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viernes, 2 de noviembre de 2012

Capítulo 39: Tengo que asumirlo.


Quizás muchas veces haya dicho que no creía en el destino y tampoco en una felicidad. Pero la verdad es que muchas veces me había equivocado, sobre todo a la hora de elegir entre una felicidad correcta e incorrecta. Podía seguir mintiendo a Rachel y a Victoria. Haciendo creer que cada una era un mundo para mi pero que en realidad solo una traspasaba mi corazón. Las tonterías entre Victoria y yo se fueron apagando poco a poco, ya no todo era lo mismo. Parecía que después de haber visto a Rachel se hubiese quemado todo, quedándose seco y solo. Pero después de todo tenía que decidir entre ellas dos. La vuelta a casa fue demasiado dura.
No dejar de pensar en aquello me estaba matando por dentro y también por fuera. En mi cara se podía reflejar unas ojeras marcadas que caían por debajo de mis ojos verdes. ¿Quién me hubiese dicho que estaría así ahora? Otro suspiro salió de mis labios, dejando que un nudo se formara en mi garganta.
Yo no era así… había cambiado. ¿De qué manera? Pues de muchas, pero era tan difícil de explicar que ni yo solo podía hacerlo. La casa compartida entre los dos, entre mi pequeña familia, se abrió paso entre las luces de la noche. Sonreí de lado sabiendo que me esperaría Victoria por lo menos con un beso y la cena. Al llegar, aparqué el coche a un lado. Subí por las escaleras cerrando antes la puerta pero me di cuenta de que la puerta de la casa estaba abierta. Un miedo me recorrió todo el cuerpo desde la punta de los pies hasta la nuca.
-No puede ser…-susurré caminando despacio hacia la puerta.
Al abrir sentí una presión en la espalda. Caí al suelo empezando a toser porque me quedaba sin aire. Alguien me había dado, pero… ¿Quién?
-Ya veo que siempre has sido igual-empezó diciendo Okiyo con una sonrisa en sus labios.
-¿Dónde está?-susurré levantando la cabeza para mirarle a los ojos.
-Mmmm…. No sé de quién me hablas, Raúl.
-No te hagas la graciosa. ¡Dime donde está Victoria!
-¡Mi amor!-su voz me traspaso la garganta como un cuchillo.
Miré a donde procedía esa voz. Victoria estaba atada en el sofá viendo como yo estaba aun en el suelo, herido y sin poder hacer nada. ¿Cómo podía estar así cuando yo era un hombre y encima más fuerte que ella? Un ataque de rabia, dolor e impotencia empezaron a subirme por las venas hasta el cuello, haciendo que la vena de éste se me hinchara de tal manera que me levanté, cogiendo a Okiyo del brazo. La estampé contra la pared oyéndose así un crujido de huesos.
Enseguida mi mirada fue a la de Victoria. Me levanté como pude caminando con torpeza hacia donde estaba.
-¿Te ha hecho algo?-miré su rostro lleno de moratones y sangre.
-No…-negó Victoria con la cabeza, agachando ésta.
Antes había visto como su mirada mentía tanto como su rostro. Estaba echa polvo y todo por culpa de aquella asesina. Me tenía harto, no pensaba aguantar mucho mas.
-¡Okiyo!-corrí hacia ella con fuerza.
Antes de llegar me esquivó, estampándome así contra la pared. Me quedé quieto, cayendo después hacia atrás. Miré el techo sin saber que me había pasado. Me puso una pistola en el pecho agachándose antes a mi lado.
-Raúl, Raúl…-murmuró por lo bajo, desabrochándome la camisa despacio. No dejaba sonreír y eso era lo que realmente me preocupaba.-¿No sabes lo que le pasa a la gente que se mete conmigo más de una vez? Que me insulta etc…-me desabrochó del todo la camisa, quedando mi torso al descubierto.
No veía nada, ni tan solo sabía realmente lo que me decía. Cerré mis ojos queriendo que aquello parase. Levanté la mano para darle un puñetazo pero la boca de la pistola se clavó en mis costillas. Abrí los ojos de golpe moviéndome.
-Déjame, Okiyo. Mejor dicho, deja a Victoria… ella no tiene nada que ver, por favor.-le miré ahora a los ojos, suspirando.
-Si que tiene que ver-sonrió de tal manera que entrecerré los ojos.
¿Qué quería ahora de nosotros? ¿O de mi?
-No en serio, ella no ha hecho nada.
-Que te calles-me clavó mas la pistola.
Empecé a asentir con la cabeza. Habían dos opciones: o callarse o callarse. Así de claro. No me pensaba meter por en medio de aquello y menos teniendo a Victoria allí. Estaba empezando a odiar a Okiyo y mucho.
Vi como los ojos de la asesina se paseaban por el rostro de mi actual novia. Apreté los dientes y de pronto la pistola se fue bajando hacia mis pantalones. Miré por donde iba negando.
-Estate quieta, por favor. Okiyo, no hagas esto-le miré, empezando a cabrearme.
-No hago nada-sonrió desabrochándome los botones del pantalón-solo quiero ver como está…
-¡Puta salida de mierda! ¡Métete las manos por el puto culo! ¡Guarra!-empezó a gritar Victoria como si la furia se hubiese controlado de ella.
Okiyo paró de mover las manos por el interior de mis pantalones. Solté un suspiro de alivio pero a la vez de temor. Me senté en el suelo, apoyando mi espalda en la pared. Me dolía el cuerpo como siempre pero necesitaba sacar fuerzas de donde fuese. Me levanté apoyándome en la pared hasta quedar de pie. Un plan, y lo necesitaba ahora mismo, ya. La asesina japonesa dio una vuelta sobre Victoria para darle después con el mango de la pistola en la nuca.
-¡No!-corrí hacia ella empujándole de Victoria- ¡Que no le hagas nada!
-Tres, dos, uno… Te avise, Raúl, que estabas cerca de morir-dicho esto, me apuntó con la pistola.
Si no dijera que mi vida se pasó por mi mente y mis ojos en ese mismo momento había mentido. Era una sensación rara, como saber que estabas al final de tu vida pero que no querías acabar con tu vida. Era tuya, ¿por qué te la debía quitar otra persona? Pero nadie podría hablar con Okiyo y menos en ese momento.
El gatillo chasqueó pero la bala no llego a mi, no llego a ningún lado. Abrí un ojo viendo así como la asesina caía hacia atrás, dando un golpe sordo en el suelo.
-No puede ser…-susurré para mi mismo, convenciéndome que aquello era real.
-Si que puede ser, Raúl.
Una voz familiar me recorrió todo el cuerpo. Me quedé quieto, mirando al frente, sabiendo que estaba cerca. La sangre de Okiyo caía por la alfombra nueva que había estrenado Victoria para que viniese su familia justo la semana que seguía.
Aunque en esos momentos la alfombra importaba muy poco. Vi una sombra a mi lado. Era ancha de espaldas pero pequeña y un poco redonda. Subí mis ojos por la sombra hasta llegar a un traje blanco, con corbata y con un rostro que llevaba puesto unas gafas de sol. No me hizo falta decir nada, el intruso y asesino de Okiyo ya me contestó con un:
-Quiero mi dinero, señor Morfesí, ahora.

martes, 3 de julio de 2012

Capítulo 38: Te vuelvo a ver.

Nadie se puede imaginar con la fuerza que conducía, adelantando cada coche como si el diablo me persiguiese para quitarme el alma. Saber que Rachel estaba mala, saber que podía estar sufriendo me comía por dentro. Pero yo antes no le había echo caso, es decir, nunca me había preocupado realmente por ella. Siempre había estado de lado a lado, buscando y buscando alguna chica con la que poder liarme y estar bien. Pero en ese instante si que le necesitaba, era como una droga o quizás no. Cuando aparqué el coche con un chirrido de ruedas, bajé rápidamente de éste. Corrí hacia la casa. Esa casa que me daba tantos recuerdos, que me había visto pasar de todo… y se abría paso ante mi, como si fuese yo un dios y aquello fuese el Olimpo. Llegué a la puerta, tocando varias veces con fuerza. Quería entrar, claro que quería. Pasaron pocos segundos que parecían como horas cuando la puerta se abrió para dejar paso a una cara conocida, para ver a Mario. 
-Ya estás aquí…-me dijo posándose a un lado de la puerta. 
-¿Dónde está?-entré sin mirarle tan solo, viendo como la casa seguía igual.
 -Arriba, solo quiere verte a ti. 
Al oír aquello, cogí aire. Mis miedos ya no se podían quitar, debería ser fuerte ¿verdad? Poder ayudar en todo lo que pudiese, pero no era así, para que nos íbamos a engañar. Subí despacio las escaleras, recordando las risas que había disfrutado con Rachel aquella noche. Volví a recordar los besos, las caricias, esos abrazos que parecían tan perdidos que ninguno quería olvidar nunca más. Aquella noche fue especial, como lo que dijimos cuando le vi llorar. Cerré los ojos por unos instantes cuando llegué arriba. ¿Por qué se me hacía todo tan pesado? ¿Por qué me costaba tanto seguir andando y hacer como si no me importase? Pero en el fondo algo me importaba, que me decía que aquello iba mal y que esa persona estaba sufriendo. Anduve hasta la puerta de aquella habitación. Oí unos pequeños jadeos ahogados, como si estuviesen llorando. Tenía que aparentar mucha normalidad con aquello. Entré abriendo la puerta despacio, asomando mi cabeza por el marco de la puerta. No me pude creer lo que veía allí. Su cuerpo se ocultaba debajo de las sabanas, su pelo caía a un lado del colchón y su rostro no se podía ver porque lo llevaba tapado con la sábana. 
 -Rachel…-susurré casi sin voz. La quería oír por encima de todo. Empezó una guerra entre mi corazón y mi mente. Una guerra que no sabía como acabaría, porque uno decía una cosa y el otro otra. 
Apreté los labios, cerrando la puerta. Caminé hasta su lado. Su rostro no se veía pero seguía oyendo los numerosos lloros que tenía aquella chica, aquel recuerdo. Mi mano se acercó a esa sabana de color blanco que tapaba su cara, pero su mano cogió la mía con fuerza. Miré las manos así.
 -Dime que eres tú, por favor-oí esa voz que me hizo recordar cada segundo pasado a su lado. -Soy yo, estoy aquí, Rachel. Se quitó la sabana despacio. Su rostro no era el mismo, se podía ver en cada parte de su cara los síntomas de la tristeza, un dolor que ocupaba su interior y también se encargaba de dejarle mal y triste. 
Mi cuerpo se tenso, no iba a hacer nada. No pensaba hacerlo. Miré esos ojos que me recordaban tanto a lo que habíamos pasado que tuve que apartar la mirada de nuevo. 
 -Necesito tu ayuda, Raúl-me contestó acariciando mi mejilla despacio. 
-¿Por qué? ¿Qué ha pasado ahora? 
-Es el bebé, yo… 
-No, no quiero saber nada de eso-me levanté decidido, mirándole serio-¿Sabes que te dije aquel día? Que no quería saber nada de ese hijo, que no era mío, que me daba igual. 
-¡Pero es tuyo!-Rachel al contestarme, empezaron a caerle las lagrimas de nuevo por las mejillas. Se sentó en el sofá, observándome-Dime entonces de quien es si no es tuyo… 
-Me da igual, ya lo sabes. Como podía contestar aquello cuando no era cierto. ¿Darme igual? ¿Ella? Nunca. Pero, ¿y ese bebé? Me encaminé a la puerta oyendo las suplicas de Rachel que no me fuese. Me paré justo cogiendo el picaporte, susurrando: -Sé feliz, Rachel. 
-¡Espera!-me gritó oyendo después unos suaves crujidos de la cama-Gírate, hazlo. 
 Esa orden no la podía quitar de mi mente. Lo hice, girándome muy despacio. Mi mirada empezó en sus pies para acabar subiendo despacio por aquellas piernas que aun seguían siendo de infarto, como aquella primera vez que la conocí. Mis ojos subían hasta su barriga, que ya no era plana, sino que había un enorme saliente en ésta. Su barriga era enorme, no me lo podía creer. Solté el picaporte despacio, sin apartar la mirada de esa barriga. 
-Dime que ves, dime que sientes, Raúl. ¿Qué pasa cuando me ves así?-me preguntó de forma suave, como era su voz.
 -Que no eres tú-mi voz sonó demasiado fría, como si no quisiera saber nada de aquello. Cuando volví a mirarle a los ojos, de estos salían numerosas lágrimas, rodeando sus mejillas. Abrí la boca para decir algo, pero la cerré de nuevo al oír la puerta. Me hice a un lado al ver que Mario entraba de nuevo en aquella habitación. 
-¿Cielo, todo bien?-le preguntó a Rachel, clavándose esas palabras en mi mente y para que engañarme, en mi corazón.
 -Si… 
-Como se te ocurra hacerle daño…-empezó diciendo Mario, ahora mirándome a mi. 
 -¿Qué pasará? Me piensas pegar delante de tu novia ¿no?- le miré serio, apretando mis puños a los lados de mi cuerpo. Una sensación rara me estaba poseyendo muy poco a poco. -Le estás haciendo daño. Vete-me respondió abriendo más la puerta. 
Rachel no decía nada, por eso le miré. Sus ojos estaban perdidos en el suelo de madera de su habitación. Me mordí la lengua caminando a la puerta. Pase por al lado de la mirada de Mario, observando sus ojos lleno de rabia y odio. Empecé a bajar las escaleras despacio, sintiendo como todo me abandonaba. Ahora me quedaba una cosa, preocuparme de Victoria, olvidar todo lo sucedido en esa maldita casa, y seguir con mi vida. Pero mi corazón ya estaba de nuevo tocado, como siempre.

viernes, 16 de marzo de 2012

Capítulo 37: 5 meses después

Victoria me miraba mientras me señalaba con una cuchara de madera. Estábamos, yo en el sofá y ella en la cocina, aunque la veía porque la barra americana le llegaba por la cintura. Le sonreí y me levanté del sofá, andando hacia ella. Victoria levantó más la cuchara y negó con la cabeza haciéndose la seria. Di otro paso más.
-No te acerques-me ordenó tirándome la cuchara.
Me agaché y paso por encima de mi cabeza.
-Que mala puntería tienes, ¿te lo he dicho alguna vez?-me reí y di otro paso.
-¿Por qué nunca me haces caso?-puso una mueca.
-Porque eres mi pequeñaja.
Di otro paso y Victoria echó a correr. Saltó por encima del sofá y cayó en él. Yo rodeé el sofá, y me tumbé encima de ella.
-Eso no vale, he tenido que saltar y todo-me dijo Victoria cerrando los ojos.
Cuando cerraba los ojos, significaba que se había cabreado. Pero la mitad de veces era mentira.
-No te cabrees, pequeñaja-me acerqué y le di un beso corto en los labios.
-Es que no me dejas hacer nada-seguía con los ojos cerrados.
Sonreí y empecé a hacerle cosquillas. Las risas inundaron la casa. Después de cinco meses juntos, seguíamos queriéndonos como el primer día. Me conocía bastante bien y yo a ella. Aunque no le conté el mayor problema de mi vida: Okiyo. Pensaba que le había esquivado tras haberme mudado a casa de Victoria.
Le besé en la frente cuando paré de hacerle cosquillas y me quité de encima suya.
-¡No me has contestado!-me gritó asomándose por el respaldo del sofá.
-No quiero que te pase nada-me volví y le sonreí.
-Vale.. Lo sé, pero tampoco es para tanto-se acostó de nuevo en el sofá.
Me acerqué y me asomé por arriba del sofá. Me miraba con sus ojos verdes y me sacó la lengua.
-¿Te acuerdas de nuestro primer beso, Victoria?-le pregunté mirándola fijamente.
-Claro que me acuerdo. Fue en una fiesta, estabas aburrido.
-Pero tú me alegraste la noche-volví a sentarme con ella.
Apoyo sus piernas sobre mis rodillas y me puse a hacerle caricias por las piernas. Si no hubiera sido por ella, aun estaría mal, triste, sin ganas de hacer nada… Pero ahí estaba. La quería, claro que la quería.
Me tumbé a su lado y me miró con una sonrisa.
-Tu nariz es perfecta-me tocó la nariz.
-Tu si que eres perfecta-le pase mi mano por su espalda y le acerqué a mi.
Le besé poco a poco, dejando que nuestras lenguas se tocasen, disfrutando del momento. Victoria se puso encima de mí, mientras me besaba. Un móvil sonó y me susurró sobre mis labios:
-El móvil..
-Lo sé-le seguí besando en los labios.
Viendo que no dejaba de sonar, Victoria se levanto riéndose y caminó hacia donde estaba el móvil. Me levanté y salí al porche de la casa. Ésta era bastante grande, rodeada de vallas de hierro, cámaras, una piscina que quedaba justo al lado de la casa… Era impresionante, con un aspecto rústico y la casa estaba fuera del pueblo. El bosque estaba cerca, y cuando llovía, se podía sentir esa olor a hierba mojada.
Me tumbé en la tumbona, respirando hondo y dejando que el aire escapase por mi nariz. Cerré los ojos bastante rato mientras seguía respirando como antes. Cinco meses con Victoria… se decía pronto, pero costaba llegar hasta ahí. Quizás fue precipitado irnos a vivir juntos, pero lo veía conveniente. No quería seguir viviendo en casa de Jonathan, como si fuera un refugiado. La casa de mi madre, paso completamente a mi nombre, dado que tuve que buscar unos papeles que no los encontraba por ningún lado. Por otra parte, Victoria era una chica estupenda, atenta, cariñosa… Era todo mejor desde que había estado en mi vida.
<>, contestó mi subconsciente.
Abrí los ojos sorprendido y me levanté de la tumbona.
¿Era posible que aun sintiera algo por Rachel? ¿Por aquella chica que me invitó a cenar nada más conocernos? No, no podía ser. Ahora tenía una nueva vida, un nuevo trabajo y una nueva relación. Mi nuevo trabajo era probar coches que llegaban desde el extranjero o de otros países. Lo conseguí gracias a Estela, que me preguntó por mi trabajo y le dije que aun no tenía nada. Y después de ciertas llamadas, me lo consiguió. Lo único malo del trabajo, era que tenía que ir con traje y corbata. En cambio, Victoria seguía trabajando con sus amigas en una tienda de ropa. Nunca me había imaginado que estar con ella fuera tan fácil. Con Rachel todo era diferente…
<>, de nuevo me hablé a mi mismo.
¿Por qué me sentía tan confundido? Solo quería ser feliz pero se ve que esa palabra en mi vida no existía.
Esa tarde tuve que ir a la empresa porque el jefe me llamó diciendo que tenía un nuevo coche esperando para probarlo. Llegué a la empresa que estaba muy cerca de casa, y saludé a los mecánicos cuando entré dentro.
-Buenas tardes, chicos-pasé por delante de ellos y me dirigí al despacho del jefe.
El taller, estaba lleno de cristales donde se podía ver por todos los lados lo que pasaba en el interior. Entré al despacho poniendo una sonrisa.
-Pase, señor Morfesi-me dijo el jefe nada más abrir.
-Buenas tardes, Brayan. ¿Me habías llamado?-me senté en la silla.
Brayan era un hombre de mediana edad, alto, con el pelo largo y con flequillo. Sus ojos azules traspasaban cualquier cosa y conseguían intimidarme.
-Sí, te llamé porque tienes que probar un nuevo coche que acaba de llegar hace dos horas escasas-dejó el bolígrafo con el que estaba escribiendo, y se quedó quieto mirándome.
Tragué saliva. Brayan se podía cabrear muy fácilmente, incluso lo había probado una vez, cuando me dejó sin trabajar un día entero y con ello, me quitó sueldo del mes.
-¿Y de donde procede el coche?-pregunté, estirándome para quitarme la chaqueta.
-Viene de Europa, especialmente de Roma. Lo han mandado hasta aquí, para ver como va por la carretera y si nosotros le damos el visto bueno, estará en la calle a final de este mismo año.
-Vale. Pues cuando me digas…-me levanté de la silla.
Brayan también se levantó y rodeó la mesa del despacho.
-No quiero que tardes, esta noche tengo una cena y tengo que recoger a mis hijos-salió del despacho conmigo detrás.

Terminé de probar el coche en el circuito que había al lado del taller. Me gusto el coche, aunque no me podía permitir comprarme uno. En cambio, mi jefe se lo podía permitir. Él me había ayudado mucho en la situación económica. Antes yo no trabajaba, vivía solo de las chicas con las que estaba, vivía de ellas… Pero Victoria me abrió los ojos por decirlo de esta manera y me obligó a trabajar. Ninguna chica con las que había estado antes, me había dicho nada. Se que solo me querían para estar en la cama con ellas y poco más. ¿Era verdad que estaba haciendo un cambio de mentalidad? ¿Cambiando mi forma de ser? No lo sabía.
Guardé el coche en el taller, y al bajar me di cuenta que Brayan no estaba solo. Subí a la planta de arriba y lo vi hablando con dos chicas y un chico. Las chicas iban bien vestidas, arregladas y el chico llevaba un traje.
-Hola, Raúl. ¿Qué tal fue el coche?-me preguntó mi jefe acercándose a mi- Estas personas son los representantes de la marca- miró a las personas- y quieren saber tu opinión.
Saludé a las personas con una sonrisa.
-En el circuito va muy bien, solo hace falta verlo por la carretera y poco más-les dije mientras me abrochaba la chaqueta.
-Estos coches son casi siempre para pilotos de formula 1, o gente que solo lo utiliza en pistas cerradas-me comentó una chica bastante atractiva- Soy Giovanna Bross, diseñadora de coches-me estrechó la mano.
Giovanna era de baja estatura, tenía el pelo castaño con bastante ondulaciones y los ojos eran grises. Era delgada y muy atractiva.
-Bueno, de momento nosotros estamos encantados con nuestro último modelo- afirmó la otra chica, que se llamaba Cristina.
-Gracias por probarlo y me alegro que os guste-el chico habló con una voz muy grave, que provocó que lo mirara con el ceño fruncido.
Me sonó el móvil mientras hablábamos y lo saqué de mi chaqueta.
-Raúl, que te dije sobre el móvil… Siempre debe estar apagado cuando hables con gente importante-bromeó mi jefe.
-Lo siento- me disculpé- no tardo nada.
Lo saqué y me puse lejos de ellos. Lo abrí y vi que era un mensaje de Mario:
Necesito que vengas cuanto antes a casa de Rachel. Esta mal, es urgente.
Leí el mensaje varias veces. ¿A casa de Rachel?