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sábado, 4 de junio de 2011

Capítulo 14: Venganza


Llamé a Rachel al día siguiente, y la cité en el  bar donde yo trabaja hasta entonces. Mientras ponía unos vasos debajo de la barra del bar, ella entró. Su pelo estaba recogido por una coleta de caballo, pero sus ojos eran de un marrón claro. La veía muy guapa; se sentó en un taburete y me miró seria.
-¿Y ahora?- me preguntó preocupada.
-Tengo que hablar contigo- Rachel esperó a que continuara- Alejandro Brulloti mató a Jane. La mató por mi culpa, o mejor dicho, por culpa de Okiyo.
-Pues dime que quieres hacer, Raúl.
-Quiero vengarme.
-¿Cómo?
-Escúchame- ella se inclinó hacia delante al igual que yo, y continué- Alejandro tiene dos hijas ¿no? Pues, tenía pensado, en crear un tipo de pelea entre ellas. Así las hijas no estarían tan pendientes por su padre.
Rachel puso un mueca. En cierto modo, todo lo que estaba planeando en esos instantes, me parecía una locura. Pero en mi casa, cuando empecé a moldear la idea poco a poco, supe que era fantástica. Rachel me recogió como unos pequeños transmisores inalámbricos para poder comunicarnos sin utilizar el móvil. Esto se llevaba dentro de la oreja, de forma que nadie te lo pudiera ver.
Entrando en mi casa, busqué en Internet toda la información posible sobre Alejandro Brulloti y su familia. Era una familia grande y numerosa. Muchos artículos periodísticos insinuaban que Alejandro Brulloti estaba vinculado con la Mafia Rusa. Yo nunca me enteré muy bien del tipo de familia que era la mía. De momento, estaba solo en mi vida con un problema que era tirado por un tipo rico, con una amiga muerta a causa de mis problemas y con una “novia” que nunca la atendía como debía.  Esto me apenaba demasiado. ¿Cómo podía ser mik vida feliz con esa descripción tan simple? Una persona normal y corriente no tendría esa vida.
De forma inconsciente dije:
-Mierda.
Estuve un buen rato mirando el ordenador con tristeza. En ese instante quería que Jane estuviera conmigo.. Pero no podía. Le echaba tanto de menos, que me sentía solo. Miré a mi alrededor. Miré mi casa. Eran solo cuatro paredes pintadas de blanco y un espacio decorado con muebles. Me pasé las manos por el pelo, y pensé en que ya estaba casi muerto.

A las 7:00 de la mañana estaba despierto por mi casa. Rachel llegó pasadas las siete, con dos billetes de avión en una mano, en la otra la maleta, y en la boca otro papel.
-¿Vamos?- me preguntó sacándose el papel de la boca.
-Sí, sí….- me volví cuando cerré la maleta para mirarla, y la vi tremendamente sexy con unos pantalones negros ajustados y una camiseta blanca abotonada por delante.
-¿Por qué tienes que estar tan guapa por las mañanas? Me pones nervioso…. Le contesté entre risas.
Ella se rió con una carcajada. Recogí todas mis cosas, y salí acompañado de Rachel hacia el aeropuerto.

Al final de la mañana ya estábamos de camino en un avión a Madrid. Al bajar del avión, sentí un sol muy distinto al de allí. Era caluroso y muy fuerte. Era como si el calor penetrara por todo mi cuerpo sin poder salir al exterior. Me volví para mirar a Rachel, y la vi con los ojos clavados en mi. Me sonrió, y pude contemplar que en sus ojos marrones había algo especial. Fuimos a recoger las maletas con tranquilidad, porque sabíamos que todavía faltaba para que la fiesta empezara. Yo llevaba lo de la hora un poco mal. Porque en el pueblo eran las siete de la mañana, y allí eran las ocho de la tarde. Entonces… ¿Qué pasaba? Seguimos andando hasta llegar a una parada de taxis.
-¿Vamos a coger un taxi?- le pregunté. Anduve tres pasos hacia delante, pero Rachel me tiró de la mano hacia atrás.
La miré.
-No. Tengo mi nuevo coche aparcado en el aparcamiento- me contestó, mientras me arrastraba con ella.
El nuevo coche de ella era un Porche blanco. Me quedé con la boca abierta cuando me monté en él. Me di cuenta que Rachel era una niña mimada, o algo así… Porque todo lo que quería se lo compraba su padre. No sé porque pensé en esto, la verdad.
El aire era fresco, y gracias a que el coche era descapotable, pude despejar las últimas dudas que me quedaban del plan que estaba trazando junto a Rachel. ¿Funcionaría romper la relación entre las dos hijas de Alejandro Brulloti? ¿Se acordaría Estela de mi? ¿Podría causar algún sentimiento negativo en Rachel por verme coqueteando con esas dos? El plan era empezar esa misma noche, yendo a la fiesta de Estela y Claire que hacían en su casa de lujo que estaba en una urbanización muy rica en Madrid. Cierto que mi vida había cambiado de tal forma, que me sorprendí a mi mismo. Antes era simplemente un chico cualquiera, con una madre muerta y un padre desaparecido. Y sentía que esa vida había dejado de ser así… Hasta en ese instante, tener una novia, una amiga muerta, una chica perdida y un mafioso, que estaba loco, persiguiéndome. ¿Tan estúpido había sido cambiarme de pueblo? ¿Había sido un error? Gracias a que me mudé, tenía un montón de problemas.
Puse el brazo en la ventanilla del coche, y suspiré. Vi a lo lejos un hotel de cuatro estrellas que estaban arriba de la “H”. Rachel y yo nos quedaríamos en un hotel esa noche. Aparcó mi novia el coche justo delante de la entrada del hotel, y me miró sonriente.
esmoquin. Es para la fiesta de esta noche. Pasaré a por ti dentro de una hora. Necesitas un corte de pelo.
¿Había dicho Rachel un nuevo corte de pelo? Pero si mi pelo rizado estaba bien… Le hice caso, y entré en el hotel con mi maleta de mano colgada al hombro.  En la recepción del hotel, había un chico de aspecto joven. Pero cuando estuve enfrente de él, mi imagen de chico joven se borró de mi mente. Era bajo, tenía una espalda demasiado ancha y una cabeza pequeña. Sus ojos azules eran demasiados grandes para esa cara, y no tenía pelo. Además de decir que estaba en los huesos de lo delgado que estaba. Al llegar y pedirle la llave de la habitación 348, me negó con la cabeza.
-¿Pasa algo?- le pregunté decepcionado.
-Su nombre por favor…- se lo dije. Al oírlo, me miró extrañado.
Después de cinco minutos, ya estaba metido en el ascensor de camino a mi habitación. En el ascensor no estaba solo. Una chica vestida con una indumentaria de oficina y con unas gafas de vista puestas, estaba de pie a mi lado con un café en una mano. Miré hacia arriba cuando sus ojos oscuros se encontraron con los míos verdes. 
-¿Vos sos de acá?- la voz de la chica sonó en las paredes del ascensor, y a continuación llegó a mi oído. Su voz era madura. Le eché como unos treinta años.
También tenía un acento argentino, que se compaginaba con una educación y amabilidad exquisitas.
-No- le miré, y puse una de mis mejores sonrisas- Soy de Estados Unidos.- le contesté en español.
Aprendí español con diez años gracias a mi madre. Ella tenía muchos amigos que eran de Colombia, Ecuador… e incluido de España. Entonces, un día, me dijo que si no estudiaba español no podía salir con mis amigos. Ahora que lo pensaba, mi madre me hizo un chantaje, pero bueno… en aquella edad…
Veía la cara de la mujer que tenía a mi lado, y notaba que su sonrisa me trasmitía una ternura nunca conocida. Su pelo era rubio (mucho), y llevaba sus ojos oscuros pintados con un poco de lápiz de ojos. Tenía un cuerpo muy elegante, que no se correspondía con su edad –que yo me la imaginé-.  Al llegar a la planta donde se encontraban mi habitación, se abrieron las puertas del ascensor con un pequeño pitído.
-¿Vas a bajar a cenar esta noche al restaurante del hotel?- me preguntó la chica cuando salí.
Me volví y le dije:
-Claro.
-Te veré entonces…- se estaban cerrando las puertas, pero antes de que se cerraran del todo, ella me guiñó un ojo con una facilidad impresionante.
<<Me está gustando éste país…>>, admití para mi mismo, andando por el pasillo.
El interior del hotel era muy agradable. Las paredes estaban pintadas en un tono dorado, y el suelo era de mármol. Mi habitación estaba al fondo del todo, y cuando abrí la puerta con la tarjeta que me habían dado, solté un suspiro largo.
La habitación era grande y espaciosa. Las paredes eran de un azul intenso, como el del mar, y las ventanas eran medianas y de color dorado también. El suelo era negro completamente, y de los lados de las ventanas, colgaban varias cortinas rojas. Habían muchos cuadros; algunos abstractos y otros que dibujaban alguna imagen. La cama era grande, y encima de ella había un esmoquin negro. En los pies de la cama, dos zapatos elegantes acompañaban al esmoquin y encima de la mesita habían dos objetos más: una pajarita negra y una camisa blanca de manga larga. Entré al baño para mirarme los ojos, que me dolían a causa de no haber dormido nada. Pero para mi sorpresa había otro regalo. Allí, encima del lavabo, había un pequeño regalo. Lo cogí con cuidado, y le quité el papel que llevaba. Era una caja. Entonces, le quité la tapa, y pude contemplar un reloj. Era plateado y supuse que sería caro. Me lo probé, y me quedaba muy bien. Al sacar el reloj de la caja, se cayó un pequeño sobre blanco. Lo cogí, y leí en voz alta.

¿Te gusta el esmoquin? Y, ¿Qué me dices del reloj?

Te espero.
                                                            Rachel.
Leí esas dos líneas tres veces. No es que no las entendiese, sino que era porque estaba sorprendido por los detalles que me regalaba mi novia. Eran pequeños regalos, que parecían muy poco por fuera, pero que por dentro llenaban mucho. Me cuidaba, se preocupaba por mi… Y en cambio, yo no se lo compensaba. No le hacía regalos, solo le daba besos y abrazos. Pero, ¿mis detalles hacia ella donde estaban? Todo parecía un sueño. Un mundo sin descubrir, que para mi me parecía un sueño, pero que era real. Era el mundo de estar enamorado.
El móvil que llevaba metido en el bolsillo del pantalón, sonó. Lo saqué con rapidez, y acepté la llamada mientras me lo acercaba a la oreja.
-Quítate el transmisor, y baja ya- me dijo Rachel seria.
-Vale- contesté sin pensar.
Me metí de nuevo el móvil en el bolsillo, y salí de la habitación con ganas de hacerle un regalo a mi novia… ¿ el qué?

De camino al sitio donde mi novia me iba a llevar, pensé en los posible regalos para Rachel.
¿Una joya? No, nunca la había visto con diamantes.
¿Flores? Podría servir….
Llegamos a una casa moderna que estaba a las afueras de un barrio antiguo. La casa no pintaba nada, en medio de un barrio lleno de suciedad y olores. Pero allí estaba. Como si fuera lo mejor de lo mejor para poder vivir. Rachel metió el coche en la parcela que tenía la casa, y allí nos recibió un hombre mayor. Éste parecía un viejo, pero en realidad, se conservaba muy bien. Iba vestido con un traje marrón claro, y al bajar del coche, me miró como si tuviera la rabia. Mi novia se había cambiado de ropa. Ahora llevaba unos pantalones pitillo vaqueros, y arriba una camisa abotonada por delante negra.
-          Rachel, ¿eres tú? Oh, cariño… Cuanto has cambiado…- esto no lo dijo el hombre anciano, sino una mujer (también anciana), que salió como un relámpago de la casa.
Rachel sonrió a la mujer, y se dieron un abrazo. El anciano no dejó de mirarme en todo lo que estuvimos allí. La mujer se llamaba Rosalinda,  era una de las mejores peluqueras de España. Era muy amiga del padre de mi novia, y fue ella la que me cortó el pelo. Veía como mis rizos caían por delante de mi, y al verme en el espejo cuando terminó la anciana, un poco más y ni me reconozco. Mi pelo era del  mismo color, lo único que ahora no habían nada de rizos. Era como una cresta hacia arriba, que se juntaba como una pirámide. Me volví para mirar a Rachel, y ella me dio su aprobación con una leve sonrisa. Al salir de esa habitación- peluquería donde había estado, Rosalinda nos invitó a un café a los dos.
-¿Y qué os trae por Madrid?- nos preguntó la anciana, echando un poco de leche a mi taza.
-Oh- Rachel  me miró como sin saber que decir- Raúl tiene asuntos de trabajo… Y lo mandaron aquí.
-¿Trabajo?- repitió el anciano- que se llamaba José-. ¿En qué trabajas?
-En seguridad- le contesté, dejando la taza en la mesa de nuevo.
Ese tipo no me caía bien, y no supe por qué me pregunto. La respuesta que di fue la primera que se me ocurrió. José puso una mueca, y miró hacia otro lado. Vi como Rachel miraba la hora del reloj que había colgado de la pared, y se disculpó un momento para ir al baño. Me notaba incómodo. Como si estuviera en un mundo que no me pertenecía. Sin querer me toqué el pelo, y recibí unas quejas de Rosalinda.
-¡No te toques el pelo! Que te lo vas a estropear para la fiesta.
-¿Cómo sabe lo de la fiesta?
-Nosotros también vamos- sonrió con amabilidad.
-Hum…- oí la puerta del baño abrirse, y me imaginé que fuese Rachel.
-Vamonos, Raúl. Pronto te tienes que arreglar, no puedes dejar tiradas a las hermanas- me advirtió mientras me levantaba de la silla terminándome mi café.

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