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domingo, 24 de abril de 2011

Capítulo 8: Okiyo Takagura


Llamé al teléfono que indicaba la tarjeta pequeña que me dejo Rachel. Al llamar sentí como si no iba a funcionar el plan. Pero después de dos toques de señal, una voz me contestó. Reconocía la voz apaciguada de Stefan Brulloti.
-Escúchame. Dame dos semanas- comencé diciendo.- Y de una manera u otra, tendrá tu padre el dinero encima de la mesa de su despacho.
-¿Y como sé que no es mentira? ¿Qué no vas a salir corriendo?
-¿No confías en un viejo amigo?
Hubo un silencio incómodo al otro lado del teléfono.
-Para que no me causes mayores problemas a mi y a mi padre,- dijo Stefan- mandaré a una amiga mía a vigilarte.
-¿Amiga?
-Sí.- se oyó una puerta al fondo del teléfono- Espera un momento, Raúl- sentí como Stefan tapaba el teléfono con la mano para que no oyera nada. Pero si que oí algo entrecortado.
-Asqueroso viejo de mierda… ¡No me vuelvas a mandar a ese país, Stefan! O juro por mi, que te sacaré los ojos.- una voz sonó por el teléfono. Llegaba un poco tarde, pero lo entendía perfectamente.
La voz sonaba como si fuera una chica. Pero tenía un acento casi asiático.
-Cállate, Okiyo. Tengo un nuevo trabajo para ti.- le dijo Stefan a la voz. 
-¿No me dejas ni respirar o qué?- respondió la voz. Distinguí la voz de una mujer.
-No. Escúchame, tienes que ir a éste pueblo- sonó algo metálico que se movía.- ¡POR DIOS, OKIYO! ¡GUARDA LA PISTOLA!
-Ese pueblo está a la otra punta.
Me asusté escuchando la conversación. Si me iba a mandar aquella mujer loca, tenía que estar preparado.
-Estará a la otra punta. Lo bueno es que tiene mucho aire libre, y te despejarás de todo éste aire podrido de la ciudad. ¿Qué me dices?
-¿Qué hay que hacer?
-Solo vigilar… Nada más. No tienes que mancharte para nada las manos.
Silencio.
-Esta bien- dijo la tal Okiyo.- Pero como se le ocurra subestimarme el tío ese…
-No, no, no… Tú tranquila.
Sentí como Stefan separa la mano del teléfono, y me dijo con voz suave:
-Va de camino. Ten cuidado, Raúl. Okiyo es lista. Te sorprenderá.
-Muy bien. La espero en mi casa. Y por favor, que no vengan más tus hombres a pegarme contigo a bordo.
-Lo único por lo que hago eso- sentí como le daba una calada a su cigarro- Es para asegurarme que estás bien. No quiero que mi amigo se rompa una pierna accidentalmente. Por cierto, ¿cómo está tu pierna?
Cuando me lo dijo, me miré la pierna izquierda y me quedé con la boca abierta. Me remangué el pantalón para ver por donde me había alcanzado la bala, y no me lo pude creer. No tenía nada. Solo una cicatriz como si me lo hubieran cosido…
-Esta bien. ¿Cuándo llega la tía esa?- le pregunté bajándome los pantalones para ver mejor la herida.
-Tiene nombre. Pero ya se presentará ella. Va para tu casa. Sino que… puedes salir de ese hotel, y correr para ya con tu motito. Adiós, Raúl.
Colgué sin despedirme. ¿Había dicho que saliera del hotel? ¿Cómo sabía él que estaba…? Me estaba vigilando todo el rato.
Salí del hotel con prisa. Mi moto estaba aparcada enfrente del hotel. Supuse que Rachel me la abría traído desde mi la calle de mi casa hasta el hotel. Después de montarme en la moto, miré por última vez al hotel. Su fachada era de un color marrón claro. Se veían sus ventanas grandes de las habitaciones, y arriba del todo estaban las cinco estrellas que se le caracterizaban a ese hotel por ser uno de los mejores del país. Era grande y lujoso… No supe como Rachel había pagado una habitación de las más caras. Aunque, hay que decir la verdad, que Rachel era la hija de un rico.
Al llegar a la calle donde se encontraba mi edificio, encontré el mercedes negro justo delante. Al bajar de la moto, sentí un escalofrío. No sé por qué fue… Pero sentía como si la persona que estaba dentro del coche me estuviera mirando. Avancé con pasos cortos, y justo cuando intenté meter la llave en la cerradura para abrir la puerta de abajo, oí unos tacones y después una puerta de un coche al cerrarse. Al volverme para ver quién era, me encontré con unos ojos oscuros con rasgos japoneses. Me miraban con diversión. Di un paso atrás. Contemplé a la mujer que tenía delante de mi. Su cara era hermosa. Era un poco alargada pero era elegante. Sus labios eran normales. Tenía un poco de colorete en las mejillas, y una tez blanca en lo que pude ver de los hombros. Sus ojos eran casi negros. Seguí bajando la mirada, y su… Bueno, su pecho era… Sin palabras. Iba vestida con una camisa de tirantes azul oscuro donde al estar pegada al cuerpo, podía observar sus curvas. Llevaba en las piernas un pantalón negro, y en los pies unos tacones también negros que eran demasiados altos…
-Estoy aquí. ¿Sabe?- me recordó aquella chica o mujer. Daba igual.
Al subir la mirada hacia sus ojos oscuros, vi su pelo negro, liso y largo. Le llegaría por la cintura casi, y le quedaba divinamente con un mechón de pelo largo que cubría un pecho que se notaba con la camisa.
-Tú eres…- comencé diciendo pero me quedé sin aliento.
-Soy Okiyo Takagura- inclinó la cabeza como presentándose- Encantada de vigilarte.- me sonrió de una forma que no supe interpretar.
-¿Eres tú la que me va a vigilar?- intenté aguantar una carcajada al preguntárselo.
Okiyo se puso muy cerca de mi. Sentía su aliento fresco, y su nariz tocaba la mía.
-No juegues conmigo, Raúl.- me advirtió Okiyo con una voz que me dio hasta miedo. Su voz era seductora aun enfadada- Se muy bien hacer mi trabajo. No te creas que no puedo matarte en un segundo sin que nadie me vea como lol hago. Después tiraría tu asqueroso y musculoso cadáver a un río que trascurre por los alrededores de éste pueblo miserable. Lo repito- me dio un beso con ternura en la mejilla izquierda-, no juegues conmigo.
Le sonreí, y ella se apartó de mi con una sonrisa torcida.
-Tranquila. Puedes vigilarme todo lo que quieras. Yo le pagare a Stefan lo que le debo- le aseguré.
-Más te vale.- Y dicho esto, se montó en su mercedes. Vi como doblaba la calle con un derrape, y suspiré.
<<Que mujer más extraña y a la vez tan hermosa…>>, pensé al cerrar la puerta tras de mi.  Aun subiendo las escaleras, sentí la mirada penetrante de Okiyo en mi rostro. ¿Qué me había enviado Stefan a vigilarme? ¿Una modelo?

Estando en mi casa un día por la mañana, oí cantar a Mery desde la casa de enfrente. La oía perfectamente. Incluso me pareció gracioso escucharla con esos pequeños gallos que le salían. No se por qué, pero me levanté del suelo - que había estado sentado un buen rato mirando a la nada. Consumido completamente por mis pensamientos-, y salí de mi casa para ir a visitar tanto a Vanesa como a Mery. Di tres zancadas grandes, y ya estaba en la puerta de éstas. Toqué el timbre dos veces, y escuche como Mery corría por toda la casa para abrirme. Cuando abrió la puerta, su sonrisa era grande y feliz.
-¡Raúl!- corrió la poca distancia que nos separaba, abrí los brazos para recibirla, y cuando saltó encima de mi, le di un abrazo muy fuerte y cariñoso.
-Mery, ¿quién es?- preguntó Vanesa desde el pasillo.
Salió Vanesa limpiándose las manos en un trapo gris, y me miró con asombro. Bajé a Mery al suelo, y miré a su madre con una sonrisa.
-¿Y esa pierna? ¿Cómo está?- me preguntó Vanesa dirigiendo sus ojos azules a mi pierna izquierda.
-Oh… Muy bien. Gracias a cierta persona que tú conoces…
-¿Quién es esa persona?- nos interrumpió Mery a los dos con energía.
Vanesa miró a su hija con una mirada de advertencia y furia. Esa mirada podría haber explotado un coche a cientos de kilómetros. Su hija, al ver la mirada, salió corriendo dando pequeños saltitos y desapareció por el pasillo.
-No quiero que hables de esa forma delante de mi niña. Luego es como un reportero acosando a un famoso. No me deja de preguntarme- me riño Vanesa andando hacia mi.
-¿De qué conoces tú a Rachel?
-¿A Rachel?- se quedó pensativa, y después soltó un suspiro.- Nos conocímos en una fiesta de su padre. Yo, por ese momento, era la novia de un empresario que ayudaba mucho al padre de Rachel o algo parecido… Para entonces, Rachel era prácticamente una adolescente. Tenía trece años y yo veinte tres. Ella era la niña mimada de su padre porque se notaba demasiado… Pero ahora se ha vuelto toda una mujer. Cuando la volví a ver, fue un día que subió a tu casa. Me la encontré en la entrada del edificio. Al principio, no me lo creí que fuese ella. Pero luego, las dos nos conocimos.
-¿La llamaste cuando me desmaye?
-Sí. Claro que la llamé. Busqué por todos los sitios el número de su padre. Y él me dio el número de ella. Cuando vino le informé de cómo habías llegado y…
-Hum- le interrumpí. Ya sabía de lo que habían hablado cuando desperté. Recuerdo esa conversación, como si la estuviera escuchando en ese momento. No quería saber de que hablaron, porque realmente, ya lo sabía.- Solo quería saberlo de qué la conocías.
-Pues ya lo sabes.- Vanesa me miró preocupada- ¿Has venido solamente a preguntarme esa tontería?
-No.
-¿Entonces?- me inquirió.
-Bueno… Era también para preguntaros a Mery y a ti, que si os gustaría veniros a cenar mañana a mi casa. Como buenos amigos…
Vanesa pareció sorprendida. Se mordió el labio, y noté como se ponía tensa.
-Vale- me contestó después de un largo silencio por su parte- Pero no quedemos muy tarde. Al día siguiente Mery tiene colegio.
-¿A las siete?
-Allí estaremos.
Terminé de hablar con ella. Mery se ve que oyó que me iba ya, y salió del interior de la casa corriendo. Me dio un último abrazo de despedida. Cuando se separó de mi, la miré como mira un padre a su hija. Aquella niña era un sol. Me prometí que la cuidaría como si fuera mi propia hija. Después de salir de allí, decidí que lo mejor sería dar una vuelta por el barrio para comprar algo si me salía la oportunidad y las ganas. Al salir, vi el mercedes negro en el mismo sitio de siempre. Dentro estaba Okiyo con unas gafas de sol grandes. Se estaba retocando el pelo, mientras se miraba al espejo pequeño que llevaba en la mano izquierda. Al cerrar la puerta del edificio, Okiyo levantó la vista en mi dirección. Al verme, se dejó de tocarse su pelo negro, y bajó la ventanilla del conductor.
-¿Un paseo?- me preguntó con esa sonrisa que siempre me confundía y no sabía como interpretarla.
-Sí. Necesito despejar las ideas.- le contesté empezando a andar. Okiyo me llamó.
-¿Y ahora que quieres?- le pregunté dando la media vuelta sobre mi.
Vi a Okiyo bajar del mercedes. Se quitó las gafas con una sensualidad que me quedé helado, y anduvo hasta ponerse a mi lado.
-Cuando el señorito quiera…
Parecía que Okiyo decía cosas muy groseras, pero a mi me encantaban. Se paso todo el rato jugando con las gafas, y hubo ratos que se tocaba su pelo negro. Hubo un momento, que me miró con sus ojos oscuros. La mirada solo duro dos segundos, pero bastó para que me quedara embobado mirándola. Aquella mirada fue… impresionante. Okiyo siguió andando, y contemplé sus curvas desde atrás. Se paró a varios metros de mi, y miró el reloj que había dentro de una tienda de golosinas.
-Yo me tengo que ir. Ésta noche he quedado- me dijo, dándose media vuelta sobre sus tacones, y viniendo hacía mi de vuelta.
-¿Has quedado?- le pregunté como si no lo hubiera oído.
-Sí- me respondió parándose delante de mi.
-¿Con quién si se puede saber?
-Con alguien. No me seas cotilla, anda… Ni celoso- me tocó la cara con su mano. Sentí su tacto suave y a la vez cariñoso.
Sin dejarme hablar, paso por mi lado. No sé cuanto tiempo me quedé parado en medio de la calle. Lo único que sé, es que Okiyo se estaba pasando. Me estaba confundiendo mis pensamientos, sentimientos y emociones hacia ella. Estaba seguro que yo a Okiyo le gustaba. Porque, ¿que otra cosa podía significar todo eso que hacía?


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