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jueves, 5 de mayo de 2011

Capítulo 10: Sabes lo que quieres... ¿Por qué no lo admites?


Pasé toda la semana trabajando. Hice horas extra, me quedé ordenando el almacén y el bar como si fuera mío. Mañanas, tardes y noches allí metido. Estuve con dolores de cabeza durante unos días, pero no falté al trabajo. Recogí esa semana mil quinientos dólares. Comparando con lo que me faltaba… Era insignificante. Me dolía ver como llegaba el día que le tenía que entregar el dinero a Stefan. Me dolía de tal forma, que no respondía a las llamadas de mi móvil. Jane me llamó muchas veces y dejó millones de mensajes en mi contestador. Pero no los miré. Recuerdo a Okiyo que fue tres veces a mi casa esa semana. Aquella mujer no me dejaba ni respirar… Era abrir la puerta de mi casa, y se me tiraba a los brazos. Admití, muchas veces, que Okiyo me satisfació sexualmente más que nadie en mi vida. Su cuerpo hermoso, al igual que su rostro etcétera… Se posaba encima de mi, con unos besos que me producían un placer extremo. Ella solo me atraía físicamente porque su cuerpo era estupendo.
Una noche, estando en mi casa solo, mi teléfono sonó. Lo miré con los ojos cansados, y fui a cogerlo.
-¿Sí?- pregunté con voz ronca.
-Tengo que hablar contigo, Raúl- la voz de Rachel sonó tan clara, que tosí varias veces como si me hubiera tragado una bola de humo.
¿Era ella realmente? Después de todo… ¿me había llamado? No me la merecía. Rachel no me pertenecía como antes… Me sentí sucio. La había traicionado; y juré que lo que hice no me lo perdonaría en mi vida. Sentí un escozor en mis ojos. Estaba apunto de llorar, pero me pude aguantar hasta colgar el teléfono. Quedé con Rachel en un bar cercano a la tienda en donde Jane y ella trabajaban. Se me hizo angustioso esperar, recogiendo dinero toda la tarde. Recogí doscientos dólares, gracias a un pequeño trabajo que le hice a la madre de Vanesa. La mujer se llamaba Carolain, y tenía ochenta y tres años. Tenían ella y su hija muchos rasgos parecidos. Los ojos azules iguales y los pómulos altos. Le hice una reparación de su fregadero. Entendía un poco de fontanería, pero lo justo. Cuando terminé, recibí un mensaje en mi móvil. Decía así:
         
Muy bueno… Ahora veo que también eres un “manitas”. Vaya… Espero que                seas igual de bueno conmigo en la cama, Raúl. Mira por la ventana de la vieja que esta en la cocina. Me verás.

Hice lo que me pedía el mensaje. Antes de salir de la casa, me dirigí a la cocina y miré por la pequeña ventana que daba al exterior de una jardín con un montón de flores y a la lejos estaba la carretera. Distinguí con mucha claridad el mercedes negro de Okiyo aparcado al lado de mi moto.
-Imposible…- murmuré para mis adentros.
Estaba allí. Apoyada en el mercedes negro. No llevaba gafas de sol, pero su pelo negro caía a un lado de su cuerpo. Okiyo miraba fijamente a la casa de Carolain buscando una forma de entrar. Di un suspiro. Le di un pequeño abrazo y corto a la madre de Vanesa, y salí en busca de Okiyo. Ella me vio, y sonrió para si misma. Me puse mis gafas de sol, y cuando llegué a su lado la miré con curiosidad. Llevaba unos pantalones cortos blancos, una camisa de tirantes negra y unos tacones negros. Se notaba que era japonesa. No me libraría de ella ni en sueños. Fui hasta mi moto sin decirle nada, pero Okiyo se acercó decisiva. Me cogió de la muñeca, y me dio un beso en los labios. Le aparté de mi.
-¿Qué haces aquí?- le pregunté.
-Vigilarte…. Estoy aburrida ¿sabes?
Okiyo se quedó al lado de la puerta de su mercedes, y esperó.
-Me voy a un sitio. No quiero que me vigiles- le ordené montándome en la moto.
Ella se acercó a mi. Llevaba algo en la mano derecha, pero no lo pude distinguir hasta que me apuntó con ello. Era una pistola. Vi en su cara una sonrisa que nunca había visto en ella, y me dio miedo. Me apuntó con la pistola un rato, sin importar la gente que pasaba asustada al ver la pistola.
-Tengo un trabajo, que es vigilarte. No me digas lo que tengo que hacer, por favor- me advirtió Okiyo.
Miré la pistola, y la aparté con el dedo índice hacia un lado.
-Okiyo… No quiero que vengas. En serio, si sientes algo por mi… Déjame ir solo.
Ella me miró. Bajó el arma, y se la metió por detrás de los pantalones. No me dijo nada, solo se montó en su coche y se fue.

Llegué al bar. Me sentía nervioso… Era como si tuviera un nudo en la garganta que no me dejaba tragar. ¿Tanto me gustaba Rachel para pasar por todo eso? Soplé varias veces antes de bajar de la moto. Entré en el bar, y distinguí la silueta de Rachel en la barra. Estaba apoyada en ésta, con la mirada perdida en el vaso que llevaba en la mano izquierda, el cual no paraba de darle vueltas. Un fuerte olor a tabaco me removió el estómago. Me dirigí a donde estaba Rachel, y me senté a su lado. Ella no levantó la mirada del vaso.
-¿Nos podemos sentar en otro sitio?- empecé diciendo, ya que el camarero que estaba sirviendo las bebidas, no paraba de mirar a Rachel. Su mirada me pareció asquerosa, y cuando pude fijar mis ojos en su cara regordeta, no los aparté.
Él también me miró, puso una mueca de disgusto y siguió atendiendo a la gente. Rachel asintió, cogió su vaso y me acompañó a la mesa más alejada y apartada del bar.
-Pensaba, por un momento, que tú sentías algo por mi- me confesó Rachel levantando el vaso hasta sus ojos.
-Y lo siento todavía.
Bebió un trago del líquido que llevaba en el vaso, y me miró. Llevaba los ojos un poco hinchados por haber llorado.
-¿Por qué confié en ti?- frunció el ceño- En realidad, solo eres un cabrón que utiliza a las mujeres para usar y tirar. Me siento tan imbécil…- dejó el vaso en la mesa tan fuerte, que el líquido salpicó un poco- He confiado en ti hasta el punto de quererte. Me estás insinuando que todas las noches, todos los besos y todas las veces que nos hemos dicho “te quiero”… ¿No han servido para nada?
La estaba escuchando atentamente. Abrí la boca para decir algo, pero… ¿el qué? Rachel tenía razón. Muchas noches, después de terminar con el asunto - como decía Jane- , nos decíamos que nos queríamos.
-Mi mayor problema ahora - continuó Rachel-, es pensar en eso. Cuando lo pienso, me siento tan ridícula… Que me humillo a mi misma. Lo único que te digo es una cosa: No sabes como me dolió lo que vi aquella noche.
-No fui yo. Fue…
-¡Fue ella! ¡Ya lo sé! Conozco a Okiyo desde los quince años. Siempre habíamos sido amigas, pero un día yo me tuve un novio que a ella también le gustaba… Y nuestra amistad se perdió convirtiendo en enemistad. Hará todo lo posible para quitarme de en medio. Pero lo que de verdad e duele, es que tú le dejes haer todo lo que ella quiere.
No estaba asimilando lo que me estaba contando Rachel. ¡No podía! ¿Ahora Rachel y Okiyo se conocían? ¿Qué era aquello?
-No puedo creerme eso- admití con voz entrecortada.
-Pues créetelo. Okiyo es mala… demasiado. Sé que es guapa y tiene un cuerpo perfecto, pero puede ser muy peligrosa. Y lo es.
-Aquella noche - comencé diciendo-, Okiyo llegó a mi casa. Yo estaba apunto de acostarme, pero da igual ahora eso… Le abrí la puerta, y antes de poder echarla de allí, me besó. Nos besamos en el portal de mi piso, y cuando tú apareciste… Después de que te fueras, paso lo que tenía que pasar. Ella es hermosa, al igual que tú, y no pude contenerme. Ningún hombre podría haberse contenido a hacerlo, teniendo a Okiyo desnuda delante de sus narices.
Esto no le tuvo que gustar a Rachel, ya que unas lagrimas bajaron por sus dos mejillas. Me acerqué más a ella, y le cogí su cara perfecta entre mis manos.
-No quiero que llores…- le dije en un susurro.
Sentía sus labios muy cerca de los míos.
-… eso es de cobardes- Rachel terminó la frase por mi, y le di un beso cariñoso en los labios.
Después de tanto tiempo, sentí sus labios. La quería demasiado. Sentí una electricidad en la cara al besarla. Las sillas se acercaron aun malas, hasta quedarnos juntos.
-Te quiero- le dije en un susurro, después de separarnos.

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