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jueves, 7 de abril de 2011

Capítulo 1: Historias para recordar

No paraba de sudar mientras le pegaba al saco de boxeo. Le golpeaba bastante fuerte para poder fortalecer los músculos de mis brazos. El saco volaba hacia delante y hacia atrás.
-Raúl. ¡Déjate ya eso!- me riñó Matt, mi entrenador del gimnasio.
Paré de golpear, y respiré una bocanada de aire. Notaba que cada día me reforzaba más, y me hacía más fuerte. Matt me miró enfadado. ¿Qué pasaba? ¿No había hecho lo que me había pedido? Pero, en realidad, no me miraba a mi… Miraba a un hombre que estaba justo a mi izquierda. Me volví para mirarlo. ¡Era enorme! Un bigote oscuro le tapaba la boca. ¿Cuánto mediría? ¿Dos metros de altura?
-¿Qué quiere, señor?- le preguntó Matt al hombre, acercándose cojeando.
Matt había sufrido un accidente hacía tiempo con una moto. Del golpe, se rompió una pierna, y no se la pudieron operar completamente. Desde aquello, andaba cojeando.
-Estoy buscando a una persona- respondió el hombre con voz grave y arisca.
-Dígame el nombre, y le diré si lo conozco.
-Se llama Raúl Mórfesi- dijo el hombre.
Cuando dijo mi nombre y mi primer apellido, salté del susto. Fue un solo segundo el que salté, para que el hombre se diera cuenta. Me agarró con fuerza del cuello, y me levantó del suelo. Empezó a apretar. El aire no me llegaba a los pulmones, y me imaginaba mi muerte en manos de ese loco. Vi como Matt, asustado pero valiente, cogía una papelera de plástico que había en el rincón, y se la lanzó al hombre. Le dio en la cabeza, pero no le causo el mínimo daño… Ya que, siguió apretándome. Viendo que mi vida se estaba acabando en aquellos segundos, me preparé para la acción. Con mi puño derecho le di al hombre en la barriga. Éste cayó al suelo de dolor con un estruendo que se oyó por todo el gimnasio.  Me aparté unos pasos de él, y respiré con dificultad. Levanté la cabeza hacia el agresor, y le di un patada en las partes masculinas de los hombres… Gritó de dolor. Cogí mi chaqueta rápidamente, y le dije a Matt que llamara a la policía de inmediato.
De camino a mi casa, saqué mi propia conclusión: Alguien me estaba buscando para matarme… Sabían seguramente donde vivía… Pero, ¿quién me querría ver muerto?
Esa era la verdadera cuestión.

Empecé a ducharme una hora después de haber llegado del gimnasio. Nada más llegar, cerré la puerta principal de mi casa y bajé las ventanas. Encendí la alarma antigua de la casa, y me preparé la maleta para irme cuanto antes de allí. Mi cuerpo me pedía a gritos una cama donde poder descansar. Llegué a mi cama con la cena en una bandeja. Me preparé una cena ligera: Una ensalada completa (lechuga, tomate, maíz…), un vaso grande de zumo de naranja, y un filete de pescado. Mis ojos estaban demasiado cansados. Nadie se podía imaginar el cansancio que llevaba encima, después de haber trabajado ese día por la mañana sirviendo cafés. Era un trabajo no agotador, pero si pesado. Los clientes se quejaban de todo. “Oye, éste café no lleva leche…” “Perdona, pero te he pedido un capuchino”… Un desastre. Llevaba una semana sin dormir. La muerte de mi madre, me había afectado demasiado. Mi madre murió en un accidente de coche, mientras iba de camino a la casa de su amiga que estaba enferma. ¡Si no la hubiera dejado que fuese, ahora no estaría muerta! ¡No hubieran tenido que llamar del hospital diciéndome que mi madre se había muerto en un quirófano por intentar salvarle la vida! Tampoco me hubiera derrumbado tanto… Los días siguientes a su muerte, fueron tristes, apagados… Mis amigos intentaron por todos los medios sacarme de ese trauma: llevándome a fiestas, invitándome a cenas con chicas guapísimas… Pero nada tuvo resultado. Nada me pudo sacar de ese mundo de fracaso. La suerte no me sonreía. Lo mejor, era empezar una vida en otro sitio, en otro pueblo o ciudad… Un lugar donde poder olvidarme de mi pasado, y prestar atención al presente.

A la mañana siguiente, me desperté temprano. Quería irme lo antes posible. Lo malo… era que no tenía un coche donde irme. Pero sí una moto… Una moto que la había comprado hacía dos años,  que nunca la había utilizado. Fui al garaje, y le quité la sábana que llevaba para no coger polvo y suciedad. Allí estaba, tan perfecta como la recordaba. Era una Ducati 1198 Sp, y seguro que iba tan bien como la primera vez. Me subí con cuidado. Yo de pequeño había llevado toda clase de motos, pero me las dejé tras la desaparición de mi padre. Nunca estuve seguro de que hubiera desaparecido, por el simple hecho de no ver sus cosas más importantes… Como su gorro vaquero que nunca se lo quitaba, su blog negro de apuntes… Y muchas más cosas. Y allí estaba yo de nuevo, recordando los recuerdos doloridos de pequeño y la realidad de saber que estaba solo, sin nadie. A veces, mi madre me había dicho que tenía que buscarme una novia, alguien que me acompañara en los momentos difíciles… Como ahora. Cuando tenía diecisiete años, tuve tres novias. Una me tocó mi corazón de malote. Otra simplemente me hizo pasarlo muy bien por las noches… Y la última, me engaño con otro. Que se podía decir… Algo era algo.
Todo pasaba muy rápido. La muerte de mi madre, la persecución de tipos muy raros queriéndome matar… Parecía una película. La vida no me sonreía para nada. Ni en la parte personal, ni en la parte profesional… Sola, vacía y desierta. En el trabajo me despidieron. Me dijo el capullo de mi jefe, que no podía seguir allí. Trabaja de mecánico, en un taller cerca de mi casa. Pero eso era pasado… 
Apartando a un lado la historia de mi vida hasta ahora, arranqué la moto. Un fuerte ruido sonó en el interior del motor. Le di al puño, y sonó un ruido que me traía muy buenos recuerdos. Metí primera, agarré el embragué, y aceleré poco a poco mientras soltaba el embragué al unísono. Ya está. La moto se deslizó suavemente… Pero no todo fue bien. Cuando fui a meter la cuarta marcha, no sé lo que paso, pero la moto se paró. <<La tendré que ver por dentro haber como está…>>, pensé mientras bajaba de la moto para mirar lo que pasaba.
-¿Necesitas ayuda?- me preguntó una voz dulce y femenina.
Levanté la vista hacia arriba, y vi a una chica. Era… no se podía describir con muchas palabras de la belleza que emanaba. Unos ojos marrones me miraban con un brillo especial.
-No, gracias. Me las puedo apañar solo- le respondí, volviendo a mi trabajo.
-Si no me necesitas… Me voy.- admitió ella.
Oí como los tacones se alejaban. La llamé. Después de todo, me había caído bien.
-¡Espera!- le llamé, poniéndome en pie- No quería echarte…
Una chulería se apoderaba de mi cada vez que veía a una chica. No era de forma voluntaria, pero me salía… La chica giró la cabeza para mirarme, y sonrió.
-Me llamo Rachel. ¿Y tú?- me preguntó, viniendo hacia mí con pasos cortos.
-Raúl. Veo que querías ayudarme con la moto.- le recordé con media sonrisa.
Ella se rió. Su sonrisa era preciosa.
-Se me da bien.
Rachel se paró a un metro aproximado de mi. Ahora que la veía mejor, era de mi misma estatura y tenía unas piernas que te quitaban el hipo. Su pelo negro ondulado caía a ambos lados de su cara perfecta. El pelo le llegaba de largo por debajo del pecho. La veía tremendamente sexy con un vestido rojo corto y unos tacones altos negros. Medía un poco menos que yo, pero con los tacones me quedaba a mi misma altura.
-¿En serio? Podrías ayudarme.- le sugerí.
Notaba un química entre nosotros… Cómo si estuviéramos destinados a encontrarnos. Ella se acercó más a mi, y me miró a los ojos. Notaba sus labios pintados de rojo sangre cerca de los míos. Pero no se tocaron. Mi móvil sonó en el interior de mi sudadera azul. Lo saqué mientras Rachel se apoyaba en la moto con suavidad. Miré la pantalla grande del móvil: Era Matt.
Seguro que me estaba buscando para pedirme explicaciones sobre lo que había pasado esa mañana en el gimnasio. Acepté la llamada.
-¿Raúl?- oí la voz de Matt un poco distorsionada.
-Matt, siento lo de ésta mañana. ¿Has llamado a la policía?
-No.
-¿Qué? ¿Por qué no?- pregunté agitado.
-Se fue antes de que llamara a la policía. Me dijo que tenias una cuenta pendiente con su jefe. Que le debes un pequeño trabajo.
-Yo no le debo nada.
Me agaché a coger una nota que había en el suelo de cemento. Me levanté de nuevo, fue mirar a Rachel, pero no estaba. Miré sorprendido a ambos lados.
-Raúl, ese hombre quería algo…
-Ya. Mi muerte.
-Bueno… Da igual. Espero que soluciones tus problemas. Adiós.- me colgó.
Leí la nota:
Calle Horts. Número de casa 14º.
Te espero.
                               Rachel.
Abrí los ojos como platos. La suerte me sonreía.

Llegué con mi moto a la calle Horts. Las casas elegantes se abrían paso a izquierda y a derecha. Esa parte del pueblo no la conocía. Nunca había estado por aquella zona rica y misteriosa. La luna iluminaba la carretera con una luz tenue y blanquecina. Las estrellas se repartían por el cielo buscando un lugar cómodo donde poder descansar durante toda la noche. Leía carteles de casas que se vendían. Había muy pocas que en su interior había luz. Vi una placa blanca en la pared que señalaba que aquel chalet de dos pisos era el número catorce. Aparqué al lado de la valla negra la moto. En el chalet había luz arriba y también bajo. La fachada estaba cubierta de ventanales de color oscuro. La pared era blanca como la nieve, al igual que la puerta principal. Me encaminé hacia la puerta del chalet. Cuando estuve cerca, di cuatro golpecitos a la puerta para no hacer mucho ruido. Se oyó un ruido de tacones en el interior, y a continuación Rachel abrió la puerta con una sonrisa de oreja a oreja.
-¡Has venido!- antes de poder saludarla, se lanzó a mis brazos. La cogí en el aire, y la levanté en peso.
Cuando se apartó de mi, su fragancia me envolvió como un abrazo. Estaba preciosa con ese vestido negro que le llegaba por arriba de la rodilla y unos tacones altos de color gris que le hacían todavía las piernas más largas de lo que eran.
-Pues claro. ¿Qué te pensabas? ¿Qué iba a dejar a esta preciosidad de chica sola en su casa?- le respondí mirándola con seducción.
-¿Me lo dices a mi?- se rió con alegría.- Tampoco soy tan guapa. ¿Entras?
Se apartó a un lado, y entré. El interior estaba decorado con pequeños cuadros abstractos. Las paredes eran blancas completamente. Rachel me guió hasta el comedor. Allí, había una mesa, dos sillas… Y estaba repleto de comida. Los dos nos sentamos en la silla, y empecemos a comer.
-Bueno… Raúl. ¿Leíste mi nota?
-Si no la hubiera leído, no estaría aquí. La verdad, me pareció raro que te fueras así…. Sin despedirte de mi. Pero cuando leí la nota, me alegre. Te sugiero que a la próxima vayamos a mi casa.
Mierda. Lo estropeé todo. ¿Cómo que a mi casa? ¡Si me iba mañana!
<<Seré tonto…>>, me insulté a mi mismo con desagrado.
Rachel dejó de comer, y me miró seria.
-No creo que haya próxima vez- me confesó con un hilo de voz.
-¿Qué?- me erguí hacia delante. - ¿Por qué?
-Porque me tengo que ir. Tengo problemas personales… Eso es todo.
La miré unos segundos. Por fin una chica que me gustaba, que compartía mis mismos gustos… Y ahora se iba todo a la mierda porque los dos teníamos problemas. Yo también los tenía. Me perseguían unos tipos muy raros que me querían ver muerto, y en cambió, allí estaba yo… Contemplando a una hermosa mujer que me volvía loco con tan solo mirarla. ¿Tenía que seguir allí o irme y dejarlo todo atrás?
-No puedo contártelos.- me aseguró con lagrimas en sus ojos.
-No quiero que me los cuentes. Me da igual.
Me levanté de la silla, y fui a su lado. Sus ojos estaban empañados en lagrimas trasparentes. Le acaricié la cara con la mano.
-No quiero que llores. Eso es de cobardes.- le dije, mientras le secaba una lagrima.
-Entonces… Lo que voy hacer es de idiotas.- dicho esto, me besó con pasión.
Sus labios eran cálidos y suaves. La levanté de la silla, y continué besándola. Mis manos recorrieron su cuerpo perfecto, sus curvas… Un calor me recorrió el cuerpo de arriba hacia abajo. Mi mano tocó su cara suave, y la otra la agarró por detrás para acercarla más a mi. Quería que se fundiera conmigo como si fuéramos una única persona. En mi interior estaban creciendo varios sentimientos hacia Rachel. 
Rachel me cogió de la mano, y me acompaño por las escaleras hasta su habitación. No me dio tiempo ni a ver su habitación, ya que nos seguimos besando. Le desabroché el vestido, y cayó como una cortina estrecha. Vi el cuerpo de Rachel. Era hermoso. Nunca había visto una mujer tan perfecta. Ella me quitó la chaqueta de cuero, y la lanzó por los aires mientras me seguía besando. Tropecemos con la cama. Caí yo en el colchón blando, y Rachel encima de mi. La seguí besando por el cuello, por los hombros, por los labios… Todo su cuerpo me atraía. Notaba como una electricidad recorría mi cuerpo desnudo al tocar el suyo. Rachel se desabrochó el sujetador, y se tumbó encima de mi besándome. Me terminé de desnudar como ella. Ella se tumbó en la cama boca arriba, y le penetré con suavidad. Gimió de placer y me agarró por el cuello para atraerme hacía ella. Fue, sin duda, la mejor noche de mi vida. 
                          Éste es Raúl:

3 comentarios:

  1. Muy bueno Princesa.
    Me gusta como has montado la trama...diálogos internos, conversaciones y acción.

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  2. LO K PIENSOO??
    SIN PALABRAS
    esta super bien
    que imaginacion dios¡¡
    es increible

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