Mis visitas!!

martes, 3 de julio de 2012

Capítulo 38: Te vuelvo a ver.

Nadie se puede imaginar con la fuerza que conducía, adelantando cada coche como si el diablo me persiguiese para quitarme el alma. Saber que Rachel estaba mala, saber que podía estar sufriendo me comía por dentro. Pero yo antes no le había echo caso, es decir, nunca me había preocupado realmente por ella. Siempre había estado de lado a lado, buscando y buscando alguna chica con la que poder liarme y estar bien. Pero en ese instante si que le necesitaba, era como una droga o quizás no. Cuando aparqué el coche con un chirrido de ruedas, bajé rápidamente de éste. Corrí hacia la casa. Esa casa que me daba tantos recuerdos, que me había visto pasar de todo… y se abría paso ante mi, como si fuese yo un dios y aquello fuese el Olimpo. Llegué a la puerta, tocando varias veces con fuerza. Quería entrar, claro que quería. Pasaron pocos segundos que parecían como horas cuando la puerta se abrió para dejar paso a una cara conocida, para ver a Mario. 
-Ya estás aquí…-me dijo posándose a un lado de la puerta. 
-¿Dónde está?-entré sin mirarle tan solo, viendo como la casa seguía igual.
 -Arriba, solo quiere verte a ti. 
Al oír aquello, cogí aire. Mis miedos ya no se podían quitar, debería ser fuerte ¿verdad? Poder ayudar en todo lo que pudiese, pero no era así, para que nos íbamos a engañar. Subí despacio las escaleras, recordando las risas que había disfrutado con Rachel aquella noche. Volví a recordar los besos, las caricias, esos abrazos que parecían tan perdidos que ninguno quería olvidar nunca más. Aquella noche fue especial, como lo que dijimos cuando le vi llorar. Cerré los ojos por unos instantes cuando llegué arriba. ¿Por qué se me hacía todo tan pesado? ¿Por qué me costaba tanto seguir andando y hacer como si no me importase? Pero en el fondo algo me importaba, que me decía que aquello iba mal y que esa persona estaba sufriendo. Anduve hasta la puerta de aquella habitación. Oí unos pequeños jadeos ahogados, como si estuviesen llorando. Tenía que aparentar mucha normalidad con aquello. Entré abriendo la puerta despacio, asomando mi cabeza por el marco de la puerta. No me pude creer lo que veía allí. Su cuerpo se ocultaba debajo de las sabanas, su pelo caía a un lado del colchón y su rostro no se podía ver porque lo llevaba tapado con la sábana. 
 -Rachel…-susurré casi sin voz. La quería oír por encima de todo. Empezó una guerra entre mi corazón y mi mente. Una guerra que no sabía como acabaría, porque uno decía una cosa y el otro otra. 
Apreté los labios, cerrando la puerta. Caminé hasta su lado. Su rostro no se veía pero seguía oyendo los numerosos lloros que tenía aquella chica, aquel recuerdo. Mi mano se acercó a esa sabana de color blanco que tapaba su cara, pero su mano cogió la mía con fuerza. Miré las manos así.
 -Dime que eres tú, por favor-oí esa voz que me hizo recordar cada segundo pasado a su lado. -Soy yo, estoy aquí, Rachel. Se quitó la sabana despacio. Su rostro no era el mismo, se podía ver en cada parte de su cara los síntomas de la tristeza, un dolor que ocupaba su interior y también se encargaba de dejarle mal y triste. 
Mi cuerpo se tenso, no iba a hacer nada. No pensaba hacerlo. Miré esos ojos que me recordaban tanto a lo que habíamos pasado que tuve que apartar la mirada de nuevo. 
 -Necesito tu ayuda, Raúl-me contestó acariciando mi mejilla despacio. 
-¿Por qué? ¿Qué ha pasado ahora? 
-Es el bebé, yo… 
-No, no quiero saber nada de eso-me levanté decidido, mirándole serio-¿Sabes que te dije aquel día? Que no quería saber nada de ese hijo, que no era mío, que me daba igual. 
-¡Pero es tuyo!-Rachel al contestarme, empezaron a caerle las lagrimas de nuevo por las mejillas. Se sentó en el sofá, observándome-Dime entonces de quien es si no es tuyo… 
-Me da igual, ya lo sabes. Como podía contestar aquello cuando no era cierto. ¿Darme igual? ¿Ella? Nunca. Pero, ¿y ese bebé? Me encaminé a la puerta oyendo las suplicas de Rachel que no me fuese. Me paré justo cogiendo el picaporte, susurrando: -Sé feliz, Rachel. 
-¡Espera!-me gritó oyendo después unos suaves crujidos de la cama-Gírate, hazlo. 
 Esa orden no la podía quitar de mi mente. Lo hice, girándome muy despacio. Mi mirada empezó en sus pies para acabar subiendo despacio por aquellas piernas que aun seguían siendo de infarto, como aquella primera vez que la conocí. Mis ojos subían hasta su barriga, que ya no era plana, sino que había un enorme saliente en ésta. Su barriga era enorme, no me lo podía creer. Solté el picaporte despacio, sin apartar la mirada de esa barriga. 
-Dime que ves, dime que sientes, Raúl. ¿Qué pasa cuando me ves así?-me preguntó de forma suave, como era su voz.
 -Que no eres tú-mi voz sonó demasiado fría, como si no quisiera saber nada de aquello. Cuando volví a mirarle a los ojos, de estos salían numerosas lágrimas, rodeando sus mejillas. Abrí la boca para decir algo, pero la cerré de nuevo al oír la puerta. Me hice a un lado al ver que Mario entraba de nuevo en aquella habitación. 
-¿Cielo, todo bien?-le preguntó a Rachel, clavándose esas palabras en mi mente y para que engañarme, en mi corazón.
 -Si… 
-Como se te ocurra hacerle daño…-empezó diciendo Mario, ahora mirándome a mi. 
 -¿Qué pasará? Me piensas pegar delante de tu novia ¿no?- le miré serio, apretando mis puños a los lados de mi cuerpo. Una sensación rara me estaba poseyendo muy poco a poco. -Le estás haciendo daño. Vete-me respondió abriendo más la puerta. 
Rachel no decía nada, por eso le miré. Sus ojos estaban perdidos en el suelo de madera de su habitación. Me mordí la lengua caminando a la puerta. Pase por al lado de la mirada de Mario, observando sus ojos lleno de rabia y odio. Empecé a bajar las escaleras despacio, sintiendo como todo me abandonaba. Ahora me quedaba una cosa, preocuparme de Victoria, olvidar todo lo sucedido en esa maldita casa, y seguir con mi vida. Pero mi corazón ya estaba de nuevo tocado, como siempre.