté en la cama.
<<Un día complicado. Pero no necesito más problemas. Lo de Stefan a terminado gracias a Okiyo; y mis problemas con ella, Rachel y Jane también han terminado. Solo queda reorganizar mi vida>>, pensé antes de que me durmiera.

Capítulo 11:Sí no sabes de lo que hablas... Cállate.



La línea del tiempo. Esa línea que por más que se puede, no quiero tocarla. La miraba en mi interior como se alargaba día a día… Esperando para que todo encajara en su lugar correspondiente. ¿Pero era tan fácil? En esa línea se abrían cinco caminos. En el primero estaba mi vida tal y como la conocía. En la segunda estaba Rachel. En la tercera estaba Jane. En la cuarta estaba Okiyo junto con Stefan, y por último estaba mi temor a hacer algo que pudiera causar una desgracia o algo peor. ¿Cómo podía explicar esas cinco líneas brevemente? No lo sabía. Esperé a que mis sentimientos y emociones se encargaran de eso… Pero no sirvió tampoco. Esa línea del tiempo pasaba…. Pasaba… y pasaba. Y mi camino seguía igual. En todas las mañanas que me despertaba solo o acompañado, pensaba en esa línea del tiempo. Creí que me estaba atormentando demasiado, pero no. Era lo correcto. Ya tenía el dinero para Stefan Brulloti en un sobre blanco guardado debajo de la cama. Mi relación con Rachel mejoró; y cogimos la costumbre de irnos a pasear todas las tardes por el bosque que había al lado del pueblo. Me gustaba el bosque porque había tantas plantas y de tantos tipos, que me parecía fascinante. Solo me faltaba un día para darle el dinero a Stefan, y me sentía de tal forma, que no podía ni levantarme de la cama. Ese día estaba con Rachel. No supe a que hora me desperté, pero fue tarde. Olí el zumo de naranja que salía de la cocina, y me incorporé de la cama. Me pasé las manos por el pelo despeinado. Cerré los ojos, y me vino a la mente los labios de Okiyo. Abrí de nuevo los ojos con un brillo en ellos. ¿Qué estaba haciendo?
Tantas personas habían pasado por mi lado en forma de novia o rollo de una noche, que ni me acordaba de sus nombres. Es cierto que en la adolescencia fui un ligón y perdí la virginidad a mis quince años, pero ese no era ahora el caso. Fui para la cocina, y vi como Rachel sacaba dos tazas del microondas. Me miró de reojo, y puso las tazas encima de la encimera con dos sonidos sordos.
-Hola- me saludó, echándole café a la primera taza.
No supe como había encontrado esas tazas, dado que yo siempre me tomaba mi desayuno en un tazón grande con cereales. Ese era mi desayuno. Me senté en una silla que estaba enfrente de la mesa donde siempre desayunaba ya que era la única, y apoyé los codos en ella.
-Mañana tengo que darle el dinero a Stefan- dije al fin.
-Bueno- Rachel me pasó una taza, y se sentó en la silla de enfrente. Bebió un pequeño sorbo, y miró a la taza, pensativa-, no creo que Stefan te haga nada cuando le devuelvas el dinero.
-No me preocupa Stefan- admití, rascándome la poca barba que tenía.
Me la tenía que cortar después de todo.
-Okiyo.
-Exacto.- le aseguré a Rachel.
Ella se removió en su silla como si estuviera nerviosa, y me miró con alegría.
-Te entiendo.
Se levantó de la silla, y dejó la taza en el fregador.
-Pues eso a mi no me consuela. Prefiero algo más- me levanté, y cuando estuve cerca de Rachel le di un beso en la mejilla.
-Si no te consuela… Siempre puedes tirarte por un barranco.
-¿Ah, sí?
-Tengo que irme a trabajar, Raúl- me dijo después de darme un beso largo en los labios. A continuación, se fue para mi cuarto sin decir nada.
Me dejó con la intriga de poder hacer algo. Justo me había dejado… ¿Plantado?
<<Chica lista…>>, pensé terminándome el café.

Dejé a Rachel en la tienda, y fui de nuevo a mi casa porque tenía que coger el dinero. No quería llevar el dinero al día siguiente. ¿Por qué? Me lo quería quitar de encima cuanto antes, mejor. Llamé a Stefan, y el me contestó:
-¿Ya lo tienes? Hum… Claro, Raúl. Me lo puedes dar oír sin falta. Voy ésta tarde a tu casa.
Y así fue. A las cinco en punto de la tarde, Stefan apareció en mi piso con cuatrop hombres. Eran los mismos hombres que me atacaron la última vez, donde me dejaron casi muerto con la bala en mi pierna izquierda. Sentí como mis músculos se tensaban a la idea de poder recibir otro disparo. Le entregué el dinero a Stefan después de vacilar unos cuántos segundos.
-Vaya- puso una sonrisa torcida-, que rápido acaba esto.
No sé a que se refirió cuando lo dijo, pero sus dos hombres que estaban más próximos a mi, me cogieron por los brazos y apretaron. Vi el puño de Stefan acercándose rápidamente a mi casa. Mi cabeza se movió atrás del duro golpe, y miré el techo de mi casa en segundos. Stefan sacó una pistola de detrás de sus pantalones, y me apuntó con en la cabeza.
-Deseaba que llegara este momento. Te voy a decir un pequeño resumen de lo que va a pasar cuando venga la policía, y hagan su propia conclusión.  Te pegas un tiro en la cabeza, porque a parte de estar loco, estás bebido hasta las trancas. Y nada más… Porque… ¡Ah! Nosotros no estaremos presentes.
-¡Tienes el dinero!- le grité alterado.
No quería que mi vida acabara allí. En ese momento no. Tenía novia, mi vida estaba bien, tenía un trabajo… ¿Por qué acabar ahora?
-Cierto. Tengo el puñetero dinero. Pero no tengo una cosa: a Rachel.
-Rachel nunca estaría…- no pude acabar, ya que Stefan disparó un vaso que había encima de la mesa. Se me helaron las palabras.- ¡Para, Stefan! No quiero problemas contigo.
-Pero sí ya los tienes…- me volvió a apuntar con el arma- Esos problemas los tendrás hasta el resto de tus días. ¿Cómo una chica como Rachel puede estar contigo? ¡Puede aspirar a más!
-Yo no he hecho nada.
-Estoy harto. Jack. Edward. Cogerlo bien. Quiero apuntar a la cabeza.
Vi como Stefan estaba apretando el gatillo, pero permanecí con los ojos abiertos. Se paró el tiempo o eso me pareció a mi. Antes de disparar, se abrió la puerta de golpe de mi casa, y voló una bala a hacía la cabeza de Stefan. Éste soltó un hilo de sangre de la boca cuando la bala le atravesó el cráneo, y cayó al suelo. Los demás hombres se miraron asustados, y sacaron sus pistolas por lo que tuvieron que soltarme. Distinguí el pelo largo, negro y liso de Okiyo al moverse hacía el otro lado del pasillo. Los hombres dispararon al verla pasar, pero Okiyo fue más rápida. Otra bala salió de su pistola, y le llegó al ojo del hombre que estaba a mi derecha. Y después otras dos donde mataron a los dos hombres que estaban de pie. Solo quedaba uno que estaba agachado detrás del sofá. Okiyo asomó la cabeza por un lado de la puerta, y sus ojos japoneses se encontraron con los míos. Me sonrió divertida, y apuntó al último hombre que no se dio cuenta de nada. Éste recibió la bala en la rodilla derecha, y su cuerpo sonó como un trueno en el suelo. Lloraba de dolor y maldecía algo para si. Okiyo apareció por detrás de la puerta. Iba toda vestida de negra. No iba arreglada de vestimenta como siempre. Iba vestida con un chándal de ADIDAS que solo se podía distinguir del negro, tres rayas blancas a los lados de su cuerpo. Se dirigió al hombre con el arma a un lado.
-Tommy, te dije que no vinieras porque pasaría algo gordo. ¿Ahora tu esposa drogadicta qué? ¿eh?- mencionó Okiyo como si nada.
-Hija de puta. ¡Eres una traidora!- le contestó él con voz grave.
-Mira quien fue a hablar… El que no se llevaba la droga debajo del chaquetón… - y dicho esto, le disparó justo en el corazón- Uno menos.
Me miró, y no supe lo que hacer. Pero ella lo tenía todo planeado. Me dio un pequeño beso en los labios, y me cogió de la mano.
-Vámonos. Tengo que hacer unas llamadas- me aseguró, mientras salíamos corriendo de mi piso dejando atrás a los seis cadáveres.

jueves, 5 de mayo de 2011

Capítulo 10: Sabes lo que quieres... ¿Por qué no lo admites?


Pasé toda la semana trabajando. Hice horas extra, me quedé ordenando el almacén y el bar como si fuera mío. Mañanas, tardes y noches allí metido. Estuve con dolores de cabeza durante unos días, pero no falté al trabajo. Recogí esa semana mil quinientos dólares. Comparando con lo que me faltaba… Era insignificante. Me dolía ver como llegaba el día que le tenía que entregar el dinero a Stefan. Me dolía de tal forma, que no respondía a las llamadas de mi móvil. Jane me llamó muchas veces y dejó millones de mensajes en mi contestador. Pero no los miré. Recuerdo a Okiyo que fue tres veces a mi casa esa semana. Aquella mujer no me dejaba ni respirar… Era abrir la puerta de mi casa, y se me tiraba a los brazos. Admití, muchas veces, que Okiyo me satisfació sexualmente más que nadie en mi vida. Su cuerpo hermoso, al igual que su rostro etcétera… Se posaba encima de mi, con unos besos que me producían un placer extremo. Ella solo me atraía físicamente porque su cuerpo era estupendo.
Una noche, estando en mi casa solo, mi teléfono sonó. Lo miré con los ojos cansados, y fui a cogerlo.
-¿Sí?- pregunté con voz ronca.
-Tengo que hablar contigo, Raúl- la voz de Rachel sonó tan clara, que tosí varias veces como si me hubiera tragado una bola de humo.
¿Era ella realmente? Después de todo… ¿me había llamado? No me la merecía. Rachel no me pertenecía como antes… Me sentí sucio. La había traicionado; y juré que lo que hice no me lo perdonaría en mi vida. Sentí un escozor en mis ojos. Estaba apunto de llorar, pero me pude aguantar hasta colgar el teléfono. Quedé con Rachel en un bar cercano a la tienda en donde Jane y ella trabajaban. Se me hizo angustioso esperar, recogiendo dinero toda la tarde. Recogí doscientos dólares, gracias a un pequeño trabajo que le hice a la madre de Vanesa. La mujer se llamaba Carolain, y tenía ochenta y tres años. Tenían ella y su hija muchos rasgos parecidos. Los ojos azules iguales y los pómulos altos. Le hice una reparación de su fregadero. Entendía un poco de fontanería, pero lo justo. Cuando terminé, recibí un mensaje en mi móvil. Decía así:
         
Muy bueno… Ahora veo que también eres un “manitas”. Vaya… Espero que                seas igual de bueno conmigo en la cama, Raúl. Mira por la ventana de la vieja que esta en la cocina. Me verás.

Hice lo que me pedía el mensaje. Antes de salir de la casa, me dirigí a la cocina y miré por la pequeña ventana que daba al exterior de una jardín con un montón de flores y a la lejos estaba la carretera. Distinguí con mucha claridad el mercedes negro de Okiyo aparcado al lado de mi moto.
-Imposible…- murmuré para mis adentros.
Estaba allí. Apoyada en el mercedes negro. No llevaba gafas de sol, pero su pelo negro caía a un lado de su cuerpo. Okiyo miraba fijamente a la casa de Carolain buscando una forma de entrar. Di un suspiro. Le di un pequeño abrazo y corto a la madre de Vanesa, y salí en busca de Okiyo. Ella me vio, y sonrió para si misma. Me puse mis gafas de sol, y cuando llegué a su lado la miré con curiosidad. Llevaba unos pantalones cortos blancos, una camisa de tirantes negra y unos tacones negros. Se notaba que era japonesa. No me libraría de ella ni en sueños. Fui hasta mi moto sin decirle nada, pero Okiyo se acercó decisiva. Me cogió de la muñeca, y me dio un beso en los labios. Le aparté de mi.
-¿Qué haces aquí?- le pregunté.
-Vigilarte…. Estoy aburrida ¿sabes?
Okiyo se quedó al lado de la puerta de su mercedes, y esperó.
-Me voy a un sitio. No quiero que me vigiles- le ordené montándome en la moto.
Ella se acercó a mi. Llevaba algo en la mano derecha, pero no lo pude distinguir hasta que me apuntó con ello. Era una pistola. Vi en su cara una sonrisa que nunca había visto en ella, y me dio miedo. Me apuntó con la pistola un rato, sin importar la gente que pasaba asustada al ver la pistola.
-Tengo un trabajo, que es vigilarte. No me digas lo que tengo que hacer, por favor- me advirtió Okiyo.
Miré la pistola, y la aparté con el dedo índice hacia un lado.
-Okiyo… No quiero que vengas. En serio, si sientes algo por mi… Déjame ir solo.
Ella me miró. Bajó el arma, y se la metió por detrás de los pantalones. No me dijo nada, solo se montó en su coche y se fue.

Llegué al bar. Me sentía nervioso… Era como si tuviera un nudo en la garganta que no me dejaba tragar. ¿Tanto me gustaba Rachel para pasar por todo eso? Soplé varias veces antes de bajar de la moto. Entré en el bar, y distinguí la silueta de Rachel en la barra. Estaba apoyada en ésta, con la mirada perdida en el vaso que llevaba en la mano izquierda, el cual no paraba de darle vueltas. Un fuerte olor a tabaco me removió el estómago. Me dirigí a donde estaba Rachel, y me senté a su lado. Ella no levantó la mirada del vaso.
-¿Nos podemos sentar en otro sitio?- empecé diciendo, ya que el camarero que estaba sirviendo las bebidas, no paraba de mirar a Rachel. Su mirada me pareció asquerosa, y cuando pude fijar mis ojos en su cara regordeta, no los aparté.
Él también me miró, puso una mueca de disgusto y siguió atendiendo a la gente. Rachel asintió, cogió su vaso y me acompañó a la mesa más alejada y apartada del bar.
-Pensaba, por un momento, que tú sentías algo por mi- me confesó Rachel levantando el vaso hasta sus ojos.
-Y lo siento todavía.
Bebió un trago del líquido que llevaba en el vaso, y me miró. Llevaba los ojos un poco hinchados por haber llorado.
-¿Por qué confié en ti?- frunció el ceño- En realidad, solo eres un cabrón que utiliza a las mujeres para usar y tirar. Me siento tan imbécil…- dejó el vaso en la mesa tan fuerte, que el líquido salpicó un poco- He confiado en ti hasta el punto de quererte. Me estás insinuando que todas las noches, todos los besos y todas las veces que nos hemos dicho “te quiero”… ¿No han servido para nada?
La estaba escuchando atentamente. Abrí la boca para decir algo, pero… ¿el qué? Rachel tenía razón. Muchas noches, después de terminar con el asunto - como decía Jane- , nos decíamos que nos queríamos.
-Mi mayor problema ahora - continuó Rachel-, es pensar en eso. Cuando lo pienso, me siento tan ridícula… Que me humillo a mi misma. Lo único que te digo es una cosa: No sabes como me dolió lo que vi aquella noche.
-No fui yo. Fue…
-¡Fue ella! ¡Ya lo sé! Conozco a Okiyo desde los quince años. Siempre habíamos sido amigas, pero un día yo me tuve un novio que a ella también le gustaba… Y nuestra amistad se perdió convirtiendo en enemistad. Hará todo lo posible para quitarme de en medio. Pero lo que de verdad e duele, es que tú le dejes haer todo lo que ella quiere.
No estaba asimilando lo que me estaba contando Rachel. ¡No podía! ¿Ahora Rachel y Okiyo se conocían? ¿Qué era aquello?
-No puedo creerme eso- admití con voz entrecortada.
-Pues créetelo. Okiyo es mala… demasiado. Sé que es guapa y tiene un cuerpo perfecto, pero puede ser muy peligrosa. Y lo es.
-Aquella noche - comencé diciendo-, Okiyo llegó a mi casa. Yo estaba apunto de acostarme, pero da igual ahora eso… Le abrí la puerta, y antes de poder echarla de allí, me besó. Nos besamos en el portal de mi piso, y cuando tú apareciste… Después de que te fueras, paso lo que tenía que pasar. Ella es hermosa, al igual que tú, y no pude contenerme. Ningún hombre podría haberse contenido a hacerlo, teniendo a Okiyo desnuda delante de sus narices.
Esto no le tuvo que gustar a Rachel, ya que unas lagrimas bajaron por sus dos mejillas. Me acerqué más a ella, y le cogí su cara perfecta entre mis manos.
-No quiero que llores…- le dije en un susurro.
Sentía sus labios muy cerca de los míos.
-… eso es de cobardes- Rachel terminó la frase por mi, y le di un beso cariñoso en los labios.
Después de tanto tiempo, sentí sus labios. La quería demasiado. Sentí una electricidad en la cara al besarla. Las sillas se acercaron aun malas, hasta quedarnos juntos.
-Te quiero- le dije en un susurro, después de separarnos.