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viernes, 20 de mayo de 2011

Capítulo 11:Sí no sabes de lo que hablas... Cállate.



La línea del tiempo. Esa línea que por más que se puede, no quiero tocarla. La miraba en mi interior como se alargaba día a día… Esperando para que todo encajara en su lugar correspondiente. ¿Pero era tan fácil? En esa línea se abrían cinco caminos. En el primero estaba mi vida tal y como la conocía. En la segunda estaba Rachel. En la tercera estaba Jane. En la cuarta estaba Okiyo junto con Stefan, y por último estaba mi temor a hacer algo que pudiera causar una desgracia o algo peor. ¿Cómo podía explicar esas cinco líneas brevemente? No lo sabía. Esperé a que mis sentimientos y emociones se encargaran de eso… Pero no sirvió tampoco. Esa línea del tiempo pasaba…. Pasaba… y pasaba. Y mi camino seguía igual. En todas las mañanas que me despertaba solo o acompañado, pensaba en esa línea del tiempo. Creí que me estaba atormentando demasiado, pero no. Era lo correcto. Ya tenía el dinero para Stefan Brulloti en un sobre blanco guardado debajo de la cama. Mi relación con Rachel mejoró; y cogimos la costumbre de irnos a pasear todas las tardes por el bosque que había al lado del pueblo. Me gustaba el bosque porque había tantas plantas y de tantos tipos, que me parecía fascinante. Solo me faltaba un día para darle el dinero a Stefan, y me sentía de tal forma, que no podía ni levantarme de la cama. Ese día estaba con Rachel. No supe a que hora me desperté, pero fue tarde. Olí el zumo de naranja que salía de la cocina, y me incorporé de la cama. Me pasé las manos por el pelo despeinado. Cerré los ojos, y me vino a la mente los labios de Okiyo. Abrí de nuevo los ojos con un brillo en ellos. ¿Qué estaba haciendo?
Tantas personas habían pasado por mi lado en forma de novia o rollo de una noche, que ni me acordaba de sus nombres. Es cierto que en la adolescencia fui un ligón y perdí la virginidad a mis quince años, pero ese no era ahora el caso. Fui para la cocina, y vi como Rachel sacaba dos tazas del microondas. Me miró de reojo, y puso las tazas encima de la encimera con dos sonidos sordos.
-Hola- me saludó, echándole café a la primera taza.
No supe como había encontrado esas tazas, dado que yo siempre me tomaba mi desayuno en un tazón grande con cereales. Ese era mi desayuno. Me senté en una silla que estaba enfrente de la mesa donde siempre desayunaba ya que era la única, y apoyé los codos en ella.
-Mañana tengo que darle el dinero a Stefan- dije al fin.
-Bueno- Rachel me pasó una taza, y se sentó en la silla de enfrente. Bebió un pequeño sorbo, y miró a la taza, pensativa-, no creo que Stefan te haga nada cuando le devuelvas el dinero.
-No me preocupa Stefan- admití, rascándome la poca barba que tenía.
Me la tenía que cortar después de todo.
-Okiyo.
-Exacto.- le aseguré a Rachel.
Ella se removió en su silla como si estuviera nerviosa, y me miró con alegría.
-Te entiendo.
Se levantó de la silla, y dejó la taza en el fregador.
-Pues eso a mi no me consuela. Prefiero algo más- me levanté, y cuando estuve cerca de Rachel le di un beso en la mejilla.
-Si no te consuela… Siempre puedes tirarte por un barranco.
-¿Ah, sí?
-Tengo que irme a trabajar, Raúl- me dijo después de darme un beso largo en los labios. A continuación, se fue para mi cuarto sin decir nada.
Me dejó con la intriga de poder hacer algo. Justo me había dejado… ¿Plantado?
<<Chica lista…>>, pensé terminándome el café.

Dejé a Rachel en la tienda, y fui de nuevo a mi casa porque tenía que coger el dinero. No quería llevar el dinero al día siguiente. ¿Por qué? Me lo quería quitar de encima cuanto antes, mejor. Llamé a Stefan, y el me contestó:
-¿Ya lo tienes? Hum… Claro, Raúl. Me lo puedes dar oír sin falta. Voy ésta tarde a tu casa.
Y así fue. A las cinco en punto de la tarde, Stefan apareció en mi piso con cuatrop hombres. Eran los mismos hombres que me atacaron la última vez, donde me dejaron casi muerto con la bala en mi pierna izquierda. Sentí como mis músculos se tensaban a la idea de poder recibir otro disparo. Le entregué el dinero a Stefan después de vacilar unos cuántos segundos.
-Vaya- puso una sonrisa torcida-, que rápido acaba esto.
No sé a que se refirió cuando lo dijo, pero sus dos hombres que estaban más próximos a mi, me cogieron por los brazos y apretaron. Vi el puño de Stefan acercándose rápidamente a mi casa. Mi cabeza se movió atrás del duro golpe, y miré el techo de mi casa en segundos. Stefan sacó una pistola de detrás de sus pantalones, y me apuntó con en la cabeza.
-Deseaba que llegara este momento. Te voy a decir un pequeño resumen de lo que va a pasar cuando venga la policía, y hagan su propia conclusión.  Te pegas un tiro en la cabeza, porque a parte de estar loco, estás bebido hasta las trancas. Y nada más… Porque… ¡Ah! Nosotros no estaremos presentes.
-¡Tienes el dinero!- le grité alterado.
No quería que mi vida acabara allí. En ese momento no. Tenía novia, mi vida estaba bien, tenía un trabajo… ¿Por qué acabar ahora?
-Cierto. Tengo el puñetero dinero. Pero no tengo una cosa: a Rachel.
-Rachel nunca estaría…- no pude acabar, ya que Stefan disparó un vaso que había encima de la mesa. Se me helaron las palabras.- ¡Para, Stefan! No quiero problemas contigo.
-Pero sí ya los tienes…- me volvió a apuntar con el arma- Esos problemas los tendrás hasta el resto de tus días. ¿Cómo una chica como Rachel puede estar contigo? ¡Puede aspirar a más!
-Yo no he hecho nada.
-Estoy harto. Jack. Edward. Cogerlo bien. Quiero apuntar a la cabeza.
Vi como Stefan estaba apretando el gatillo, pero permanecí con los ojos abiertos. Se paró el tiempo o eso me pareció a mi. Antes de disparar, se abrió la puerta de golpe de mi casa, y voló una bala a hacía la cabeza de Stefan. Éste soltó un hilo de sangre de la boca cuando la bala le atravesó el cráneo, y cayó al suelo. Los demás hombres se miraron asustados, y sacaron sus pistolas por lo que tuvieron que soltarme. Distinguí el pelo largo, negro y liso de Okiyo al moverse hacía el otro lado del pasillo. Los hombres dispararon al verla pasar, pero Okiyo fue más rápida. Otra bala salió de su pistola, y le llegó al ojo del hombre que estaba a mi derecha. Y después otras dos donde mataron a los dos hombres que estaban de pie. Solo quedaba uno que estaba agachado detrás del sofá. Okiyo asomó la cabeza por un lado de la puerta, y sus ojos japoneses se encontraron con los míos. Me sonrió divertida, y apuntó al último hombre que no se dio cuenta de nada. Éste recibió la bala en la rodilla derecha, y su cuerpo sonó como un trueno en el suelo. Lloraba de dolor y maldecía algo para si. Okiyo apareció por detrás de la puerta. Iba toda vestida de negra. No iba arreglada de vestimenta como siempre. Iba vestida con un chándal de ADIDAS que solo se podía distinguir del negro, tres rayas blancas a los lados de su cuerpo. Se dirigió al hombre con el arma a un lado.
-Tommy, te dije que no vinieras porque pasaría algo gordo. ¿Ahora tu esposa drogadicta qué? ¿eh?- mencionó Okiyo como si nada.
-Hija de puta. ¡Eres una traidora!- le contestó él con voz grave.
-Mira quien fue a hablar… El que no se llevaba la droga debajo del chaquetón… - y dicho esto, le disparó justo en el corazón- Uno menos.
Me miró, y no supe lo que hacer. Pero ella lo tenía todo planeado. Me dio un pequeño beso en los labios, y me cogió de la mano.
-Vámonos. Tengo que hacer unas llamadas- me aseguró, mientras salíamos corriendo de mi piso dejando atrás a los seis cadáveres.

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