Quizás muchas veces
haya dicho que no creía en el destino y tampoco en una felicidad.
Pero la verdad es que muchas veces me había equivocado, sobre todo a
la hora de elegir entre una felicidad correcta e incorrecta. Podía
seguir mintiendo a Rachel y a Victoria. Haciendo creer que cada una
era un mundo para mi pero que en realidad solo una traspasaba mi
corazón. Las tonterías entre Victoria y yo se fueron apagando poco
a poco, ya no todo era lo mismo. Parecía que después de haber visto
a Rachel se hubiese quemado todo, quedándose seco y solo. Pero
después de todo tenía que decidir entre ellas dos. La vuelta a casa
fue demasiado dura.
No dejar de pensar
en aquello me estaba matando por dentro y también por fuera. En mi
cara se podía reflejar unas ojeras marcadas que caían por debajo de
mis ojos verdes. ¿Quién me hubiese dicho que estaría así ahora?
Otro suspiro salió de mis labios, dejando que un nudo se formara en
mi garganta.
Yo no era así…
había cambiado. ¿De qué manera? Pues de muchas, pero era tan
difícil de explicar que ni yo solo podía hacerlo. La casa
compartida entre los dos, entre mi pequeña familia, se abrió paso
entre las luces de la noche. Sonreí de lado sabiendo que me
esperaría Victoria por lo menos con un beso y la cena. Al llegar,
aparqué el coche a un lado. Subí por las escaleras cerrando antes
la puerta pero me di cuenta de que la puerta de la casa estaba
abierta. Un miedo me recorrió todo el cuerpo desde la punta de los
pies hasta la nuca.
-No puede
ser…-susurré caminando despacio hacia la puerta.
Al abrir sentí una
presión en la espalda. Caí al suelo empezando a toser porque me
quedaba sin aire. Alguien me había dado, pero… ¿Quién?
-Ya veo que siempre
has sido igual-empezó diciendo Okiyo con una sonrisa en sus labios.
-¿Dónde
está?-susurré levantando la cabeza para mirarle a los ojos.
-Mmmm…. No sé de
quién me hablas, Raúl.
-No te hagas la
graciosa. ¡Dime donde está Victoria!
-¡Mi amor!-su voz
me traspaso la garganta como un cuchillo.
Miré a donde
procedía esa voz. Victoria estaba atada en el sofá viendo como yo
estaba aun en el suelo, herido y sin poder hacer nada. ¿Cómo podía
estar así cuando yo era un hombre y encima más fuerte que ella? Un
ataque de rabia, dolor e impotencia empezaron a subirme por las venas
hasta el cuello, haciendo que la vena de éste se me hinchara de tal
manera que me levanté, cogiendo a Okiyo del brazo. La estampé
contra la pared oyéndose así un crujido de huesos.
Enseguida mi mirada
fue a la de Victoria. Me levanté como pude caminando con torpeza
hacia donde estaba.
-¿Te ha hecho
algo?-miré su rostro lleno de moratones y sangre.
-No…-negó
Victoria con la cabeza, agachando ésta.
Antes había visto
como su mirada mentía tanto como su rostro. Estaba echa polvo y todo
por culpa de aquella asesina. Me tenía harto, no pensaba aguantar
mucho mas.
-¡Okiyo!-corrí
hacia ella con fuerza.
Antes de llegar me
esquivó, estampándome así contra la pared. Me quedé quieto,
cayendo después hacia atrás. Miré el techo sin saber que me había
pasado. Me puso una pistola en el pecho agachándose antes a mi lado.
-Raúl,
Raúl…-murmuró por lo bajo, desabrochándome la camisa despacio.
No dejaba sonreír y eso era lo que realmente me preocupaba.-¿No
sabes lo que le pasa a la gente que se mete conmigo más de una vez?
Que me insulta etc…-me desabrochó del todo la camisa, quedando mi
torso al descubierto.
No veía nada, ni
tan solo sabía realmente lo que me decía. Cerré mis ojos queriendo
que aquello parase. Levanté la mano para darle un puñetazo pero la
boca de la pistola se clavó en mis costillas. Abrí los ojos de
golpe moviéndome.
-Déjame, Okiyo.
Mejor dicho, deja a Victoria… ella no tiene nada que ver, por
favor.-le miré ahora a los ojos, suspirando.
-Si que tiene que
ver-sonrió de tal manera que entrecerré los ojos.
¿Qué quería ahora
de nosotros? ¿O de mi?
-No en serio, ella
no ha hecho nada.
-Que te calles-me
clavó mas la pistola.
Empecé a asentir
con la cabeza. Habían dos opciones: o callarse o callarse. Así de
claro. No me pensaba meter por en medio de aquello y menos teniendo a
Victoria allí. Estaba empezando a odiar a Okiyo y mucho.
Vi como los ojos de
la asesina se paseaban por el rostro de mi actual novia. Apreté los
dientes y de pronto la pistola se fue bajando hacia mis pantalones.
Miré por donde iba negando.
-Estate quieta, por
favor. Okiyo, no hagas esto-le miré, empezando a cabrearme.
-No hago nada-sonrió
desabrochándome los botones del pantalón-solo quiero ver como está…
-¡Puta salida de
mierda! ¡Métete las manos por el puto culo! ¡Guarra!-empezó a
gritar Victoria como si la furia se hubiese controlado de ella.
Okiyo paró de mover
las manos por el interior de mis pantalones. Solté un suspiro de
alivio pero a la vez de temor. Me senté en el suelo, apoyando mi
espalda en la pared. Me dolía el cuerpo como siempre pero necesitaba
sacar fuerzas de donde fuese. Me levanté apoyándome en la pared
hasta quedar de pie. Un plan, y lo necesitaba ahora mismo, ya. La
asesina japonesa dio una vuelta sobre Victoria para darle después
con el mango de la pistola en la nuca.
-¡No!-corrí hacia
ella empujándole de Victoria- ¡Que no le hagas nada!
-Tres, dos, uno…
Te avise, Raúl, que estabas cerca de morir-dicho esto, me apuntó
con la pistola.
Si no dijera que mi
vida se pasó por mi mente y mis ojos en ese mismo momento había
mentido. Era una sensación rara, como saber que estabas al final de
tu vida pero que no querías acabar con tu vida. Era tuya, ¿por qué
te la debía quitar otra persona? Pero nadie podría hablar con Okiyo
y menos en ese momento.
El gatillo chasqueó
pero la bala no llego a mi, no llego a ningún lado. Abrí un ojo
viendo así como la asesina caía hacia atrás, dando un golpe sordo
en el suelo.
-No puede
ser…-susurré para mi mismo, convenciéndome que aquello era real.
-Si que puede ser,
Raúl.
Una voz familiar me
recorrió todo el cuerpo. Me quedé quieto, mirando al frente,
sabiendo que estaba cerca. La sangre de Okiyo caía por la alfombra
nueva que había estrenado Victoria para que viniese su familia justo
la semana que seguía.
Aunque en esos
momentos la alfombra importaba muy poco. Vi una sombra a mi lado. Era
ancha de espaldas pero pequeña y un poco redonda. Subí mis ojos por
la sombra hasta llegar a un traje blanco, con corbata y con un rostro
que llevaba puesto unas gafas de sol. No me hizo falta decir nada, el
intruso y asesino de Okiyo ya me contestó con un:
-Quiero mi dinero,
señor Morfesí, ahora.