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lunes, 8 de agosto de 2011

Capítulo 25: Eres idiota

No sabía a donde iba, pero me estaba volviendo loco. ¿Un hijo? No era posible. Yo nunca había querido tener un hijo, quizás más adelante pero en ese instante no. Los ojos de Rachel aun se veían en mi mente, y por mucho que quería borrarlos de una vez, no podía. Corrí a casa de mi madre, donde esperé a que estuviera mi moto allí. 
Y allí estaba. Estela no había tardado nada, y me asombré de ello. Me monté, no me puse el casco, y salí chirriando las ruedas. Conducía por carreteras llenas de coches, no miraba a mi alrededor, solo me centraba en mi mente.
<<No pienses en Rachel, no pienses en ella>>, me decía una y otra vez.
No sabía que me iba a pasar, hasta que lo viví. Iba demasiado deprisa, no vi el camión que cruzó delante de mis ojos, y pasó lo que tenía que pasar.

-Mamá, ¿por qué lloras?- le pregunté a mi madre, mientras iba a su lado.
-Por nada, hijo. Mi día no ha sido tan bonito como el tuyo.
-No quiero que llores.
Nuestra casa estaba llena de luz. El atardecer se veía a lo lejos, y no habíamos salido a verlo. Yo seguía empeñado que a mi madre le pasaba algo, pero no podía identificar “el qué”.
-Raúl, sigue haciendo los deberes. Pronto vendrán tus amigos y querrás irte a jugar con ellos- me estaba diciendo mi madre con una sonrisa triste.
Seguí haciendo los deberes, pero me paré de repente.
-No quiero irme- contesté dejando el lápiz encima de la mesa.
-¿Por qué?
-No quiero que estés triste, mientras yo me voy a jugar con mis amigos, mamá.
-No pasa nada, sé cuidarme sola, siempre lo he hecho.
De nuevo todo se volvió borroso.

Sentí la boca seca. No veía nada, estaba todo blanco. Aunque oía si que oía voces. Parecían dos personas que estaban hablando. Una era masculina y la otra femenina. Las imágenes ya iban cobrando sentido en mi mente cuando intenté abrir los ojos. Vi dos figuras delante de donde yo estaba, luego pasaron a ser dos personas. ¿Aquel chico era Tom? Si que era él. Lo sabía por su voz y también por la cadena en forma de lagrima que llevaba colgada al cuello. Ésta, se la había regalado su novia Linda, y no se la quitaba nunca.
Al lado de él, había una chica. No le veía la cara porque le pegaba el sol de frente, pero era alta y delgada. Tenía un pelo negro muy largo y oscuro.
-Entonces, ¿ lo encontraste tú?- le decía Tom a la chica.
-Sí. Me lo encontré mientras iba a la comisaría. Di la orden de traer una ambulancia y aquí está.
-Me dijiste que fue en el cruce que ahí antes de llegar al centro comercial, ¿no?
-Ese mismo. El cruce es peligroso si no estás atento. Además, iba sin casco tu amigo.
La voz de la chica era fría y tenía un acento asiático o algo parecido. Un hombre vestido con una bata blanca entró en la habitación, y me miró sorprendido.
-Vaya, señor Mórfesi. Veo que se ha despertado después de cinco horas durmiendo.
Las dos personas que estaban hablando, miraron al médico.
-¿Puedo hablar con él ahora?- le preguntó Tom.
-No puede. Voy a mirar como va su recuperación, ten en cuenta que ha tenido un accidente muy grave.
Miré como las manos del médico tocaban mis brazos buscando algo. Dijo que había tenido un accidente… Pero yo no…
-¡Ah!-grité, cuando las manos del médico me tocaron la muñeca izquierda.
-Lo suponía. La muñeca sigue estando mal, pero la operación a salido bastante bien. Como ven, la puede mover, aunque le duela aún. ¿Cómo se siente?-me miró con una sonrisa.
Sus ojos eran azules, y tenía una barba un tanto espesa.
-Estoy bien… aunque la cabeza me da un poco de vueltas, no sé como explicarlo. ¿Tiene agua?
-Claro que sí- se dirigió a Tom y a la chica- Solo puede quedarse la inspectora para hacerle unas preguntas. Mientras voy a mandar a una enfermera para que le traiga la comida.
Mi amigo me miró, y asintió con la cabeza pensativo. Vi como salían los dos de la habitación, y me quedaba solo con la inspectora. Ésta se adelanto dos pasos, y se inclinó sobre la cama. El mismísimo diablo apareció ante mi. Ya sabía yo que mi tranquilidad iba a durar poco con una loca persiguiéndome. Sonreía Okiyo como siempre lo había hecho.
-¿Siempre te tengo que salvar el puto culo, queridísimo Raúl?- se toco la chaqueta marrón que llevaba- Ahora soy Okiyo la inspectora de no se donde… Bueno, ni me interesa de donde. ¿Qué gracia no? Pongo una foto mía con unas gafas puestas y el pelo puesto de distinta manera, habló con dos personas y me dan una placa falsa y un nuevo carnet. ¿Puede ser mejor?
-¿Cómo me has encontrado?- le pregunté intentando levantarme de la cama.
Se acerco a mi por el lado derecho, y me empujó a la cama de nuevo con la mano.
-No puedes hacer nada de preguntas, Raúl. Preguntó yo- miró a la ventana- ¿Cómo me ves? ¿Me queda bien el uniforme puesto?- se rió de una forma que me dio miedo. No dije nada y se volvió de nuevo hacia mi- No dices nada… Venga, te dejo hablar.
-Eres una…- empecé diciendo.
-Por ese camino no vas a ningún lado. Habla bien, o te tendré que romper la boca a balazos.
-¿Por qué me haces esto? Me persigues, luego intentas reconciliarte conmigo… Hemos pasado muy buenas etapas los dos, pero yo no quiero nada contigo. Yo estoy con R…- la voz se me cortó.
¿Qué estaba diciendo? ¿Con quién estaba? Ya no estaba con nadie. Estaba solo en un mundo que me había inventado; un mundo donde solo había chicas, líos por todos los lados y sexo. Y que todo acababa cuando una chica te decía: “Te quiero, te adoro…” O cosas parecidas que hacían que uno se fuera lejos y no la volviera a ver.
Unas lagrimas se estaban acumulando en mis ojos. No quería llorar, pero aun recordaba sus ojos. Sus ojos marrones mirándome con suplicas, pidiendo que no me fuera y por último diciéndome dos palabras que no quería repetir. Okiyo se dio cuenta de que estaba a punto de llorar, y se acercó a mi. No tenía esa sonrisa, no trasmitía nada. Me cogió de la cara, y me dio un beso. No pude quitarla de encima de mí, pero vi como sacaba un arma cuando se apartó de mi. Me quedé de piedra mirándola. 
-No, Okiyo. No lo hagas, somos amigos ¿recuerdas?- le dije intentando convencerla.
Ésta bajo la pistola por mi pecho, recorrió mi obligo y se paro en mi entrepierna. Le miré asustado. Estaba pegada a mi, y cogía la pistola con una sola mano. Okiyo guardó su arma delante de la barriga, metiéndola entre los pantalones y su cuerpo. Se bajó la camisa para que no se viera, y se apartó cuando la puerta se abrió de repente. El médico miró a Okiyo y luego a mi.
-Bueno, Raúl. No tienes nada interno roto. Solo es la muñeca, tienes que descansar. Te quedarás tres días más en observación, luego te podrás ir. 
Vi por el rabillo del ojo, como Okiyo sonreía.
-Bueno, yo me voy ya. Gracias, doctor por dejarme preguntar al paciente- me miró de una forma que me pareció hasta cariñosa- Recupérese.
Dicho esto, salió de la habitación. El doctor dio media vuelta para ver mejor a Okiyo. Él no tenía casi pelo en la cabeza, y sus facciones de la cara eran tranquilas. La puerta se cerró, y di un respingo.
-Le voy a dejar descansar…- me estaba volviendo a hablar el médico- Y tranquilo, solo son tres días metido en el hospital y podrá estar con su novia y familia.
La última palabra que dijo, provocó que me diera un pinchazo en la cabeza. Después, cerré los ojos para poder dormir de nuevo.


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